“Porque lo digo yo”. No sé si en tu país, pero en México, esta es una frase muy popular. Sobre todo la usan mamás cuando un hijo les pregunta “¿por qué?”, y ellas no quieren dar explicaciones. Generalmente es dicha con un tono altanero, brusco e intimidante. Algunas mamás que estén aún en la etapa en la cual sus niños o adolescentes cuestionan todo, nos podrán contar si se identifican con esto.
Cada vez que escucho en algun supermercado o plaza a alguna mamá contestar así, pienso en Efesios 6:4: “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en la disciplina e instrucción del Señor”. Quizá tú pienses: “Yo no soy así. No molesto a mis hijos, ni los ignoro, sí les doy respuestas”. ¡Excelente! Ahora te invito a ir más profundo y examinar: ¿cómo están tus demás actitudes? ¿Has ignorado, humillado, sido áspera, impaciente, menospreciado, juzgado sus casos a la ligera (sin conocer todos los hechos), has sido exasperante o levantado la voz sin razón? Hay miradas y gestos que lastiman tanto como las palabras, así como silencios aniquilantes.
Todos fallamos
Desde la caída, el pecado está a la puerta y, con él, la oportunidad de lastimarnos unos a otros, voluntaria o involuntariamente. Malentendidos y pequeñas diferencias pueden iniciar una gran guerra. ¡Cuántas oportunidades se dan en el hogar para provocarnos a ira unos a otros! Somos varios pecadores teniendo contacto continuo. Las chispas pueden prender una gran hoguera.
Me gustaría poder hablarte desde el asiento de la “mamá perfecta”, de esa mamá que nunca se equivoca y que tiene todas las respuestas, pero no puedo porque esa mamá existe solamente en nuestra imaginación. Todas, aún con nuestras mejores intenciones, fallamos. Fallaremos mientras estemos en este mundo, aún al ir avanzando por el camino de la santificación.
Si somos tan falibles, ¿qué podemos hacer para que nuestros hijos no se resientan con nosotras y nos cierren su corazón? ¿Qué herramientas tenemos disponibles para mantener el canal de comunicación abierto y que la relación no se dañe?
La Palabra nos da luz sobre la relaciones.
Cuando estaba embarazada de mi primer hijo, me sentía tan ignorante e incapaz de ser una buena mamá para él. Así que leí mucho sobre la crianza (y como sigo necesitando ayuda, sigo orando, leyendo y escuchando consejo). El tema del perdón, el arrepentimiento y la humildad, me llamó mucho la atención, pues al conocer lo devastadoras que son las relaciones rotas, no quería ser una mamá intransigente, orgullosa y dictadora. ¿Qué haría para cuidar nuestra relación?
Procuremos la paz. Una de las actividades diarias que comenzamos, desde que mi hijo era pequeñito, es terminar el día conversando y orando. En una parte de esa charla nocturna siempre le preguntaba, “Josué, ¿estamos en paz el uno con el otro?” La primera vez me preguntó, “¿Qué significa “estar en paz” mami?”. Y le expliqué Romanos 12:18. “Si es posible, en cuanto de vosotros dependa, estad en paz con todos los hombres”. En palabras infantiles le dije, “estar en paz uno con el otro significa que nuestra relación está bien, que no hay muros o barreras entre nosotros, que no estás enojado conmigo ni yo contigo, que no hay rencores, ni temas pendientes, que si alguno de los dos se equivocó hoy, ya pidió perdón y nada nos separa. Que si alguno tiene algo contra el otro, ya decidió perdonar y que ya no habrá remordimientos si acaso esta fuera nuestra última plática en la vida”. Hice muchas veces esa pregunta, sin saber si en realidad me comprendía o no. Su respuesta fue siempre el mismo entusiasmo: “¡Sí mami!, ¡estamos en paz!”.Me abrazaba, orábamos juntos, me daba un beso y ¡a dormir agusto, en paz!.
Los años pasaron… y una noche, sucedió. Un silencio ensordecedor, el ambiente tenso y yo sin comprender qué estaba pasando. La respuesta esa noche, al hacer la pregunta habitual fue, “no, no estamos en paz”. Y al hacer más preguntas y escuchar sus argumentos me di cuenta que efectivamente… yo me había equivocado.
Fue esa noche donde pude escuchar, reconocer mi pecado, humillarme, y caminar junto con mi hijo el proceso de comunicación y perdón. Oré para restaurar nuestra relación y para pedirle a Dios ayuda para cambiar. Luego de eso pude escuchar, “ya mami, ahora ya estamos en paz”. No puedes imaginar el gozo que sentí en mi corazón cuando nos abrazamos y el muro de rencor cayó. Todos esos años de practicarlo habían servido de mucho.
