Hay una canción de adoración que cantamos frecuentemente en mi iglesia, que siempre deja un nudo en mi garganta. El coro dice:
* Tu amor nunca falla, nunca se acaba, nunca me dejará.
Puede ser que algunos de mis hermanos del ministerio de adoración puedan cantar esto sin derramar una sola lágrima, a diferencia de otros. Y quizás, como muchos, cuando piensan en el amor, lo ven como algo que simplemente se acaba o expira, como la leche, cuya fecha de expiración ya venció.
Sé por experiencia que cuando un amor se va, no siempre es tan agradable, normalmente nunca lo es. A veces la persona que amas se va, dejando de lado su compromiso contigo (y tu corazón) hecho pedazos. Todas o algunas de nosotras, sabemos lo que se siente ser abandonada u olvidada.
Esas heridas pueden envolverse en nuestro corazón, distorsionando la manera en la que vemos a Dios.
- Posiblemente vivimos con un miedo constante del juicio de Dios.
- Tal vez nuestros días están llenos de hambre espiritual, haciendo intentos de guardar los favores de Dios en una cuenta de ahorros para no perderlos.
- Tratamos de esconder nuestro pecado porque dudamos del perdón de Dios.
- Nos sentimos aplastadas por el peso de nuestro fracaso.
- Hay momentos en los que nuestras necesidades se sienten tan grandes y Dios se ve aún más inmenso, al punto que nos preguntamos si nuestras debilidades aparecen en su radar.
- Vivimos en el temor de que el amor y la compasión de Dios se acabarán; que Él verá nuestras necesidades y decidirá irse.
Cuando estas palabras suenan en nuestra cabeza, necesitamos hacer que nuestros ojos vean la cruz por lo que verdaderamente es, un monumento de la compasión de Cristo.
«Tomaron, pues, a Jesús, y Él salió cargando su cruz al sitio llamado el Lugar de la Calavera, que en hebreo se dice Gólgota, donde le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio». (Juan 19:16-18)
¡Esto es amor en acción!
Todas estábamos muertas (espiritualmente hablando), atrapadas en nuestro pecado, y como consecuencia del mismo; destinadas a la muerte. Aún así Jesús se acercó a nosotras con compasión. Su sacrificio nos salvó de la ley del pecado y la muerte.
Por consiguiente, no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte. (Rom. 8:1-2)
Jesús fue el que declaró, «Nadie tiene un mayor amor que este: que uno de su vida por sus amigos» (Juan 15:13), y fue Jesús quien vivió esta verdad de una manera espectacular.
Jesús nos dio el mayor amor que existe, Su amor, demostrado en plena acción con cada paso que dio hacia el Gólgota (El Calvario). Y más aún, Su amor se mostró completamente mientras colgaba de aquella cruz por nosotras. Su sacrificio es una respuesta compasiva a nuestra necesidad.
«Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor». (Mateo 9:36)
Cuando dudas de la gracia de Dios o te preocupas de que no te mostrará Su compasión una vez más, considera hasta dónde fue para demostrar Su profundo amor. Él no se frustra con tu necesidad, Él te extiende Sus brazos para poner Su amor en acción.
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