“Te sientes como atrapada, ¿verdad?” Hablaba con una amiga acerca de algunas de mis frustraciones durante esta etapa de mi vida. Soy una fábrica de proyectos e ideas para el ministerio. Pero al entrar en el mundo de quienes estoy llamada a servir y convertirme en una de ellas ha significado decir no, a perseguir muchos de aquellos sueños. Luce como una temporada de cosas sin comenzar o sin terminar. Sé que no estoy sola. Tengo una preciosa amiga soltera que, por ahora, ha tenido que dejar de lado su sueño de servir en el extranjero, para continuar cuidando y proveyendo en las necesidades únicas de su familia en casa. Hubo muchas lágrimas cuando tuvo que poner en pausa sus deseos.
Durante las últimas semanas, al interactuar con amigas que están nutriendo otras vidas, ha surgido un tema similar: la cuñada que se encarga de sus sobrinas; la maestra que se invierte en niños con discapacidad; la madre embarazada que se encuentra en mucho dolor físico llevando a término al bebé en su interior; mi amiga que dejó su casa y se prepara para servir a Jesús en otro país; la mujer que se reúne para discipular y animar a otra mujer con la cual por naturaleza, no se siente identificada; los padres que están dejando ir a sus hijos y nietos a vivir en el extranjero, porque Jesús lo vale; la madre adoptiva criando hijos muy difíciles. Todas ellas, de una u otra forma se limitan y dejan atrás algo –tiempo, horas de sueño, energía, preferencias personales, sueños, descanso, hogar, relaciones- a favor de que alguien más encuentre el gozo en Jesús. Pero limitarse a una misma es difícil y doloroso.
“Atrapada” –restringida, envuelta con una manta alrededor como a un bebé, tan apretada que no puedes moverte. Me sentía resentida por las limitaciones que conlleva entrar al mundo de, y hacerte similar a, aquellos a quienes Dios te ha puesto para nutrirlos y cuidarlos.
Meditar en la Encarnación de Jesús ha sido un regalo maravilloso para mí, durante los últimos meses. Quitar la mirada de mi vida y ponerla en la de Cristo me ha fortalecido y me ha dado gozo para esta etapa. A través de nuestra unión con Cristo, Él vive Su vida en nosotras. Y debido a que estamos unidas a Él, el modelo de Su vida- sufrimiento, muerte, gloria- se convierte en nuestro modelo.
La prosperidad de Jesucristo
Jesús es el varón bendecido del Salmo 1 que era fructífero y prosperado en todo cuanto Él hacía. Sin embargo, la descripción que hace Isaías de la prosperidad de Jesucristo es tremendamente contradictoria:
He aquí, mi Siervo prosperará, será enaltecido, levantado y en gran manera exaltado. De la manera que muchos se asombraron de ti, así fue desfigurada su apariencia más que la de cualquier hombre, y su aspecto más que el de los hijos de los hombres. Ciertamente Él asombrará a muchas naciones, no tiene aspecto hermoso ni majestad para que le miremos, ni apariencia para que le deseemos. Fue despreciado y desechado de los hombres, varón de dolores y experimentado en aflicción…; (Isa 52, 53 LBLA)
¿Por qué Su prosperidad conllevó tanto sufrimiento? ¡Qué cambio de paradigma para mi ensimismado corazón! Para la mente terrenal, la encarnación parece tan poco eficaz. Para Cristo significó restringirse a Sí mismo–tratar con una persona a la vez, un lugar a la vez. No buscó a los más influyentes ni poderosos sino a los débiles y necesitados. Gente como yo, gente como mis hijos. La encarnación parece una forma ineficaz de ser productivo, pero Jesús dio mucho fruto cuando decidió restringirse a Sí mismo, ser débil, servir y morir (Juan 12:23-24). En la economía del Evangelio, abrazar la humildad como un modo de vida es el camino de Jesús a la gloria (Flp. 2:5-10). Su vida muestra que Su gloria está en atender al humilde (Salmo 138:5-6).
En ocasiones me siento amargada por lo limitante que resulta cuidar de otros, pero me arrepiento de mi orgullo y egoísmo al ver al Hijo del Hombre, a quien pertenece todo el dominio, decidir vivir sin hogar, sucio, exhausto, para que nosotros pudiéramos vivir por siempre para la gloria de Su Padre. Con gozo, Jesús escogió todo eso porque estaba lleno de la esperanza de la resurrección (Hechos 2:26-28). Él conocía que el camino de la vida era a través de la muerte y que Su Padre no lo abandonaría. Ciertamente vendría plenitud de gozo, Él sería resucitado; y de la angustia de Su alma–¡Nacería Su fruto! (Isa 53:10-11).
El camino a la vida
El Espíritu se deleita en darnos ojos para adorar la belleza de Jesús. Su gracia nos capacita para atesorar Su modelo de vida, de manera que no sea algo que despreciemos. Me siento tan animada por lo que mi amiga Kim escribió: “La batalla de la fe es creer que el Evangelio, las Buenas Nuevas, es verdadero en cada oportunidad de morir que enfrentes. Cuando te niegas a creer la mentira, o esa actitud, o esa vida auto-gratificante que nos parece tan familiar … y tomamos nuestra cruz para morir a lo que podríamos hacer, decir o sentir… y seguimos a Jesús hasta la tumba… hagámoslo diciéndonos la verdad del Evangelio: de esta muerte nacerá vida. El gozo vendrá por la mañana”.
Entonces Maia, mi hijita de 4 años quiere que finja ser cocodrilo porque es el juego que ella inventó. Podría ser mucho más productiva fregando los platos y escuchando un programa que me mantenga en compañía de los adultos. Pero encuentro y doy vida cuando rindo mis “derechos” a una cocina limpia, a una conversación estimulante y me convierto en una niña. Encuentro Su vida, porque es el poder de la resurrección de Jesús que me capacita para escogerla. Si fuera mi opción, siempre elegiría complacerme a mí misma. Doy vida cuando busco compartir con mi hija y me deleito en ella.
Querida amiga –nuestra única esperanza para nutrir a otros, es la vida resucitada. Vivimos día a día a través del poder que nos da Cristo - como Aquel que resucitó y está sentado a la Diestra de Dios- sabiendo que nosotras también hemos sido resucitadas y estamos sentadas con Él en los lugares celestiales. Hoy vivimos por fe en el poder de Cristo, pero también con nuestra esperanza puesta por completo en el día cuando seremos levantadas a nuestra verdadera vida. Como Jesucristo, diremos a nuestro Padre, “ME LLENARÁS DE GOZO CON TU PRESENCIA” (Hechos 2:28). Todo aquello a lo que ahora renunciamos no solo es para que otros se gocen en Jesús. Sino que también es por nuestro propio gozo –nuestro indisoluble, puro gozo en Él.
Mi hermana –Su modelo para dar vida, es nuestro. Su historia es nuestra. Su plenitud de gozo nos pertenece- para siempre.
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