A veces me preocupo como si el éxito de este mundo dependiera de mí, otorgándome a mí misma más poder y más crédito del que debiera. Por mi mente pasan diferentes escenarios imaginando lo que puede pasar, repitiéndolo como si fuera un número telefónico que intento memorizar. Exhausta, cierro los ojos y respiro profundo tratando de relajarme. Y cuando eso no funciona, limpio. Limpio el polvo del refrigerador, el baño de mis hijos, esa mancha en la bañera que parece imposible de quitar.
¿Qué voy a hacer? Esa inevitable pregunta gira constantemente en mi cabeza. Oro, pero mis oraciones son desesperadas y pasajeras, sin fe. Son como pensamientos dirigidos hacia Dios, pensamientos preocupantes e ilusorios que a su paso no dejan paz. Por mi manera de actuar, pensarías que millones de vidas dependen de mí, cuando no es así en lo absoluto.
No estamos en control
Hay alguien que lleva la carga de este mundo, y no soy yo. Tampoco eres tú. Es Cristo, nuestro Señor y Salvador. Colosenses 1:17 dice que Cristo es «… antes de todas las cosas, y en Él todas las cosas permanecen». Ninguna situación le llega por sorpresa a Cristo, no se pone nervioso por algún resultado, tampoco se siente inseguro de Sus habilidades. Aunque puede ser difícil creer que, «todas las cosas», cómo dice en el pasaje, incluye nuestras (muchas veces silenciosas) luchas, aún aquellas que aparentemente no tienen esperanza ni salida ni ningún resultado positivo, Él es soberano sobre todas las cosas, y Él no tiene ningún problema para tener todo bajo control.
No existe ninguna situación que esté fuera de Su control
Dios sabe cómo hacer las cosas para nuestro bien y para Su gloria al mismo tiempo que afina y une cuidadosamente cada detalle con su perfecta sabiduría para lo que es mejor.
Dios es digno de nuestra confianza. Sus planes incluyen acercarnos a Él, pulir nuestra fe y hacernos más cómo Él. Dios no actúa como nosotras pensamos, pero podemos descansar seguras en que Él hace es inmensurablemente bueno.
Aunque conozco estas verdades, batallo para creerlas. Al mismo tiempo que rápidamente puedo decir que Dios está en control, lentamente lo creo en mi corazón. Soy lenta para descansar en Su soberanía en lugar de mi entendimiento. Durante la incertidumbre, mi mente se niega a dar prioridad a la Palabra. Honestamente, soy lenta para confiar que Dios es Dios.
Dios es sobre todo
Dios es Dios aun si lo tratamos como tal o no, porque cuando nos inquietamos, cuando tememos y nos preocupamos, no estamos aceptando los beneficios de dejar a Dios ser Dios. No importa la situación; existe una avalancha de bendiciones del lado de la rendición y la confianza.
El regalo de dejar a Dios ser Dios es que podemos relajarnos, sabiendo que estamos en Sus fieles y amorosas manos. No tenemos porqué decepcionarnos; podemos confiar en la provisión de Dios. No tenemos porqué temer, sino caminar hacia adelante con fe. Y cuando la vida tome un camino equivocado (según nosotros), no entremos en pánico. Podemos confiar en el plan perfecto de Dios para nuestra vida.
Cuando no estoy consciente de que Dios es Dios, tiendo a hacer planes y a moverme sin pedirle a Dios Su dirección. Poner mi voluntad antes que la de Dios nunca me ha hecho ningún bien. Cuando confío en mis propios planes en lugar de esperar a que Dios cumpla Sus propósitos, se vuelve un desastre. Las historias de Abraham, Isaac y Jacob (y muchos otros) son una prueba de ello.
El regalo de entregar la situación a Dios es el gozo de no adelantarse cuando no debemos; tenemos paz cuando realmente nos rendimos a la voluntad de Dios. No solo eso, podemos descansar en medio del caos cuando dejamos que Dios luche por nosotras. Después podremos decir como David cuando huía de Absalón: «Yo me acosté y me dormí; desperté, pues el Señor me sostiene» (Salmo 3:5).
Dios no abandona a Sus hijos. Si la voluntad de Dios es que vaya a la derecha o a la izquierda, hacia atrás o hacia adelante (o simplemente quedarme quieta), no tengo por qué entrar en pánico ni quejarme. Puedo confiar que Dios sabe mejor que yo, y como Su hija, puedo confiar que estoy justo donde Él quiere que esté.
Es mejor esperar en el Señor
Cuando dejamos a Dios ser Dios, estamos esperando que Él haga las cosas. Isaías 30:18 dice, «…¡Cuán bienaventurados son todos los que en Él esperan!» Unos versículos antes, en el 15 dice: «…En quietud y confianza está su poder». Aquellos que esperan en el Señor experimentarán una fuerza que no es propia. El regalo de dejar a Dios ser Dios es que podrás ver trabajar a Dios en primera fila mientras Él traza un camino que jamás sabías que existía.
Es increíble ver a Dios obrar mientras descansas en Él. Pero la verdad es que no descansaremos en Dios si no estamos dispuestas a esperar en Él. Es entonces cuando nos perdemos de Dios. Si no soy suficientemente paciente para consultar a Dios antes de continuar, entonces no estoy lista para continuar. Cuando no estamos dispuestas a pedir la opinión de Dios significa que ya hemos idolatrado la nuestra.
La conclusión es esta: si nuestra mayor preocupación es lo que pensamos y no lo que Dios piensa, no estamos dejando a Dios ser Dios. Y si ese es el caso, entonces hemos ejercido nuestra palabra por encima de la de Dios. Y ese no es el mejor escenario. Mis palabras fallan, pero la Palabra de Dios nunca falla.
«En cuanto a Dios, Su camino es perfecto; acrisolada es la palabra del Señor; Él es escudo a todos los que a Él se acogen». -Salmo 18:30
No sabemos qué depara el futuro, pero Dios lo sabe. Nosotras no sabemos las situaciones que funcionarán, pero Dios sí sabe. «¿Acaso no lo sabes? ¿Es que no lo has oído? El Dios eterno, el Señor, el creador de los confines de la tierra no se fatiga ni se cansa. Su entendimiento es inescrutable» (Isaías 40:28).
¿Estás experimentando los beneficios de dejar a Dios ser Dios en tu vida? Si no estás segura, comienza respondiendo a esta pregunta: ¿Frecuentemente te encuentras llena de fe y gozo, o de miedo y ansiedad?
Nuestra primera meta como seguidoras de Cristo es conocer a Dios tal como Él se ha dado a conocer. Nuestra segunda meta es rendirnos a Su voluntad, dejar a Dios ser Dios de nuestras vidas cada día porque nada escapa de Su soberanía.
Podemos confiar en los afectos implacables y en la fidelidad inquebrantable de Dios sin importar la situación. Habrá tiempos de espera, y seguramente la obediencia es requerida, pero una cosa sí es segura: siempre es mejor dejar a Dios ser Dios.
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