Durante los años comprendidos entre 1945 y 1989, Estados Unidos de Norteamérica y la Unión Soviética lideraron un enfrentamiento político e ideológico cuyo propósito era controlar e implementar su sistema de pensamiento en el mundo. Ninguno fue «agresivo» al adoptar medidas, por lo que a este periodo se le denominó: «La Guerra Fría».
Al inicio de mi matrimonio implementaba este método con mi esposo. Lo sometía a silencios largos hablándole solo lo necesario, le servía con dureza de corazón, discutía internamente la forma en que guiaba a nuestra familia. Todo ocurría en mi interior mientras mostraba una actitud «humilde». ¡Grave error! Pretendía someter el cuerpo sin humillar mi corazón delante de Dios.
Sabía que Dios me llamaba a someterme y a apoyar sus decisiones como cabeza de nuestro hogar bajo la dirección de Dios (Efesios 5:22-24), pero mis acciones, aunque «obedientes», no salían de un corazón humillado ante Dios, rendido a Su voluntad.
Permití que piedras de orgullo, ira y enojo llenaran mi corazón y construyeran una muralla de pecado. Anhelaba un cambio en mi actitud y corazón, le rogaba a Dios por ese cambio, pero no entendía Su orden para que esto ocurriera.
Dios tuvo una cita especial conmigo luego de un desacuerdo con mi esposo cuando fui a mi librero y busqué una Biblia que no usaba regularmente. La abrí para escuchar de Dios sin buscar realmente que confrontara mi pecado, allí encontré un papel doblado que procedí a leer. Se trataba de una lista titulada: «Espíritu Orgulloso y Corazones Humildes», escrita por Nancy DeMoss. Mientras leía, lágrimas salían de mis ojos, fue como un espejo que reflejó en palabras las actitudes de orgullo que en mi «guerra fría» expresaba a mi marido. Fue el inicio de un quebrantamiento orquestado por Dios en Su perfecto plan para mí, el cual no buscaba mi «felicidad», sino la salvación de mi alma a toda costa.
Dios me mostró textos de la Biblia que abrieron mi corazón como una espada de dos filos, rompiendo el pecado que yo consentía.
«El cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse,sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres.Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». -Filipenses 2:6-8
Cristo se humilló al no aferrarse a Su posición, sino que entregó Su vida en obediencia. Si el Rey del universo, el Salvador del mundo lo hizo, ¿qué tanto orgullo hay en mi corazón para negarme a seguir Su ejemplo? (Fil. 2:3).
Su humildad a través de Su sacrificio en la cruz dio la posibilidad de salvación. En mi hogar, la humildad con que sirvo a mi esposo e hijos mostrará el poder del evangelio. Cristo será glorificado con la muerte de mi carne y mi vida en obediencia. Vivir el evangelio día a día es posible.
«Yo habito en lo alto y santo, y también con el contrito y humilde de espíritu, para vivificar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los contritos». -Isaías 57:15
La pieza que me faltaba era el quebrantamiento. Quería alterar el orden de los factores, pretendía un cambio de afuera hacia adentro, y era lo opuesto. Dios quería que mi espíritu y mi voluntad fueran quebrantados.
«Dijo entonces el Señor: “Por cuanto este pueblo se acerca a Mí con sus palabras y me honra con sus labios, pero aleja de Mí su corazón, y su veneración hacia Mí es solo una tradición aprendida de memoria”». -Isaías 29:13
Todo lo que salía de unos labios cuyo corazón estaba lejos de la genuina obediencia a Dios no honraba Su nombre. El problema era mi corazón. Mi esposo no era responsable de mi respuesta, ni era el enemigo, yo lo era; debía alimentar y humillar mi corazón delante de Dios para que en Su gracia me ayudara a luchar con este pecado. Necesitaba llenarlo de la Palabra de Dios, de Su presencia en mi vida para que mis sentidos respondieran con sincera fidelidad a Cristo.
«Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes». -Santiago 4:6
Caminar en humildad en cualquier circunstancia nos asegura gracia delante del Señor. Esta no se origina en nuestro estado físico sino en el corazón, y transforma nuestras acciones.
Aún conservo la lista en mi escritorio como un recuerdo de la provisión de Dios para abrir mis ojos ante las artimañas del enemigo. Lucho cada día con el poder del Espíritu Santo para que me muestre cómo elegir la senda de la humildad.
¿A qué te aferras que causa orgullo en tus relaciones? ¿Estás aplicando la «Guerra Fría» a alguien?
No hay lugar más seguro para rendirse que en los brazos de nuestro Señor. Humíllate delante de Él y pídele que quebrante tu corazón para Su gloria.
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