¿Alguna vez te has preguntado acerca de las palabras que usamos, qué significan realmente y por qué las usamos? Hablemos de la esperanza, por ejemplo. La gente a menudo usa la palabra esperanza para dar a entender algo así como un deseo: «Espero que te sientas mejor», «tengo la esperanza de que no llueva mañana en el partido», «guardo la esperanza de que lleguemos a casa a tiempo». Tal definición no tiene poder. Es como enviar a alguien buenos deseos, como si nuestros pensamientos por sí solos pudieran hacer algo para sanar a una persona o contener la lluvia o liberar las carreteras del tráfico.
Y a menudo nuestras esperanzas nos decepcionan. Esperamos que los sueños se hagan realidad, pero luego se estrellan contra la pared quedando en pedazos. Esperamos un día mejor que el que tuvimos ayer, solo para descubrir que estamos viviendo la clásica cinta de los 90 El día de la marmota. Lave. Enjuague. Repita.
Esperanza real
Sin embargo, la Biblia usa la palabra esperanza de una manera más segura y concreta, no como un deseo sino como si la esperanza fuera algo real; como si fuera tangible, algo que podemos comprender. Y como si fuera una conclusión inevitable.
«Y el Dios de la esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo» (Rom. 15:13).
«A quienes Dios quiso dar a conocer cuáles son las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria» (Col. 1:27).
«La cual tenemos como ancla del alma, una esperanza segura y firme, y que penetra hasta detrás del velo» (Heb. 6:19).
Esa esperanza no es un deseo. No es una sensación fuerte enviada al universo que hace realidad nuestros deseos y los pone en una bandeja de plata. No es cruzar nuestros dedos y tener pensamientos positivos. Por el contrario, la esperanza cristiana es una certeza. Está inexorablemente vinculada con nuestra fe (1 Cor. 13:13; Heb. 11:1). La esperanza es creer que las promesas de Dios se cumplirán. Al fin de cuentas, nuestra esperanza se encuentra en una persona: Cristo Jesús.
Jesús es el cumplimiento de todas las promesas de Dios. Él es nuestra esperanza porque solo Él logró lo que nosotras no pudimos hacer. Vivió una vida perfecta y justa. Él llevó el peso de nuestros pecados en la cruz mientras sufría y moría. Como el perfecto Hijo de Dios, derrotó a la muerte y se levantó triunfante de la tumba. Él demostró en Su vida, muerte y resurrección que solo Él es nuestra esperanza.
Como dice el antiguo himno:
Mi esperanza solo está
En la justicia de Jesús
En nada más dependeré
Solo en Su nombre confiaré
Esperanza ahora y siempre
Cristo nos da esperanza tanto en el presente como en el futuro. Todo lo que Cristo es y todo lo que ha hecho nos da esperanza en nuestra vida diaria, mientras vivimos las realidades del evangelio cada día. Las buenas noticias de Su vida, muerte y resurrección nos sostiene a la hora de enfrentar la tentación, luchar contra el pecado y soportar el sufrimiento. Tenemos la esperanza de Cristo viviendo dentro de nosotras, ya que su Espíritu nos anima, nos instruye y nos guía en nuestra vida de fe.
Cuando los fuertes vientos de las pruebas soplan en nuestras vidas, Cristo es nuestra esperanza. Cuando las incertidumbres de la vida en un mundo caído amenazan con ahogarnos, Cristo es nuestra esperanza. Cuando estamos abrumadas y nos sentimos desamparadas por nuestro pecado, Cristo es nuestra esperanza. Cuando las tentaciones nos rodean por todos lados, Cristo es nuestra esperanza. Él es nuestra esperanza constante en todas las cosas.
Su pacto y Su sangre me
Sostienen en la tempestad
Cuando cae todo alrededor
Solo en Él puedo confiar
También tenemos una esperanza futura que nos espera en la eternidad. Es la entrega final de todo lo que Cristo compró por nosotros en la cruz. «Para que justificados por su gracia fuésemos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna» (Tito 3: 7). Esto es a lo que apunta nuestra esperanza actual: La vida eterna. Cielo. Perfección. No más tristeza, lágrimas o quebrantamiento. Gozo por los siglos de los siglos en presencia de nuestro Salvador.
Debido a que tenemos esperanza ahora y en el futuro, el apóstol Pedro nos insta a vivir en esa esperanza: «Por tanto, ceñid vuestro entendimiento para la acción; sed sobrios en espíritu, poned vuestra esperanza completamente en la gracia que se os traerá en la revelación de Jesucristo» (1 Pedro 1:13, énfasis mío). Debemos vivir vidas santas ahora, en anticipación de todo lo que está por venir.
Las palabras tienen muchos significados, incluida la palabra «esperanza». Cuando nosotras, como creyentes, usamos la palabra esperanza, no se trata simplemente de un pensamiento positivo o feliz. No es un deseo que decimos mientras cruzamos los dedos. Ni es un anhelo o un sueño que revolotea fuera de nuestro alcance. Nuestra esperanza es un ancla a la que podemos sujetarnos y aferrarnos. Es real, duradera y segura porque se encuentra en nuestro Salvador, Jesucristo.
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