Éxito. Fracaso. Dos palabras contundentes que marcan nuestras vidas de maneras profundas y significativas. ¿Te has detenido a reflexionar sobre lo que significan para ti? Cuando nos planteamos metas y resoluciones, no somos conscientes de cómo estas dos palabras influyen en nuestras decisiones. Sin embargo, están presentes en nuestras mentes, moldeando nuestras expectativas y prioridades, aunque no siempre las identifiquemos. ¿Cómo defines ese éxito que tanto buscas? ¿Qué pasa cuando enfrentas un fracaso? Como creyentes, ¿cómo consideramos estos temas a la luz de la verdad?
La perspectiva humana y los indicadores comunes sobre el éxito y el fracaso
En mis círculos de amigos, observo dos posturas contrastantes respecto a las resoluciones. Mientras que algunos rechazan la idea de hacerlas, otros no pueden imaginar comenzar cualquier tarea sin escribir sus objetivos. Más allá de tomar partido por una u otra perspectiva, todos podemos beneficiarnos de hacer una pausa para reflexionar sobre lo que realmente valoramos, lo que mueve nuestra vida. ¿Qué buscamos al plantearnos metas? ¿El control, la felicidad, el dinero, el poder, la fama? Para algunos, sin Cristo y sin esperanza, estos son los únicos indicadores de éxito o fracaso. ¿Cuáles deben ser los indicadores para un creyente?
Un llamado a vivir como Cristo
Como creyentes, debemos ir más allá de la definición mundana de éxito y fracaso. No estamos llamadas a buscar satisfacción y significado en logros personales, sino a caminar en fidelidad, en los caminos que Cristo nos enseñó. Dependemos del Espíritu Santo para alcanzar cualquier meta, y cuando logramos algo, debemos recordar que la gloria y el honor pertenecen solo a Dios. En nuestras oraciones por nosotras mismas y por los demás, podemos recordar y agradecer que somos hechura suya, que Dios nos hace dignas de su llamamiento y nos da la gracia para cumplir las buenas obras que planeó de antemano para que anduviéramos en ellas (Ef. 2:10).
En 2 Tesalonicenses 1:11-12, encontramos una perspectiva centrada en la gracia sobre las resoluciones: «Con este fin también nosotros oramos siempre por ustedes, para que nuestro Dios los considere dignos de su llamamiento y cumpla todo deseo de bondad y la obra de fe con poder, a fin de que el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en ustedes, y ustedes en Él, conforme a la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo».
Todo deseo de bondad, cada obra de fe, cada resolución que tengamos, debe apuntar a que Cristo sea glorificado, conforme a la gracia. Quizá no siempre lucirá muy sencillo o atractivo, pero ese será sin duda el éxito para una creyente, que conforme a Su gracia, Él sea glorificado a través de todo lo que somos y hacemos.
La gracia de Dios en nuestra vida y en nuestros esfuerzos
Pablo lo expresó claramente: «Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y Su gracia para conmigo no resultó vana. Antes bien, he trabajado mucho más que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios en mí» (1 Cor. 15:10). Aquí, Pablo nos enseña que el éxito no se basa solo en nuestros planes y esfuerzos, sino en la gracia de Dios trabajando en nosotras. Si bien es importante enfocarnos en nuestras metas y esforzarnos con diligencia y un corazón limpio, siempre debemos recordar que todo lo que logramos, cada esfuerzo y capacidad proviene de la gracia divina, porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas (Ro. 11:36).
Reflexionando sobre nuestros logros y fracasos
Si pudiéramos examinar en lo más profundo de nuestros corazones, ¿qué encontraríamos? Si revisáramos las resoluciones que hemos hecho a lo largo de diferentes etapas, ¿cuántas de ellas hemos alcanzado? Al mirar mi proceso, veo varias renuncias, proyectos inconclusos, sueños rotos y metas no cumplidas. Sin embargo, también veo vida, hermosa vida que ha surgido de las lecciones y de los aspectos que, a través de la gracia de Dios, se han renovado. Aunque mis planes no siempre se han realizado como esperaba, confío en que Dios tiene un propósito más grande para mi vida de lo que yo puedo ver o planear. Hay cosas que han tenido que menguar y morir, para que otras vivan. Así luce vivir bajo Su gracia.
La falacia del control y la perspectiva de Cristo
Ser amos y señores de nuestro destino es una perspectiva común en la cultura contemporánea, que nos anima a tomar «las riendas» de nuestras vidas, creer que nos «empoderamos» y que somos las únicas responsables de nuestro éxito. Este enfoque, aunque atractivo, es una carga inmensa y coloca sobre nosotras una responsabilidad que solo Dios puede manejar. Dios nos permite planificar y trabajar, y es Él quien tiene el control sobre nuestra vida. Él obra en nosotros el querer como el hacer para Su buena intención (Flp. 2:13).
