La Armadura de Dios: toma tu escudo de la fe

No hace falta decir (pero lo diré de todos modos) que la fe es un tema ampliamente discutido entre los círculos cristianos, porque sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:6). Los cristianos no son los únicos que practican la fe. Por ejemplo, se necesita de tanta fe (si no es que más) para creer que la tierra se unió a sí misma a través de un big bang que para creer que Dios creó el universo. La diferencia es el fundamento de esa fe: una postura cree en una teoría y la otra cree en la Biblia.

Ninguna persona puede vivir completamente vacía de fe. Todos creemos en algo aunque no creamos en lo que es verdad. En esencia, la fe es el acto de confiar en algo. Se necesita fe para sentarse en una silla, comer en un restaurante o ir al médico. Cuando leo y creo en lo que dice un artículo en Internet, tengo fe en la veracidad de las afirmaciones del autor. 

Pero Dios nos dice que solo hay una fuente de verdad consistente y válida: Él. Entonces, en Su bondad, Dios invita al mundo a creer en Él. Jesús dice: «No se turbe su corazón; crean en Dios, crean también en Mí» (Juan 14:1). Sin embargo, el diablo está constantemente tratando de persuadirnos para que pongamos nuestra confianza en otra parte. ¿Por qué? Porque el enemigo sabe que la confianza persistente en Dios actúa como escudo contra todo dardo de fuego lanzado en nuestra dirección.

La singularidad del escudo del creyente

Podemos probar otras técnicas todo lo que queramos, pero aquí está el resultado final: poner nuestra fe en cualquier cosa que no sea Dios nos deja vulnerables al más vil, astuto y perjudicial criminal que existe, y ¿quién quiere eso?

Cerramos nuestras puertas cuando no estamos en casa y vigilamos de cerca nuestros teléfonos y carteras, pero ¿qué tan astutas somos para proteger nuestros corazones, mentes y almas? Solo hay una forma de protegernos contra las mentiras omnipresentes, intoxicantes y camufladas del diablo: fe resiliente en la persona, el propósito y las promesas de Dios.

En Efesios 6:16, el apóstol Pablo dice: «Sobre todo, tomen el escudo de la fe con el que podrán apagar todos los dardos encendidos del maligno». En los dos versículos anteriores, Pablo instruye a los creyentes a ponerse el cinturón de la verdad, la coraza de la justicia y el evangelio de la paz como calzado para sus pies, todos los cuales son protecciones espirituales que usamos. Sin embargo, el escudo de la fe es diferente. No es algo que usamos, sino una herramienta defensiva que tomamos y usamos cuando las circunstancias lo requieren.

El escudo del soldado romano se llamaba scutum. La mayor parte del scutum consistía en madera cubierta por una piel de animal con molduras de metal alrededor de los bordes. No era lo que la mayoría de nosotras imaginamos, algo circular y pequeño como la tapa de un bote de basura (como lo que llevaba un caballero en la Edad Media). En cambio, era bastante grande, de dos a tres pies de ancho y cuatro a cinco pies de largo, parecido a una puerta resistente. Como puedes imaginar, un soldado romano necesitaba entrenamiento y fuerza para llevar su escudo.

Otro hecho interesante es que, un soldado podía esconder todo su cuerpo detrás de su scutum cuando fuera necesario. Además, los soldados podían unir sus escudos para formar un caparazón similar a una tortuga sobre la parte superior de toda su unidad. Unidos como uno solo, podrían protegerse entre sí para no caer durante los feroces ataques.

Las características del escudo del creyente

De la misma manera, podemos imaginarnos a los creyentes dentro de la iglesia uniéndose a aquellos que están pasando por tiempos difíciles y uniendo sus brazos para empoderar y fortalecer su fe. Cuando los hermanos y hermanas en Cristo se unen en la verdad y la justicia, unidos como uno en el Espíritu Santo, hacemos nuestra propia formación que simula ese caparazón que puede protegernos contra las asechanzas del diablo.

Pero el asunto es este. Esos soldados tuvieron que recoger y usar deliberadamente sus escudos para garantizar cualquier protección, y nosotras también debemos hacerlo. Incluso cuando estamos cansadas. Incluso cuando no nos apetece. Incluso cuando eso signifique dejar todo lo demás para mantener nuestros escudos en su lugar. Debemos persistir o arriesgarnos a sufrir lesiones espirituales graves o, lo que es peor, ser destruidas por completo por el enemigo.

Cada dardo que el enemigo nos lanza se puede extinguir con la fe bíblica centrada en Dios. Pero, ¿qué es la fe? Hebreos 11:1 explica la fe de esta manera: «Ahora bien, la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve». En esencia, la fe bíblica es la certeza de que Dios es quien dice ser y hará lo que dice, incluso cuando no podemos ver cómo.

