Por: Kristyn Getty
“Al servicio y obra de Cristo consagro este escritorio orando fervientemente que todo lo que aquí se prepare y escriba sea hecho con una mente enfocada en Su honor y gloria. Que Su divina presencia derrame gracia sobre las horas dedicadas al estudio, y que siempre exista esté consciente de que Su Espíritu está en medio de todo lo que hago o digo, escribo o cualquier otra cosa, y que pueda ser aceptable para Él.
A Jesucristo mi Redentor sea dada la alabanza y la adoración. Amén”.
~ Florence M. Barson.
Hace un par de años mi papá me dio una oración que estaba en un marco, la cual había sido escrita por mi abuela en septiembre de 1932. La escribió para dedicar al Señor su nuevo escritorio y la obra que se llevaría a cabo en el mismo. Traje la carta conmigo cuando regresé a Nashville después de una larga estadía en casa en el Norte de Irlanda donde el trabajo en un escritorio era lo que más lejos tenía en mi mente durante esos largos meses de náuseas matutinas. Verdaderamente esta oración me ha ayudado, dándome más energía y enfoque al volver a leer, estudiar, escribir y orar en mi escritorio, algo por lo cual estoy muy agradecida. ¡La necesitaba!
Consagrando lo ordinario
Esta oración me resulta tan inspiradora por ser tan profundamente común –la consagración a Dios de las cosas ordinarias de todos los días. Mi escritorio, el fregadero, mi carro, mi sofá son todos lugares para reflexionar y planificar, para trabajar y descansar, para conversar y estudiar. Con las ocupaciones y variedad de una vida de trabajo tanto dentro como fuera de la casa (además de la vulnerabilidad del embarazo), necesito recordatorios sencillos, así como muchos lugares donde orar y estímulos que me ayuden a acercarme al Señor, además de la intencionalidad de una fe despierta y activa durante las horas del día. Por eso coloqué esta oración junto a mi escritorio; ¡voy a escribir una para poner junto al fregadero!
El poder ilimitado de la oración
El ejemplo de largo alcance de mi abuela, me inspira. Ella falleció siendo yo una niña pequeña por lo que no conservo muchos recuerdos de ella; pero sé que amaba al Señor. también sé que oraba por sus hijos y nietos. Reconozco que sus oraciones continúan dando fruto. La fidelidad en la oración por nuestras familias y por nuestra propia salud espiritual tiene un poder ilimitado que trasciende nuestros días en esta tierra. Hay un refrán antiguo que dice “los viejos pecados arrojan sombras largas”; pero también es cierto que las viejas oraciones arrojan luces que llegan muy lejos.
Estoy agradecida por ella; este recuerdo me lleva a ser diligente en la oración como madre e hija, esposa y amiga, trabajadora y ayuda. Los malos hábitos del olvido o distanciamiento pueden romperse en cualquier momento y reconstruirse una y otra vez. Las buenas costumbres de conversación y cercanía con el Señor durante el día traerán paz a nuestros corazones ansiosos y fruto eterno a nuestras frágiles manos, para alabanza y gloria de nuestro Salvador. Espero que esta oración te haya servido de inspiración hoy.
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