Por otro lado, existe una perspectiva contracultural, una perspectiva que no está centrada en el éxito personal ni en el reconocimiento externo. Es la actitud de Cristo, quien dijo: «No se haga Mi voluntad, sino la Tuya» (Lc. 22:42). Si elegimos seguir este camino de entrega y humildad, es posible que nos vean como fracasadas, pero en realidad, es una senda de gracia y descanso, donde podemos descansar plenamente en la voluntad de Dios.
Lo que a veces consideras un «fracaso» es en realidad parte del proceso de Dios para ti.
A medida que avanzamos en nuestro caminar cristiano, es probable que veamos cómo Dios desarraiga muchos de nuestros planes y resquebraja nuestras resoluciones. Algunas personas podrían juzgar nuestras vidas como una gran lista de «fracasos», pero, al recordarnos que no depende de nuestra fuerza sino del Espíritu de Dios, encontramos propósito y consuelo. Incluso en los momentos de error y debilidad, Dios permanece fiel y nos muestra su bondad.
Es importante tomar un tiempo para reflexionar en oración: «Señor quiero saber cómo defines tú el éxito y el fracaso». Si bien las palabras que usamos para calificar nuestra vida y nuestras resoluciones están tan influenciadas por la narrativa del mundo que nos rodea: el entorno en el que crecimos, las enseñanzas que recibimos y las doctrinas que abrazamos nos moldean y nos dan un marco para evaluar nuestros logros. Pero es Dios y Su Palabra quien debe definir lo que creemos. Tomemos tiempo de escudriñar esto a la luz de Su verdad y no de lo que otros opinen.
La perspectiva divina
Cuando no tenemos una definición correcta de éxito y fracaso, es fácil caer en la trampa de las expectativas mundanas. La cultura nos impulsa a enfocarnos en lograr más y más, resultados tangibles y visibles. Sin embargo, como creyentes, debemos evaluar nuestras resoluciones desde una perspectiva más alta, que no se centra en lo que es visible, sino en lo eterno y en lo que glorifica a Dios.
Mientras el mundo nos enseña a intentar ser «dueñas de nuestro destino», el Señor nos invita a en humildad tomar nuestra cruz y seguirle (Mt. 16:24), a despojarnos de todo peso y del pecado que nos asedia y correr con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe (Heb. 12:2), reconociendo que Él es el que dirige nuestros pasos.
En Romanos 12:3 se nos recuerda que debemos pensar de nosotras con cordura, según la gracia que Dios nos ha dado. No se trata de glorificarnos o a nuestros planes, sino de vivir en la medida que Dios nos ha asignado. El verdadero éxito radica en vivir conforme a Su voluntad.
La gracia de Dios en medio del fracaso y de los errores
Como cristianas, no estamos exentas de experimentar fracasos. Jesús mismo dijo a Sus discípulos que enfrentaran el rechazo con valentía. Jesús les habló de las persecuciones que enfrentarían por causa de Su nombre y les animó a perseverar a pesar de los rechazos (Mt. 10:22-23) También les explicó que no deberían sorprenderse cuando fueran rechazados y perseguidos (Jn. 15:18-20).
La Biblia nos enseña que el verdadero éxito no se encuentra en los resultados visibles, sino en hacer lo correcto ante los ojos de Dios. Al confiar en Él y seguir Su voluntad, podemos estar seguras de que todo tiene un propósito. Él mira más allá del exterior y de lo que miran nuestros ojos, Él mira el corazón (1 Sam. 16:7).
Hazlo personal: encomienda tus propósitos al Señor y descansa en Su gracia.
Cuando encomendamos nuestras obras al Señor, Él afirma nuestros propósitos. Así, en medio de los éxitos y fracasos, de las resoluciones cumplidas y las fallidas, podemos descansar en la gracia de Dios, sabiendo que Él tiene el control de nuestras vidas. Hoy toma cada pensamiento y cada plan que tengas y ríndelo ante los pies de la cruz. No necesitas, ni puedes ser la capitana de tu propio destino. El verdadero éxito es vivir conforme a Su voluntad, confiando en que Él usará todo, incluso lo que nos parece terrible o doloroso, para nuestro bien. Solo debemos gloriarnos en Él, en entenderlo y conocerlo (Jer. 9:23-24), recordando y descansando en que «La mente del hombre planea su camino, pero el Señor dirige sus pasos» (Prov. 16:9).
Oremos: Gracias Señor porque eres nuestro ayudador y guía; pase lo que pase, confiaremos en ti.
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