Desde hace casi un año he tenido el privilegio de trabajar con muchas mujeres de todo el mundo que aman al Señor y buscan servirlo a través del ministerio en línea. En este tiempo he aprendido muchas lecciones, y una de ellas implica distinguir entre la comparación que glorifica a Dios y la comparación que es pecado.
En los últimos meses de servir junto a mujeres con diferentes talentos y habilidades otorgados por Dios, he llegado a ver de manera muy real lo que Pablo escribe cuando dice que cada persona en la iglesia tiene su propio diseño único, pero todos funcionan maravillosamente juntos como una sola unidad.
Pablo describe a la iglesia de esta manera: «Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero, todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo, así también es Cristo. Pues por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo, ya judíos o griegos, ya esclavos o libres. A todos se nos dio a beber del mismo Espíritu» (1 Cor. 12:12-13). Pablo continúa explicando que un miembro del cuerpo, como el ojo, no puede decirle a las manos que no son necesarias. Todos los miembros del cuerpo juegan un papel específico: traer gloria a Dios. Cada uno depende del otro.
Al trabajar en el ministerio he tenido el privilegio de ver cómo Dios nos ha dotado de diferentes maneras. Algunas de nosotras somos excelentes en la organización y la estructura, otras son creativas y más espontáneas. Algunas son grandes escritoras y otras son grandes oradoras. Es maravilloso reconocer cómo Dios nos ha dotado a cada una para desempeñar un papel único con el propósito final de glorificar a Dios y compartir el evangelio con los demás.
Sin embargo, cuando reconocí que algunas de mis hermanas que servían en el ministerio conmigo eran mucho mejores que yo en ciertas habilidades, hubo una inevitable evaluación de sus talentos en comparación con los míos. Como alguien que administra varias partes de una organización, esta comprensión y evaluación fue crucial. Ser capaz de dar un paso atrás y evaluar en qué es bueno alguien en comparación conmigo permitió que cada persona sirviera en sus fortalezas y pudiera glorificar a Dios por estas diferencias. Este es el tipo de comparación que puede honrar a Dios.
También hay una comparación que es piadosa sobre la que Pablo escribe en 1 Corintios 11:1: «Sean imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo». Para poder imitarlo, él estaba pidiendo a sus lectores que evaluaran en qué podían mejorar a medida que crecían en santidad y santificación. Por lo tanto, es bueno notar cuando alguien camina en piedad para verlos como un ejemplo visible de compararse con Cristo, que es con quien siempre deberíamos estar comparándonos. Preguntarte lo siguiente puede ser una buena práctica para crecer: ¿Estoy modelando la semejanza a Cristo como lo está haciendo esta persona? ¿Hay áreas en las que pueda crecer?
Sin embargo, también hay una comparación que es pecaminosa y muy centrada en uno mismo. El tipo de comparación anterior nos permite glorificar a Dios por las diferencias entre todos nosotros, así como ver también qué áreas de crecimiento puede haber. Sin embargo, el tipo de comparación más común y tóxica en la que podemos caer, es cuando nos centramos en nosotras mismas. Esta comparación conduce a la autocompasión y al pecado; hace que la atención se centre en nosotras y no en Dios.
Hacemos esto todo el tiempo, especialmente en las redes sociales. Pensamos que debido a que esa otra persona tiene más seguidores, entonces deben ser «mejores»; si tienen más likes y vistas en su contenido, significa que algo anda mal con nosotras. Luego comenzamos a preguntarnos por qué no podemos tener lo que ellas tienen y llega la codicia. O miramos la vida que muestran en las redes sociales y comparamos nuestra vida con la de ellas y, ¡cómo parece que tienen todo lo bueno a su favor! Miramos nuestras vidas y vemos todos los desafíos y dificultades que tiene vivir de este lado de la gloria. De manera incorrecta, entendemos que los seguidores, los likes, las opiniones y el estilo de vida que otros retratan es de lo que se trata la vida. Queremos tener lo que ellas tienen y perdemos de vista todas las cosas que Dios nos ha dado.
Incluso hay comparaciones y celos entre los cristianos en las redes sociales. Sé que puedo ser culpable de sentir celos del éxito o las alegrías de otra persona y de codiciar lo que tienen, como cuando anuncian un compromiso, un embarazo, un ascenso laboral o la compra de una casa. En lugar de regocijarme con ellos por cómo Dios los está usando y las puertas que les está abriendo, comienzo a codiciar la forma en que Dios los ha bendecido.
Esto es pecaminoso y muy egocéntrico. Debemos ser disciplinadas para detener este tipo de comparación pecaminosa, quitar nuestros ojos de nosotras mismas y colocarlos en el Único que debe tener nuestros afectos. Jesús debería ser nuestro único tesoro que anhelamos y deseamos. En Juan 21, después de que Jesús resucitó, Él se da cuenta de que Pedro comienza a compararse con Juan. El versículo 22 dice: «Jesús le dijo: “Si Yo quiero que él se quede hasta que Yo venga, ¿a ti, qué? Tú, sígueme”». Ese debe ser nuestro enfoque en la vida, seguir a Jesús, no enfocarnos en lo que Él les da a los demás.
Si descubres que estás comparándote pecaminosamente con los demás, aquí hay algunos consejos prácticos sobre cómo combatirlo.
- Ora por la persona de la que estás empezando a tener celos. Agradécele al Señor por la forma en que la está bendiciendo. Tal vez incluso da un paso adelante y envíale un mensaje haciéndole saber que estás orando por ella.
- Deja las redes sociales en ese momento de celos. Pide perdón por ser celosa y codiciosa. Luego lleva tus pensamientos cautivos a Jesús y piensa en Él y en Su bondad, fidelidad y otros atributos.
- Haz una lista de las cosas por las que estás agradecida hoy. Si eres hija de Dios, siempre tienes algo por lo que estar agradecida. Aquí hay uno para comenzar: Jesús dio su vida por ti en la cruz para que puedas tener gozo eterno en Él.
- Tómate un descanso de las redes sociales e interactúa con las personas que te rodean. Trata de apartar los ojos de ti misma y sirve a los demás. Este es un gran antídoto contra los celos, la comparación y la codicia.
Inevitablemente siempre estamos comparando. Es algo tan natural para el ser humano evaluar y ver similitudes y diferencias entre nosotros y los demás. Sin embargo, debemos buscar poner siempre nuestras esperanzas y nuestros ojos en Jesús. Él es el Único con quien nos debemos comparar, Aquel a quien nuestro corazón debe anhelar.
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