Antes de tener a mi primer hijo, pensaba muchas cosas respecto de la maternidad. Entre los enseres de cobijas acolchadas, biberones y la reconfortante fragancia de la loción de bebé, estaban los pensamientos sobre qué tipo de hijos tendría.
Les enseñaría a amar a Jesús y les entrenaría para tener corazones de siervos, y, a ser personas agradecidas y bondadosas. Enseñaría a mis hijas todo tipo de formas maravillosas para trabajar con sus manos, y formaría el carácter de mis hijos para ser productores de arduo trabajo y no tan solo consumidores. Visualizaba una familia de tamaño regular sentada alrededor de una mesa, llena de comida nutritiva y deliciosa mientras discutíamos teología y hablábamos unos con otros en salmos, himnos y cantos espirituales. Entonces nacieron mis hijos, y tuve que tomarme una buena dosis de realidad.
(Ardua) Labor de amor
No hay nada de malo con la visión familiar que tenía cuando era joven. Veinte años después, sigo de acuerdo conmigo misma respecto a la mayor parte de esa visión. Sabía que mi labor como madre era una poderosa influencia y no quería despilfarrar el regalo que Dios me había dado. Comprendía la importancia y oportunidades de dicha tarea, pero no entendía por completo que requeriría una vida diaria reflejando la imagen del Evangelio, ni cuán doloroso resultaría.
Tener diez hijos (¡leíste bien!) significa que hasta hoy he cambiado cerca de 50,000 pañales. He entrenado nueve hijos para usar la bacinica, y he enseñado a tres a manejar. No tengo ni idea de cuántas noches he pasado en vela con los que han enfermado, pero supongo que es una cifra alta.
He tenido que hacer esfuerzos por rescatar una docena de palitos de dulce que se «encontraron» con las glotonas manos de un bebé, y he tenido muchos labiales que quedaron misteriosamente retorcidos después de sacarlos a su máxima altura para luego embutirlos en su lugar, con la fuerza de la tapa. He sido la mamá que se dio cuenta que olvidó la pañalera justo en el momento en que el bebé hizo una gracia en el pañal. He logrado que parezca que entiendo cuchucientas lecciones de matemáticas. Soy la mamá que quería escurrirse debajo de una roca cuando mi hijo le dejó un ojo morado a un amiguito en la iglesia. He sido la mamá solitaria, la mamá cansada y la mamá que se sintió como cucaracha después de haber herido un tierno corazón con palabras descuidadas y airadas. He sido la mamá que no podía pasar por encima de la montaña de ropa para lavar, para alcanzar los Kleenex y secarse las lágrimas mientras oraba por un adolescente a quien no tenía idea de cómo aconsejar.
Sea que tengas un hijo o doce, la maternidad puede ser tu mayor fuente de gozo sobre la tierra, así como la fuente de tu dolor terrenal más grande. Generalmente es en medio de nuestras bendiciones terrenales más deliciosas donde nos encontramos con las tentaciones más gigantescas. El Señor usa la invaluable labor de la maternidad para pulirnos.
Porque tú nos has probado, oh Dios; nos has refinado como se refina la plata (Sal. 66:10).
Las madres son como semillas
Jesús nos dijo que a menos que la semilla caiga en la tierra y muera, no producirá fruto (Juan 12:24). La maternidad nos purifica porque las madres son semillas moribundas. Esta no es una verdad que resulte popular en una cultura que dice a las mujeres que pueden tenerlo todo y ocuparse de sí mismas.
Y las mentiras sutiles del enemigo pueden llevarnos a creer que los hijos son solamente para propósitos de realización personal, y si no pueden satisfacer esa necesidad, no nos sirven. Pero esto no es lo que las Escrituras nos enseñan. Obedecemos, alabamos y servimos a Cristo al servir a otros y al considerar sus necesidades como más importantes que las nuestras. Y esto por supuesto que incluye a aquellos bajo nuestro propio techo.
La muerte no es el final
Una madre sacrifica y vuelca su vida sobre sus hijos en servicio a Dios. Ella renuncia a su cuerpo, su sueño, su tiempo, su comodidad, su carrera, y su entretenimiento. Y ella puede morir mil muertes en pequeñas maneras que solo Dios ve, como pudiera ser, bajar el volumen de su canción favorita para prestar atención a una larga historia de su hijo de cuatro años, o dejar en el altar su deseo de ser reconocida, o rendir su casa perfectamente limpia, a cambio de una que da testimonio de muchas vivencias. Pero aquí están las buenas noticias: Para una cristiana la muerte no es el final de la historia. Es el principio. La vida resucitada viene de esta semilla que muere.
«Pero si muere, produce mucho fruto» (Juan 12:24)
Cuando vas a la cruz con tus deseos y anhelos, en ocasiones hasta mil veces al día, con la escoria de pequeñeces, egoísmo, orgullo, queja, confusión, y auto-compasión, las cambias por humildad, contentamiento, risa, gozo, ayuda, sabiduría, amor y la gracia de Dios.
Nuestra cultura se aterroriza con este tipo de muerte, el rendir tu vida por otros. Le teme a la muerte de la libertad y el sentido de auto-suficiencia. Teme a la muerte de los ídolos del corazón. Pero como creyentes, no solamente creemos en el evangelio. Vivimos el evangelio, y a menudo en maneras que otros no pueden comprenderlo. Damos testimonio del Evangelio de Cristo Jesús en los pequeños detalles de la vida, que en realidad no tienen nada de pequeños.
Refinadas por Dios, para Dios
Porque somos objeto de la gracia de Dios, somos diamantes en bruto –Sus diamantes. Porque en Su misericordia Él nos compró con Su propia sangre, somos dignas de Su obra de refinamiento. Y por Su gran amor por nosotras, el fuego refinador no nos consume como las llamas fuera de control consumen un bosque, matando todo a su paso. No; las llamas purificadoras de Dios están llenas de compasión y misericordia, y tienen el objetivo de acercarnos más a Él. El propósito es hacernos entender Su gracia y el gozo que viene de servirle a Él sirviendo a nuestros hijos. Al final de cuentas, el fuego purificador de la maternidad no nos trae muerte, sino una vida mejor. Vida abundante.
¿Y tú? ¿Hay ocasiones en que sientes que ciertas partes «ardientes» de la maternidad te abruman y ten consumen por completo? ¿Te has dado cuenta que los sacrificios de la maternidad realmente no son tales, si los comparas con la ganancia de una vida enriquecida en el Señor Jesucristo cuando servimos a nuestros hijos como si le sirviéramos a Él?
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