Después de ministrar por más de dos décadas a personas con aflicciones, he llegado a creer que la ingratitud está en el mismo corazón de mucha—o de toda— la tristeza, la falta de esperanza y el desaliento, tan prevaleciente en medio de nuestro círculo de creyentes. Más aún, mucho de los pecados que plagan y que han devastado nuestra sociedad, pueden ser rastreados hacia esa raíz de un corazón mal agradecido, que muchas veces no es detectada.
La «actitud de la gratitud» es algo que desesperadamente necesita ser cultivado en nuestros corazones, en nuestros hogares, y aún en nuestra sociedad. Su presencia trae consigo un sinnúmero de bendiciones, mientras que su ausencia acarrea profundas y letales repercusiones. Consideren conmigo alguno de los contrastes entre un corazón agradecido y uno no agradecido:
Una persona agradecida es humilde, mientras que la ingrata revela orgullo.
La persona agradecida tiene un sentido de indignidad: «Yo tengo mucho más de lo que merezco.» Pero la persona malagradecida dice, «Yo merezco mucho más de lo que tengo.»
A mí siempre me ha impresionado el espíritu de agradecimiento de Rut la Moabita. Enviuda, luego de no menos de diez años de matrimonio, y termina siendo una extraña empobrecida en una tierra extranjera, y «condenada» a vivir con su amargada suegra. Rut prevé una manera de sustento para ella y Noemí. Cuando ella descubre a Booz, quien le extendió el derecho de recoger en sus campos, ella se sintió sobrecogida al tratar de expresar su gratitud ante un gesto lleno de gracia de su parte: Ella se postró sobre su rostro, se inclinó a tierra y le dijo: «Porque he hallado gracia ante tus ojos, para que tú te hayas fijado en mí, siendo yo una extranjera.» (Rut 2:10 RVA)
Bajo circunstancias similares, muy probablemente yo hubiese pensado, o aún dicho a otros, «¡Eso es lo menos que él puede hacer!» Pero la humildad de esta joven viuda se hace evidente en su respuesta de gratitud ante un pequeño gesto de bondad mostrado a ella por otra persona.
Una persona agradecida es una persona amorosa que busca la gratificación y bendición de los demás, mientras que una persona mal agradecida tiende a la auto- gratificación.
Uno de los resultados más comunes de la ingratitud es el pecado de impureza moral. El hombre o la mujer que no es agradecido por la manera en que Dios ha suplido sus necesidades empieza acusando y encontrando falta en nuestro buen Dios. Al rechazar la provisión que ya Dios ha hecho, la persona mal agradecida está a solo un paso de buscar su satisfacción de una manera ilegítima.
Un corazón agradecido es un corazón lleno, mientras que un corazón mal agradecido está vacío.
Sin importar cómo se compare con los demás, una persona agradecida experimenta un sentido de plenitud. Pero si no es una persona agradecida, de hecho, siempre tendrá un sentido prevaleciente de vacío. Yo imagino un corazón mal agradecido como un recipiente con un agujero que hace que las bendiciones se cuelen. La persona agradecida tiene una capacidad ilimitada de disfrutar verdaderamente las bendiciones de Dios, mientras que un corazón mal agradecido no puede disfrutar las bendiciones que ya tiene.
El Apóstol Pablo nos provee de una poderosa ilustración de este principio. El libro de Filipenses es una nota de agradecimiento escrita para expresar su gratitud por lo que los creyentes de Filipo hicieron para ministrar a las necesidades materiales de Pablo, mientras él viajaba y plantaba iglesias.
Habiendo expresado su sincero agradecimiento por los regalos recientemente recibidos, Pablo escribe una afirmación extraordinaria desde una prisión Romana carente de todas las necesidades—a excepción de las más elementales: «Sin embargo todo lo he recibido y tengo abundancia; estoy lleno» (Filp.4:18). ¿Quién, sino una persona agradecida, puede evaluar su condición de encarcelamiento con estas palabras?
Una persona agradecida es fácilmente complacida, mientras que un mal agradecido está sujeto a amargura y descontento.
Años de consejería a personas que están crónicamente infelices, deprimidas, frustradas, y emocionalmente inestables me han convencido de que estos «desórdenes» a menudo provienen de un corazón mal agradecido, independientemente de cualquier circunstancia externa que pudiera sugerir una explicación a la condición.
Un corazón mal agradecido se aferra a sus «derechos» y se coloca en una posición de dolor y desengaño cuando Dios u otras personas fallan en actuar de acuerdo a sus expectativas. Pero los individuos que han rendido todos sus derechos a Dios ven la vida a través de los ojos de la gratitud y no hay lugar en sus corazones para emociones egocéntricas y destructivas.
Un corazón agradecido será revelado al expresar palabras de agradecimiento, mientras que un corazón mal agradecido se manifestará al murmurar y quejarse.
Un espíritu agradecido capacita a las personas a visualizar y responder a las circunstancias más dolorosas de la vida con acción de gracias. Como observara alguien en una ocasión: «Hay personas que se quejan porque Dios le pone espinas a las rosas, mientras otras Lo alaban por poner rosas en medio de las espinas.»
Los creyentes agradecidos del pasado tienen mucho que enseñarnos sobre este asunto. Matthew Henry, el reconocido comentarista del siglo 19, fue una vez acosado por ladrones. Reflexionando sobre esta experiencia, él escribió en su diario, «¡Déjame agradecer, primero, porque nunca me habían robado; segundo, porque todo lo que se llevaron fue mi billetera, y no me quitaron la vida; tercero porque, aunque se llevaron todo lo que tenía, no era mucho; y cuarto, porque yo fui el robado y no el que robó!»
Somos llamados a ser personas agradecidas, que reconocen y expresan aprecio por los beneficios que hemos recibido de parte de Dios y de los demás. Todos somos deudores, y pagamos esas deudas con corazones agradecidos y palabras de agradecimiento. No es suficiente sentir la gratitud en nuestros corazones, esa gratitud debe ser comunicada a las personas a quien la debemos.
Tú y yo no seremos verdaderamente libres, aunque hayamos sido libradas de la esclavitud, si en nuestros corazones y labios hemos cesado de dar gracias. Quizás ahora mismo es un buen momento de viajar hasta el Calvario para arrodillarnos ante nuestro increíble Salvador, mirar a Su rostro, y decir, ¡Oh Señor Jesús, gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!
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