Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito. Ro. 8:28
En la reflexión titulada “Camino al Monte Moriah, el viaje que ninguna madre quisiera hacer”le compartí varias de las enseñanzas del Señor en medio de una prueba con la salud de mi hijo.
Sin embargo, no quisiera dejarles la impresión de que la paz que experimenté en esa parte del proceso, fue la misma que guardó mi corazón desde el principio pues, algunas situaciones que viví parecen haber sido orquestadas por el Señor para permitirme ver que estaba pretendiendo ser una mujer fuerte en mis propias fuerzas, no en la Suyas.
¿Cuál fue Su Instrumento para traer luz a esa área de mi vida? Una visita a la funeraria. En el trayecto hacia el lugar alguien me hacía preguntas respecto a esta prueba y allí “descubrí” los temores que se estaban anidando en mi corazón que me llevaron a albergar pensamientos completamente despegados de las verdades bíblicas…Como si Dios no estuviera en control.
No en mis fuerzas, sino en las Suyas.
Ya en la funeraria escuché que en uno de los salones se encontraba una madre quien por segunda vez veía partir uno de sus hijos. Esa realidad quebrantó mi corazón y ya no pude seguir pretendiendo ser la mujer “fuerte”. Esa noche derramé todo el dolor y temores que habían estado reprimidos en mi corazón hasta ese momento. Más adelante, confirmaría que Su paz que sobrepasa todo entendimiento puede ser nuestra, como les compartí en la anterior publicación.
¿Qué tal tú? ¿Es tu fortaleza auto-producida o viene de reconocer tu debilidad para que El derrame Su Poder sobre ti como nos dice en 2 Co. 12:9?
¿Por qué no a mí?
Más adelante, Dios estaría cumpliendo Su Promesa de Romanos 8:28 al usar este incidente para llevarme a hacer un listado de Sus bendiciones para conmigo y mi hijo (tal como les recomendé que hicieran en la reflexión anterior) pero además, para aplicar algo que me habían comentado unas semanas antes, que consistía en preguntarme en medio de las aflicciones,“¿por qué no a mí?”, y entonces añadí otras interrogantes, entre ellas, “¿quién soy yo para que no me ocurra igual que a tantas otras madres?
No mis planes sino los Suyos.
En el trayecto a la funeraria cuando “descubrí” los temores escondidos en mi corazón, le inquiría a Dios respecto a los planes de mi hijo, a sus sueños…y esta posible enfermedad que amenazaba troncharlos. Pero en cada ocasión que así lo hice, venía una respuesta inmediata a mi mente: no enfocarme en sus planes, ni sus sueños, pues los importantes y los que prevalecen son los de Dios. Su Palabra me dejaba sin más argumentos.
¿Confío que Sus planes son mejores y más altos que los míos?
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