Gracias por no darme lo que pedí

La Navidad se ha convertido en una fiesta del consumismo. Los periódicos, revistas, calles y televisión están plagados de puro comercio y publicidad acerca del próximo artículo que «necesitas» y debes tener.

No se trata de algo nuevo, sino de algo que incluso esperamos, algo por lo que hemos llegado a desarrollar planes de contingencia para detener esta avalancha mercadológica. Por esa razón, cuando nuestros hijos, cuyas mentes jóvenes son influenciables, nos piden cada uno de los juguetes que ven a través de la publicidad, estamos preparadas para contestarles y actuar conforme a nuestros principios y valores, tratando de guardarlos y protegerlos incluso de ellos mismos pues no saben lo que les conviene.

En una ocasión meditaba en lo persistente de sus espíritus por sus peticiones repetidas de un juguete o dulce, cuando el Espíritu Santo trajo a mi memoria una serie de pedidos que con mucha insistencia y devoción yo había hecho al Señor. Pedidos que hoy podía darme cuenta que eran claramente erróneos o inconvenientes. ¡Qué sorpresa fue percatarme que en ocasiones estaba haciendo exactamente lo mismo que los niños, pidiéndole a Dios que hiciera esto o aquello que yo quería sin siquiera saber si era Su voluntad!

«De la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. No sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles». -Romanos 8:26

Ese versículo fue mi meditación el resto de la tarde mientras recordaba algunas peticiones específicas que no recibieron la respuesta deseada en su momento y que luego Dios había mostrado cómo eso no era conveniente o sensato.

Compartí esa reflexión con mi esposo y juntos comenzamos a pensar en todas aquellas cosas que habíamos pedido con devoción y Dios no nos concedió. La lista ha sido larga a lo largo de los años, algunas cosas eran casi graciosas y en otras, nos dio una sensación de gran alivio al recordarlas; desde negocios que no convenían financieramente, cuando no había llegado el tiempo para los hijos, hasta la petición de que quitara alguna enfermedad que luego había sido un gran instrumento para nuestra transformación.

Nuestro gran Dios tiene cuidado de nosotros y como un Padre amoroso y sabio solo da a Sus hijos aquellas cosas que, dentro de su conocimiento, sabe que serán para nuestra edificación y crecimiento.

Él siempre sabe lo que es mejor.

«La bendición del Señor es la que enriquece, y Él no añade tristeza con ella». -Proverbios 10:22 

Que en este final de año podamos decir: ¡Gracias Dios por no haberme dado todo lo que te pedí aunque pensaba que lo necesitaba!

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Sobre el autor

Sydel Pérez de Dorrejo

Esposa y madre de tres hijos que busca glorificar a Jesús mi Salvador a través de mi familia y mi comunidad.


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