El día comenzó como cualquier otro. Estaba en mi lugar de trabajo cuando me tomé un descanso a media mañana para echar un vistazo en Facebook. Noté que había un mensaje de una amiga, pero no estaba preparada para las noticias que contenía. Mi amiga me dijo que su esposo recientemente había interpuesto una demanda de divorcio.
Quedé aturdida. No se daban detalles, pero eso no evitó que mi corazón se hundiera y mi estómago se retorciera. Me sentí como atada a un escalofriante carro de montaña rusa de un parque de diversiones –pero peor. Mi amiga no se encontraba en un paseo divertido; ésta era su nueva realidad.
Apenas unas horas después, supe que una amiga de la infancia había perdido de manera inesperada a su esposo de hacía dos años y medio, dejándola con un hijo de un año de edad. Es tan joven, pensé ¿Cómo pudo pasarle esto? No importaba que no la hubiese visto o hablado con ella los últimos veinte años; me sentía devastada.
Cuando la tragedia llega de golpe
Sin duda has experimentado un escenario parecido… uno que preferirías olvidar. La casa de tu amiga se quemó. El bebé de tu hermana está en condición crítica en cuidados intensivos en la unidad neonatal. A tu compañera de trabajo le diagnosticaron leucemia y está tomando quimioterapias. Tu papá murió de un ataque al corazón.
La tragedia te golpea, y te deja dando vueltas con preguntas. ¿Por qué a la gente “buena” le suceden cosas “malas”? ¿Qué hacemos con toda la porquería que la vida nos pone enfrente? ¿Cómo enfrento un dolor tan intenso? ¿Realmente es mi aflicción parte del plan de Dios?
Joni Eareckson Tada se preguntó lo mismo desde su cama de hospital, con su cuerpo débil por la parálisis y su mente agitada en un desconcierto absoluto. Un accidente al zambullirse la había dejado cuadripléjica en una silla de ruedas…una joven de dieciocho años, atemorizada con un cúmulo de dudas y temores. Años después, ella escribió sobre esa experiencia:
Mi razonamiento era que fue pura mala suerte haber ido a la playa ese día. Pensé que fue la ley de la probabilidad que la marea hubiese estado baja justo ese día. Pensaba en que, si Satanás y Dios estuvieron en absoluto involucrados en mi accidente, entonces debió haber sido que el diablo había torcido el brazo de Dios para pedirle permiso. Me imaginaba a Dios respondiendo titubeante, “Bueno, supongo que estará bien que le hagas esto y aquello… pero solo esta vez, y por favor, no la lastimes demasiado.
Razoné que una vez que Dios le concedió el permiso a Satanás, había corrido nervioso tras él, con un equipo de reparaciones, para parchar lo que Satanás había arruinado, balbuceando para sí mismo, “Oh qué bien, ahora ¿cómo se supone que voy a hacer que todo esto coopere para bien?” Peor aún, pensé que al quedar discapacitada me había perdido lo mejor que Dios tenía para mí, y que al Señor no le había quedado más que recurrir a un plan B divino, para mi vida.
¿Puedes identificarte con Joni? ¿Te parece que lo único que existe para ti es el Plan B? ¿Tu vida se siente más como un recipiente con sobras, colocado detrás de la última repisa del refrigerador, y no como un diamante reluciente de gran valor, cuidadosamente protegido?
Confiando en los planes de Dios
No podemos negar que en la vida hay muchas cosas que no resultaron como las habíamos planeado. Mi amiga no pidió ese divorcio. Esa joven mamá no esperaba ser una viuda a sus casi treinta. Y el dolor o la angustia que estás experimentando –u observando cómo lo maneja una persona que amas- nunca estuvo en tu agenda.
Pero como dijo Joni, nada de lo que está sucediéndote le tomó por sorpresa a Dios. Él no es el entrenador de fútbol que se vio derrotado en el último cuarto con una jugada engañosa del equipo contrario. Tampoco es parte de la audiencia en un teatro preguntándose cómo va a desarrollarse la trama. Él tiene pleno conocimiento de la situación y está en absoluto control en todo tiempo. Esto debería verdaderamente traernos consuelo. Cualquier cosa menos que eso, socavaría Su carácter y disminuiría Su grandeza. ¿Qué tipo de Dios valdría la pena adorar si no puede siquiera controlar los resultados del mundo que Él puso en marcha?
La verdad es que Dios anhela compartir con nosotros el gozo y la paz que se encuentra en Él a través de Jesucristo. Pero como lo señala Joni: “Dios solo comparte su gozo en sus términos, y en esos términos nos llama a sufrir como su Hijo amado sufrió.” Vemos esto confirmado en 1a. P. 2:21 “Porque para este propósito habéis sido llamados, pues también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas.”
Mientras que quizá no entiendas o ni siquiera desees Su plan para ti, eso no niega Su cuidado amoroso. Dios no rebosa de alegría por tus circunstancias dolorosas. Al contrario, a Él le duele el pecado que está infiltrado en este mundo caído que resulta en enfermedades, injusticia y maldad. Pero lo que mueve la compasión de Dios no es primeramente Su deseo de aliviarte de estas “aflicciones leves y pasajeras” (aunque Él puede decidir hacerlo), sino rescatarte de tu pecado. Ese es Su Plan A para ti –Su plan salvador, santificador que ningún hombre puede impedir y ningún enemigo puede anular.
Perlas de Verdad a las cuales aferrarnos
Quizá estás comenzando a ver el cuadro completo detrás de tu sufrimiento, pero a tu corazón aún experimenta dolor mientras aun fluyen las lágrimas; y los hechos de la dura y fría vida, siguen siendo…bueno, duros y fríos.
Estas son respuestas apropiadas y naturales de las cuales espero que nunca te avergüences de expresar. A Dios no le incomoda cuando lloras, ni se siente desilusionado de que no hayas “avanzado.” Un corazón humildemente rendido a Dios puede seguir sintiendo toda una gama de emociones. Eso no es algo malo. El Dios que creó los conductos de tus lágrimas y tus emociones promete escuchar y responder a la “voz de tu llanto” (Sal. 6:8). Es más, “el Dios de toda gracia, que os llamó a su gloria eterna en Cristo” promete restaurarte y fortalecerte (1ª P. 5:10).
Sea que tu dolorosa situación se resuelva o se prolongue, o incluso se agrave, en Su Palabra está la gracia que te sustentará. Por lo tanto, aférrate a Sus promesas:
- A pesar de lo que estés sintiendo en este momento, Dios todavía cuida de ti.
- No importa cuán sombrías se vean las cosas, Dios todavía se sienta en Su trono.
- Tu vida no es un error o una añadidura tardía. Dios escribió cada palabra de tu historia, desde la introducción hasta el epílogo, y Él no se ha dado por vencido contigo.
- Un día tu sufrimiento terminará, y quedarás maravillada de ver cómo realmente fue para tu bien y para la gloria de Dios.
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