Cuando pienso en algunas de las mujeres de la Biblia, cuyos ejemplos son de condenar y sus respuestas pecaminosas, creo que yo habría reaccionado ante sus circunstancias de la misma manera que ellas.
Pensemos en el caso de Sara, con la promesa de un heredero, los años pasan y pasan, y nada. Ella debió haber esperado, esperado y esperado, hasta que decidió darle una «ayudita» a Dios para agilizar las cosas.
Creo que esto es muy común, sobre todo en nosotras las mujeres, porque al día de hoy, todavía creemos la mentira de Satanás de que seremos como Dios sabiendo el bien y el mal. Creemos saber lo que es mejor para nosotras y los que nos rodean, y actuamos en consecuencia.
En realidad lo que se pone de manifiesto es nuestra incredulidad, que se demuestra en nuestra impaciencia. No creas que es un asunto de personalidad. Es más bien nuestra naturaleza pecaminosa. Esa impaciencia dice sin palabras que Dios no está haciendo las cosas como nosotras entendemos que sería la mejor forma, ni al ritmo que nosotras consideramos aceptable. Por consiguiente dudamos de la sabiduría y la bondad de Dios.
Hace unos días estaba frente a una de esas situaciones que desesperadamente quieres ver resuelta, quieres una respuesta y una conclusión al caso. Situaciones que ponen a prueba nuestro corazón y ponen de manifiesto nuestra falta de «esperar» en Dios.
Mientras estaba en mi tiempo devocional llegué a Isaías 30:15,
«Porque así ha dicho el Señor Dios, el Santo de Israel…en quietud y confianza está vuestro poder».
Esas últimas palabras quedaron resaltadas ante mis ojos: en quietud y en confianza está vuestro poder, otras versiones dicen, vuestra fortaleza. Yo hubiera querido tomar las riendas y hacer tantas cosas, pero este texto me recordaba que en quietud y confianza debía esperar.
El contexto del capítulo era que el pueblo de Israel estaba amenazado por un gran ejército, y ellos, ante su debilidad y pequeñez, habían tenido la brillante idea de ayudar a Dios. Decidieron ir a Egipto en busca de ayuda (v.1-5) pero al igual que yo, y al igual que Sara, y probablemente al igual que tú, todas esas ideas vienen de un corazón pragmático que quiere solucionar su problema, sin tener que esperar en Dios. Estos israelitas pensaban que Dios no estaba ocupándose del problema como y cuando ellos entendían que debía hacerlo. Dios tardaba.
Ante este tipo de situaciones tenemos dos caminos: nos rendimos y tiramos la toalla y decimos: no voy a hacer nada, o desesperadamente buscamos la solución en nuestras propias fuerzas.
Ahora, nosotras sabemos que ambas cosas están mal!!! Y no queremos responder así! Queremos esperar en Dios, y desarrollar la paciencia que es fruto del Espíritu.
¿Cómo dice Dios que podemos hacerlo?
«Espero en el Señor;
En Él espera mi alma,
Y en Su Palabra tengo mi esperanza».
Salmo 130:5
El salmista dice que él espera en el Señor, y que en el Señor espera su alma. Pero de dónde viene la fortaleza del salmista? Viene de Su Palabra. «Y en Su Palabra tengo mi esperanza».
El poder detrás de esa esperanza está en la Palabra. Cuando confías en algo en el futuro eso es esperanza. «Hubiera yo desmayado si no creyere que veré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes» Salmo 27:13.
La fe es poder esperar en el futuro y la fuente de esa fortaleza son las promesas de la Palabra de Dios. La Palabra es nuestra herramienta para poder esperar en quietud y en confianza.
Esta es una lucha de todos los días. Y mientras más difícil es la situación, más tentadas seremos a buscar la solución por nosotras mismas o a pensar que hay algo más que podemos hacer.
Ese día, mi respuesta fue venir delante de Dios y elevar esta oración que te comparto:
Señor, en quietud; quietud en mi alma, en mi espíritu. Esa quietud de saber que Tú estás en control. El soberano de la tierra ¿no ha de hacer lo que es justo?
En confianza; sabiendo que Tú sabes lo que conviene. Tú conoces el final desde el principio, y sabes lo que yo no sé. Me concederás el anhelo de mi corazón si es para Tu gloria y para mi bien. ¡Qué se haga Tu voluntad y no la mía!
Espero en ti, con paciencia, sabiendo que me harás fuerte, porque la promesa de tu Palabra es fortaleza. En quietud y en confianza será vuestra fortaleza.
Quieta la lengua.
Quieto el corazón.
Porque Jehová es Dios.
Estad quietas y reconoced que Jehová es Dios
Ayúdanos a llegar a otras
Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Mujer Verdadera?
Donar $3
Únete a la conversación