Las relaciones importan. Recibamos y extendamos gracia.
Nos equivocaremos tantas veces, que habrá muchas oportunidades de mostrar con nuestro ejemplo cómo debe ser el proceso de reconocer nuestros errores, arrepentirnos, pedir perdón y comprometernos, con la gracia de Dios, a cambiar.
Nuestros hijos tienen claro que somos imperfectos y les ayudará saber que reconocemos que no somos seres superiores en este aspecto, sino que todos los miembros de la familia, al igual que ellos, necesitamos un Salvador. El orgullo de una mamá al no reconocer sus fallas, puede, además de lastimar el corazón de su hijo, entorpecer su entendimiento sobre la libertad que tiene de reconocerse necesitado de Dios en cada área de su vida. Habrá ocasiones en las cuales tus hijos se enojen porque pusiste disciplina o límites, o porque dijiste no. Es normal. Cuando debes humillarte y pedir perdón es cuando sabes que reaccionaste o decidiste mal.
Pedir perdón no te hace débil, sino fuerte.
He escuchado a algunas mamás decir que piensan que si reconocen sus faltas o debilidades frente a sus hijos, perderán su respeto. Por eso se colocan en un pedestal autoritario, duro, extendiendo un dedo acusador y sin reconocer sus errores. Nada está más lejos de la realidad. Tus hijos valorarán la verdad, la transparencia, la vulnerabilidad y el ejemplo que des con tu vida, en tu andar cristiano, y lo agradecerán. Si deseas hijos humildes y sensatos que reconozcan sus luchas y pecados, comienza por reconocerlos tú.
Si deseamos hijos que tengan un corazón tierno para con Dios, reconociendo su necesidad de Él, debemos modelar el arrepentimiento y la humildad, que tengan ejemplos concretos de cómo reconocer el pecado y pedir perdón a Dios y a los demás. Esta actitud será como una puerta para llegar a su corazón. Por otro lado, la necedad y el orgullo endurecen el corazón y destruyen relaciones. Ignorar nuestro pecado, no lo borra ni lo esconde. Necesitamos algo mejor: humildad para pedir perdón. El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia. Prov. 28:13.
Sí, tus hijos necesitan un tiempo para leer la Palabra y orar juntos, para aprender conceptos importantes. Pero más que marcar una “lista de actividades” como resueltas, lo que impactará su vida cristiana en familia son las actitudes con las que se relacionan diariamente. Si las actitudes en general son orgullosas y tensas, y no se produce la reconciliación, sino que el rencor crece, el “tiempo devocional” puede ser una experiencia frustrante y aun contraproducente. Necesitamos vidas de devoción, no sólo espacios de tiempo devocional.
Cada situación en tu hogar es una oportunidad para enseñar el evangelio de un modo más contundente que cualquier libro o curso sobre “vida cristiana”. La vida familiar será donde nuestros hijos descubran las respuestas a sus preguntas, donde perciban el amor de Dios hacia ellos por la forma en que son tratados, cuando ven cómo se tratan entre sí sus padres y cómo tratan a los demás. La manera en que afronten y resuelvan los conflictos, las actitudes ante las crisis de salud, económicas, afectivas, cómo valoran a las personas y las cosas, su actitud frente a la vida; son vivencias que quedarán grabadas en cada hijo de un modo natural, espontáneo, y definitivo. Se ha comprobado que “los niños serán más propensos a pedir perdón cuando han visto a sus padres hacerlo y cuando han experimentado gracia en las relaciones humanas”.1
“El corazón tierno, el espíritu quebrantado y contrito, están para mí muy por encima de todos los gozos que podría esperar jamás en este valle de lágrimas. Anhelo encontrarme en el lugar que me corresponde, con la mano sobre la boca y la boca en el polvo… Siento seguridad en este suelo. Aquí no puedo errar… Estoy seguro de que, desprecie Dios lo que desprecie, nunca va a despreciar al corazón quebrantado y contrito”. Charles Simeon
La humildad es tan deseable, tan necesaria para toda relación, tan adecuada para honrar a Dios al estar dispuestos a arrepentirnos, que debemos procurarla y enseñarla intencionalmente a la próxima generación. Oro que este tema permanezca en nuestra mente, sobre todo en momentos de dificultad. Que el Señor siga formando ese corazón en nuestras vidas, y que con estas herramientas mantengamos relaciones saludables y abiertas, para Su gloria.
1 Puedes leer más sobre esto, en el libro Nothing Less, donde se hizo una investigación para conocer cómo fue la crianza de niños que al crecer, siguieron caminando en la fe cristiana. Lo que encontraron fue la gran influencia del todo de la Palabra y el gran efecto que causa el ver cómo luce su aplicación en una vida cristiana fiel.
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