Imagina que estás a punto de tomar una decisión equivocada y una persona te hace ver, ya sea por experiencia o por lógica, lo que puede pasar si tomas esa decisión. Pero estás tan segura de tu decisión que de tu boca sale la frase: «¡Me atengo a las consecuencias!».
¿Te ha pasado? ¿Lo has pensado? ¿Lo has dicho?
Si alguna vez te ha pasado, creo que es porque probablemente en el fondo crees que puedes controlar aquellas consecuencias, y que si «te pones lista», podrás esquivarlas, cambiarlas o simplemente ignorarlas.
Creo que cuando la consecuencia llega finalmente, lo que hacemos entonces, es querer tratar de «solucionar» o «revertir» aquella decisión. Buscamos una salida rápida, nos quejamos o incluso buscamos a quién culpar, y batallamos para reconocer y aceptar las consecuencias de nuestros pecados.
Cualquiera que sea la reacción, la intención es la misma: controlar la situación.
Él es el Señor; que haga lo que bien le parezca
Al comienzo del primer libro de Samuel, en el capítulo 2, se relata el pecado de los hijos de Elí. Sabemos que Elí era el sumo sacerdote en Silo, y que tenía dos hijos: Ofni y Finees. Ellos también eran sacerdotes, pero impíos, y cometieron pecados muy graves delante del Señor en el templo.
Al tolerar el pecado de sus hijos, Elí mostró preferencia por ellos por encima de Dios. Por lo tanto, Elí era indigno de recibir la bendición de Dios.
Y aún cuando el Señor había hecho un pacto con la casa de Eleazar con la que Dios prometió un sacerdocio perpetuo y de la cual Elí era descendiente (Números 25:12-13), el Señor decide cortar la descendencia de Elí del sacerdocio (1 Samuel 2:30-36). Así que, Dios envía a un varón para anunciarle estas cosas a Elí, confirmando que la señal del cumplimiento de estas consecuencias sería la muerte de sus dos hijos.
Luego, Dios repite este mismo anuncio a Samuel en su primer encuentro con Él: «Entonces Samuel se lo contó todo, sin ocultarle nada. Y Elí dijo: “Él es el Señor; que haga lo que bien le parezca”». -1 Samuel 3:18
Siendo muy sincera, creo que si yo hubiera estado en el lugar de Elí o si alguien simplemente me adelantara las consecuencias de mis actos, probablemente estaría llorando, gritando de angustia, enojada o tal vez deprimida. ¡Y pensaría que con justa razón! Pero la reacción de Elí fue otra. Y meditando en su reacción, me he dado cuenta de dos cosas en particular: la primera es que la manera en la que reacciono a mis consecuencias puede darle la gloria a Dios o no, y la segunda es que yo no puedo cambiar ni controlar mis consecuencias.
Reconoce que Dios es el Señor
«¿Quién es aquel que habla y así sucede, a menos que el Señor lo haya ordenado?¿No salen de la boca del Altísimo tanto el mal como el bien?¿Por qué ha de quejarse el ser viviente? ¡Sea valiente frente a sus pecados! Examinemos nuestros caminos y escudriñémoslos, y volvamos al Señor. Alcemos nuestro corazón en nuestras manos hacia Dios en los cielos». -Lamentaciones 3:37-41
Reconocer que Dios es el Señor nos pone en una posición de humildad delante Dios. Estamos reconociendo que no hay nadie como Él y que nosotras no tenemos esa posición de gloria. Reconocer que Dios es soberano y que Él tiene el control sobre cada situación y consecuencia en nuestra vida da honra y gloria a Su nombre.
En el momento en el que nos humillamos delante Dios, nuestro corazón será más sensible a Su voluntad. Estamos dando paso a que el Señor obre en nuestro corazón y no a la amargura o al resentimiento. Dios se agrada de un corazón humilde y da gracia a aquellos que reconocen Su nombre y se vuelven de sus pecados.
Sométete a la disciplina de Dios
Cuando Elí dijo: «Que haga lo que bien le parezca», no creo que lo haya dicho con una actitud deprimida, rebelde o con amargura. Pienso que Elí realmente se está sometiendo incondicionalmente a la palabra que Dios le había revelado.
Esta debe ser nuestra actitud frente a las consecuencias de nuestros pecados. No solo reconocer que Dios es el Señor, sino también someternos a Su disciplina. Dios cumplirá Su Palabra independientemente de cuál sea nuestra reacción. Pero creo que, si como hijas de Dios, nuestro propósito es glorificarlo con nuestra vida, entonces, al tener una actitud de sumisión ante Él, Su nombre será glorificado. Y no solo eso, sino que podremos sobrellevar mejor las consecuencias de nuestros actos porque estamos confiando y creyendo en que Él sabe cómo corregirnos mejor.
Un ejemplo contrario a esto es el rey Saúl. Cuando Dios, por causa de su desobediencia, le quita el reino, Saúl no acepta las consecuencias. De hecho, intentó manipularlas. Pero Samuel le responde:
«También la Gloria de Israel no mentirá ni cambiará su propósito, porque Él no es hombre para que cambie de propósito». -1 Samuel 15:29
Y más adelante, en el mismo Libro de 1 de Samuel, vemos que el corazón de Saúl se vuelve resentido y amargado, a tal grado que un espíritu malo lo atormentaba.
Querida amiga, mi intención no es invalidar el dolor o la aflicción que puedes estar pasando por causa de la disciplina por tu pecado. Mi intención y mi anhelo es que, aún en medio de estas consecuencias dolorosas, podamos ver a Cristo y tengamos esperanza en medio de ellas. Dios es bueno y misericordioso, pero también es inmutable y soberano. Sus propósitos para nuestra vida están en Sus manos y no cambian. Tal vez el Señor no cambie nuestras consecuencias, pero sí estará con nosotras en medio de ellas, Él promete nunca dejarnos ni desampararnos. Así que, te invito a reconocer que Dios es el Señor y a someterte a Él. Esto mantendrá tus ojos puestos en Él y dará gloria a Su nombre en medio de tus consecuencias.
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