“El Evangelio viene con la llave de la casa" dijo Rosaria Butterfield, en uno de los programas recientes. " Y si no es así, el Evangelio está incompleto, es la mitad".
Estas palabras han estado dando vueltas en mi mente desde que las escuché. Por más que trato, no puedo sacarlas de mi mente. ¿Cuál puede ser su significado? Hago esa pregunta de manera retórica, claro está. He pasado varias semanas reflexionando en esas palabras, y he llegado a esta conclusión: la llave de la casa del Evangelio va más allá de una simple hospitalidad. La llave de la casa del Evangelio, así como abre corazones, abre hogares y extiende una invitación a amar hasta que duela.
¿Cómo llegué a esa conclusión? Providencialmente, la serie de seis días coincidió con la época en que un grupo de amigas terminábamos una discusión sobre 1ª Corintios 13, conocido como “el capítulo del amor”. Durante la discusión, una amiga nos contó de una conversación reciente con su hermano, un dedicado maestro de la Biblia. Mientras ellos hablaban sobre cómo los creyentes deben soportar el peso de la cruz, mi amiga le comentó “la mayoría de las veces, simplemente no siento mucho el peso de mi cruz. Mi vida es muy buena, mi cruz no se siente del todo pesada”.
La respuesta de su hermano-pastor, proveyó mucho qué reflexionar (aunque solo la parafraseo aquí). "Bien" dijo, "si no estás sintiendo el peso de la cruz, probablemente no estás amando muy bien. Porque si realmente amamos bíblicamente, nos resultará doloroso, y lo vamos a sentir".
La entrega de la llave
Cuando encontramos a Jesús y los discípulos cerca del final de Juan 13, Jesús acababa de anunciar que uno de ellos (hoy sabemos que era Judas) lo traicionaría, poniéndose en acción una serie de eventos que terminarían en Su crucifixión. Entonces, en el versículo 34, Él les instruye cómo deben conducirse cuando ya Él no esté: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros."
Jesús ha dedicado los últimos tres años a enseñarles la segunda parte del mandamiento: “como yo os he amado. Y ésa es la parte del Evangelio que amamos poner en acción y compartir con otros. Francamente, ésa es la parte más fácil, porque nosotras como simples mortales no tenemos que hacer nada para ganar Su amor ni para hablar del mismo a los demás. En realidad, ¡no podemos hacer nada! Pero, la parte nueva, ¿” amarse los unos a los otros”? ¡Esa tiene que ver con nosotras! Tenemos que hacerlo. Y es aquí donde encontramos la otra mitad del Evangelio, la llave de la puerta a la cual se refería Rosaria Butterfield. Pero ¿cómo lo hacemos?
Sencillamente, necesitamos atravesar la puerta de 1ª Corintios 13 y mantenernos invitando personas hasta que nos duela. Y luego, continuar haciéndolo.
El amor activo expresado en 1ª Corintios 13:3-8 es precisamente la parte de “como los he amado” de la cual Jesús hablaba:
Y si diera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha. El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido; no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser.
¿No dio Jesús todo lo que tenía y entregó Su cuerpo para ser quemado? Lee Filipenses 2:5-9.
¿Fue arrogante, rudo, insistente con que las cosas se hicieran a Su manera, irritable o resentido? Hebreos 2:0-12.
¿No se regocijó con la verdad en lugar de hacerlo con lo incorrecto? Juan 17:15-19.
¿No soportó todas las cosas, creyó todas las cosas, esperó todas las cosas, sufrió todas las cosas? Hebreos 12:2-4.
Así fue como nos amó. Y así es como debemos amarnos los unos a los otros, hasta que duela; y luego seguir haciéndolo.
Imagina la transformación que ocurriría en nuestras iglesias, hogares en nuestra evangelización si actuáramos de acuerdo con el amor que lleva su cruz descrito en 1ª Corintios 13.
¿Qué pasaría si diéramos nuestro tiempo, nuestros recursos y nuestro amor hasta que duela, y luego sigamos haciéndolo? ¿Qué pasaría si abrimos nuestros corazones y hogares sin ataduras, sin arrogancia, sin reclamar nuestros derechos, sin resentimiento?
¿Qué ocurriría si en lugar de pensar más alto de nosotras mismas cuando conocemos del pecado de otros, los animáramos en su restauración y nos regocijáramos cuando ellos regresen al redil?
¿Y si nos sobrelleváramos uno al otro, creyéramos lo mejor del otro y soportáramos todo el desorden que conlleva la vida en comunidad? Hasta que duela, y luego seguir haciéndolo. ¿Puedes imaginarte sería esto para el mundo que observa? ¿Recuerdas lo que Jesús dijo inmediatamente después del mandato de amarnos unos a otros? "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros” (Juan 13:35).
Las tuercas, los tornillos y la llave
Volviendo a la conexión entre la llave de la casa del Evangelio (amor cristiano y hospitalidad, hablando en términos prácticos) y el peso de la cruz, parecería que el punto es éste: sí, debemos practicar la hospitalidad teniendo hogares abiertos. Pero mientras nos relacionamos unos con otros en la familia de la iglesia al igual que con aquellos que no conocen a Cristo debemos practicar el amor que lleva su cruz hasta que duela. ¿De qué sirve un hogar abierto sin un corazón abierto?
En su conversación con Nancy, Rosaria narraba cómo ella siendo nueva creyente fue animada por invitaciones a los hogares de la familia de su nueva iglesia, pero anhelaba algo que ella tenía en su antigua comunidad, una participación íntima en los altibajos de la vida de los demás. Hogares y corazones verdaderamente abiertos. En cierto modo, ella recibía las tuercas y los tornillos, pero anhelaba la llave.
Evaluación honesta
He hablado sobre este tema recientemente con mi esposo; anhelamos ser dadores de llaves, pero todavía no estamos ahí. Y no se trata simplemente de que estemos muy ocupados, aunque ése es un factor que siempre debemos evaluar. Cuando inserto mi nombre en los versículos de 1ª Corintios 13, descubro algo de progreso, pero también otras cosas que definitivamente no son verdad en mi vida. Inténtalo tú misma:
Y si yo diera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si yo entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha. Yo soy paciente, bondadosa; no tengo envidia; no soy jactanciosa, no soy arrogante; no me porto indecorosamente; no busco lo mío, no me irrito, no tomo en cuenta el mal recibido; no me regocijo de la injusticia, sino que me alegro con la verdad; todo lo sufro, todo lo creo, todo lo espero, todo lo soporto.
Duele reconocer que no estamos ahí, ¿verdad? ¡Pero hay esperanza! Podemos estimularnos unas a otras a este amor que lleva su cruz. Podemos arrepentirnos de haber fallado. Podemos confiar en Aquel cuyo “amor nunca deja de ser” para que nos ayude a amar mejor, una decisión a la vez: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1ª Corintios 13:13)
¿Practicas amar hasta que duela, y luego seguir haciéndolo, con tu familia, amistades, familia de la iglesia y aquellos que necesitan conocer a Cristo? ¿Has abierto la puerta de tu hogar y de tu corazón a otros? ¿Estás dispuesta no solamente a animar a otros sino también a rendir cuentas a tus hermanas en Cristo? ¿Confiarás en el Señor y abrirás tu corazón de nuevo, aun si has sido herida al hacerlo antes? ¿Cuáles pasos de obediencia puedes dar durante esta semana?
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