Examina tus motivaciones al mostrar tus tesoros

Isaías 39:2 “Y se regocijó con ellos Ezequías, y les mostró la casa de su tesoro, plata y oro, especias, ungüentos preciosos, toda su casa de armas, y todo lo que se hallaba en sus tesoros; no hubo cosa en su casa y en todos sus dominios, que Ezequías no les mostrase.”

El Señor había respondido al rey Ezequías en los momentos más críticos de su vida, como podemos percibir en los capítulos anteriores; el Señor salvó a Jerusalén del rey de Asiria y luego volvió a escuchar su humilde oración en el capítulo 38:

En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte…Entonces Ezequías volvió su rostro hacia la pared y oró al Señor, y dijo: Te ruego, oh Señor, que te acuerdes ahora de cómo yo he andado delante de ti en verdad y con corazón íntegro, y he hecho lo bueno ante tus ojos. Y Ezequías lloró amargamente”.

El Señor añadió quince años más a sus días.  Ezequías reconoció su amargura que se tornó en paz y alabó al Señor, pero luego se olvidó que su vida no era suya sino para glorificar al Señor. ¡Cayó en orgullo, arrogancia por todo lo que el Señor le había bendecido! ¡Fue imprudente al mostrar todo el tesoro y las bendiciones de Dios con la intención de exaltarse a sí mismo y su poder en lugar de la benignidad, amor y provisión de Dios como hizo el Rey Salomón al recibir a la reina de Saba! ¡Ella fue llevada por Salomón a reconocer la grandeza del Dios a quien servía y no a sí mismo! Pero Ezequías exaltó las cosas que había recibido, mas no exaltó a Dios.

Por otro lado, conozco a personas que han pasado por enfermedades gravísimas, Dios les ha preservado la vida y hoy son más semejantes a Cristo, más dulces, contemplan a Dios más profundamente. Es visible que ellas se han humillado delante de Su majestad, han tenido más oportunidades de negarse a sí mismos, pues ya no les quedaba mucho aquí en esta tierra, han sentido la angustia de la muerte muy de cerca, tanto que aunque confiados en el amor de Cristo, llegaron algunas veces a tropezar, pero al pensar si realmente estarían preparados para estar en cualquier momento delante del Gran Trono Blanco, experimentaron la poderosa mano de Dios llenándoles de gracia, dándoles fuerzas para soportar sus aflicciones día a día porque Él sabe que somos solo polvo.  

Pero también he observado a personas que están pasando por situaciones graves en sus familias, enfermedades, problemas financieros, luchas en sus trabajos entre otras muchas dificultades y no están soportando vivir esas experiencias. Se están volviendo más duros, insensibles, amargos, sin paciencia, algunos ya en profunda depresión. No los critico, mi deseo es animarlos a que miren al Cordero que fue muerto por nuestras debilidades. El mismo profeta Isaías en el capítulo 53:5 dijo: “Mas él, herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.”

Acuérdate que necesitas estas pruebas para ser perfeccionada a la imagen y semejanza de Jesús, como nos enseña el apóstol Pablo en Romanos 5:3 “nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.”  

El Señor anhela que toda la gloria sea para Él, y eso no significa que es un Dios egoísta, ¡no! Él es puro, santo y todo lo que hace es por amor. ¡Cuando nuestro corazón anhela darle gloria a Él en cualquier circunstancia de nuestras vidas, como Sus hijas que somos, terminamos siendo las más beneficiadas; de Él recibimos todo, ¡gracia sobre gracia!

¡Clamemos al Señor!

¡Oh Señor no permitas que caiga en el orgullo, soberbia, presunción, imprudencia delante de Ti, por las muchas bendiciones que me has dado cuando moriste en mi lugar en la cruz! ¡Me salvaste, me llamaste a la vida como a Ezequías cuando no merecía Tu misericordia, pues lo justo era que me condenaras; sin embargo, te agradó salvarme, ¡por amor a Ti mismo, a Tu nombre, a Tu Gloria! ¡Me has hecho nacer de nuevo por medio de Tu precioso Evangelio! Tu vida, muerte y resurrección me hicieron libre de la esclavitud del pecado, y a pesar de esto, cuántas y cuántas veces nos hemos envanecido de tantas bendiciones que nos das todos los días.

¡Oh, Padre; qué triste es cuando nos creemos dignas de vivir… sin percibir que si estamos vivas es porque Tú quieres ser glorificado por medio nuestro y que en Tus intenciones solamente hay pureza que nuestra carnalidad no alcanza a comprender!

¡Ayúdanos a contemplarte; es todo lo que necesitamos!

¡Ten misericordia de nuestra insensatez, de un corazón envanecido, insensible a Tu Palabra! Sostennos y en medio de nuestras luchas, tristezas y maldad de esta vida terrenal, llévanos junto a ti en sujeción humilde como la de Job. Que siempre recordemos que has hecho posible que estemos hoy en Tu presencia y que oigas nuestro clamor.

Con los pecados del rey Ezequías aprendemos algunas lecciones muy sencillas pero profundas a la vez. Podemos hacernos algunas preguntas sinceras y directas a nuestro corazón:

  • Cuando hablamos de nosotras mismas, de nuestras familias, de los buenos hijos que tenemos, hasta de la sana doctrina, o del ministerio en que estamos sirviendo … hemos pensado ¿con qué intención lo hacemos?

¿Ya pusiste en la balanza tus palabras? ¿Tus publicaciones en redes sociales? ¿Cuál es tu intención al mostrar tus “tesoros”? ¿Tus dones? ¿Virtudes?

  • ¿Tienes el deseo de mostrar tus “tesoros” para que las personas puedan conocer, exaltar a Dios y a Su Hijo Jesucristo?
  • ¿Quién se lleva la Gloria?
  • No seamos como los fariseos y líderes religiosos de la época de Jesús que oraban en voz alta o en las sinagogas; o, se vanagloriaban cuando diezmaban, ayunaban, oraban, o daban limosnas y muchas cosas más. En realidad, son buenas acciones, pero hechas con una mala actitud del corazón, porque lo hacían para lucir bien ante los demás y no para exaltar a Dios.
Hebreos 4:14-16 “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”

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