Por otro lado, la fe no es una ilusión. Sin embargo, aquí es donde se hieren los sentimientos de muchos creyentes. Oran, creen y esperan que Dios haga algo que nunca dijo que haría, y luego, cuando dice que no, se confunden. Pero eso no es fe. Claro, tenemos permiso para pedirle a Dios cualquier cosa, pero creer que Dios hará lo que le pidamos no es fe. La fe es creer que Dios hará lo que Él ha dicho.

La necesidad del escudo del creyente

La palabra griega usada en este pasaje para fe es la palabra pistis. Se usa más de doscientas veces en el Nuevo Testamento, y se relaciona con la acción en casi todos los usos tal como lo hace en Santiago 2:17, que dice: «Así también la fe por sí misma, si no tiene obras, está muerta». En otras palabras, ¿de qué sirve la fe si no nos mueve a la acción?

Un creyente con su escudo de fe en su lugar no le dice a Dios qué hacer, sino que confía en que Dios cumplirá fielmente Sus promesas sin importar cuán incierta pueda parecer la situación en ese momento. El escritor de Hebreos nos da un ejemplo de fe bíblica cuando dice: «Por la fe entendemos que el universo fue preparado por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve no fue hecho de cosas visibles» (Hebreos 11:3).

Aquí está la versión abreviada de la fe bíblica: Dios lo dijo, así que yo lo creo, y así actúo en consecuencia.

La fe en Dios no es una locura; es lo más sensato que una persona puede hacer. Ya tenemos todo lo que necesitamos para protegernos contra las artimañas de Satanás: un Dios siempre fiel a Su Palabra inquebrantable. Pero si no conocemos a Dios y no conocemos Su Palabra, es mejor que le entreguemos al enemigo una bandera de victoria por adelantado. Aunque el diablo no puede robar nuestra salvación, es mejor que creas que hará todo lo posible para robar nuestra confianza en Cristo.

Cómo usar tu escudo

Cuando nos aferramos a Dios en Su Palabra, ni siquiera una flecha encendida bien colocada puede penetrar nuestra defensa. En cambio, nos mantendremos firmes, incansables en nuestra búsqueda de Cristo y resilientes en nuestra esperanza de Cristo.

  • Cuando el enemigo dice que soy débil, la fe dice que soy fuerte en Cristo (Ef. 6:10).
  • Cuando el enemigo me adjudica toda la culpa, la fe dice que la sangre de Cristo me limpia (Col. 3:13; 1 Jn. 1:9).
  • Cuando el enemigo dice que no soy nadie, la fe dice que soy una nueva creación gracias a la presencia vivificante de mi Señor Jesucristo (2 Cor. 5:17).
  • Cuando el enemigo dice que no puedo hacer nada bien, la fe dice que puedo hacer todo lo que Dios me llama a hacer a través de Jesús que me fortalece (Flp. 4:13)
  • Cuando el enemigo dice que a Dios no le importo, la fe dice: «Oh, ¡claro que sí!» (Jn. 3:16).
  • Cuando el enemigo dice que debo darme por vencida, la fe dice que Dios me acompañará (Ex. 19:4; Isa. 46:4).
  • Cuando el enemigo dice que estoy sola, la fe dice que Dios todavía está conmigo (Heb. 13:5).
  • Cuando el enemigo dice que soy esclava del pecado, la fe dice: «No, soy sierva de la justicia» (Rom. 6:18).
  • Cuando el enemigo dice que me falta lo que más necesito, la fe dice que Dios suplirá todas mis necesidades (Mat. 6:25–33; Flp. 4:19).

¿Viste cómo funciona esto? Una cosa es hablar de la fe, pero otra cosa es vivirla. Las ilusiones no nos protegen, pero la Palabra de Dios sí.

Entonces, cuando las circunstancias buscan hacernos dudar y el diablo busca sacudirnos, levantamos nuestros escudos de fe creyendo que Dios es quien dice ser y hará todo lo que ha dicho, incluso cuando parece imposible. Nuestra confianza reside en Dios, amada, no en nosotras mismas o en nuestros talentos o amigos, o alguna otra esperanza equivocada.

Querida hermana, si es el miedo lo que nos hace dudar, entonces es la fe la que nos anima a confiar. Entonces, incluso si no tienes ganas, incluso si tienes que detenerte y no hacer nada más, sostén ese escudo de fe y protégete (junto con tu familia) creyendo ante todo en Dios. Todos los días, sin importar el día: «Él es escudo para los que en Él se refugian» (Proverbios 30:5).

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Sobre el autor

Stacey Salsbery

Stacey Salsbery es esposa de granjero y madre de cuatro hijos. Cuando no está sirviendo una comida, viajando en un tractor con su esposo o llevando a los niños a practicar, la encontrará escapando de la locura escribiendo devocionales en … leer más …


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