Solo lo voy a decir una vez más, porque esta es una declaración un tanto “obvia”, sin embargo, es lo que necesito escuchar. Este blog (o cualquier otro) no es tu (o mi) Biblia.
Vivimos en una época de recursos gratuitos y sin precedentes, disponibles para los cristianos que quieren mejorar su tiempo de devocional diario o su entendimiento doctrinal. Pero si inhalamos estos recursos fabulosos y descuidamos la disciplina de “aliento de vida” al abrir la Palabra de Dios y estudiar por nosotros mismos, nuestro "aprendizaje" es en vano. Lo sé, porque me pasa muy a menudo. Así es como luce en mi vida.
La rutina diaria
Cada día de escuela, el autobús de mi segundo hijo lo recoge a las 6:54 am. Eso es muy temprano. El resto de estudiantes de mi familia (incluyendo a mi esposo) tiene que estar fuera de la casa alrededor de las 7:15. No he sido bendecida con el don de "una personalidad mañanera”, por lo que entre 6:00 y 7:15 de la mañana, apenas puedo abrir ambos ojos, y mucho menos leer mi Biblia.
Mientras espero que mi casa se calme un poco, podré tener tiempo de revisar mi correo electrónico, Facebook o Twitter, donde algunos de mis blogueros y ministerios favoritos ya han publicado sus contribuciones diarias. Así que busco estos recursos mientras desayuno, y empiezan los gritos por encontrar la ropa, y comienzo a hacer notas mentales de las cosas que realmente quiero leer cuando todos se vayan.
7:15 ¡Por fin tranquilidad! Ahora, ¿Qué era lo que realmente yo quería hacer? Bueno, una cosa te lleva a la otra (¡todos son tan buenos!). Y antes de darme cuenta, ya pasó una hora. Mi hijo menor está despierto; el “tiempo de quietud” se fue, y mi Biblia descansa sin abrir, en el cajón de la mesa junto a mí. Imagino sus acusaciones juiciosas (¿Qué tipo de cristiano eres?, ¿me dejas en el cajón mientras paseas en la web por cosas más esclarecedoras?), pero en mi corazón yo sé que puede haber algo de verdad en lo que me imagino - una hora entera de leer acerca de cosas de Dios, y ni siquiera fui a escucharlo a Él.
Pero, ¿no puede ser un tiempo espiritualmente fructífero si estoy aprendiendo de la Palabra y de Su Autor? Bueno, claro, pero piense cómo se relaciona este principio a otras áreas de la vida. Por ejemplo, cuando enseñamos a los estudiantes a escribir informes de investigación les decimos que los recursos primarios (básicos) absolutamente son los mejores, son mucho más confiables que una persona que escribió un artículo acerca de una persona quien se enteró de lo que le pasó a alguien que estuvo allí.
Además, si yo quiero saber cómo estuvo el día de mi esposo, no sería prudente que yo llamara a su secretaria y sostenga una conversación como ésta:
Yo: Hola, Christy. Y, ¿cómo estuvo el día de Michael hoy?
Christy: Bueno, estuvo bien, supongo.
Yo: Hmmm. . . ¿no tuvo algún problema?, ¿alguna situación difícil con estudiantes? ¿Cuál fue su nivel de frustración hoy, en general? Y ¿cómo siente que va nuestra relación? ¿Cree que fue un error que gastara $ 75 en ese suéter? ¿Puedo saber lo que piensa sobre nuestros planes de vacaciones de Navidad?
Nunca se nos ocurriría hacer una cosa así; sería ridículo, ¿verdad? Si quiero saber de mi esposo, tengo que ir a la fuente y escuchar directamente de él, en sus propias palabras.
Santiago 1: 5 nos dice: "Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada." A nuestra cultura actual le encanta pasar por alto la fuente primaria. El primer pensamiento ante una pregunta médica, es correr a Google en lugar de nuestro médico. Preferimos obtener nuestros sucesos de actualidad de las redes sociales, confiando que nuestros amigos y aquellos a quienes seguimos han examinado todo y extraído lo que es relevante e interesante para nosotros.
Demasiado de algo bueno. No suficiente de lo mejor.
Por mucho que respetemos y admiremos a nuestros profesores humanos favoritos que enseñan la verdad bíblica a nuestras vidas, la sabiduría de Dios es siempre más alta que incluso el más sabio de los hombres. El grupo de jóvenes en nuestra iglesia acaba de terminar un estudio sobre el Salmo 119, y mientras lo estaba re-leyendo, me encontré con esta verdad en los versículos 97-103:
¡Cuánto amo tu ley! Todo el día es ella mi meditación. Tus mandamientos me hacen más sabio que mis enemigos, porque son míos para siempre. Tengo más discernimiento que todos mis maestros, porque tus testimonios son mi meditación. Entiendo más que los ancianos, porque tus preceptos he guardado. De todo mal camino he refrenado mis pies, para guardar tu palabra. No me he desviado de tus ordenanzas, porque tú me has enseñado. ¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!, más que la miel a mi boca.
Independientemente de los maestros talentosos e increíbles recursos que tenemos disponibles en nuestros días para nuestro caminar con Cristo, simplemente no hay sustituto que reemplace ir a la Fuente. Durante un tiempo, podemos dar mordiscos en la información que recogemos producto del trabajo duro de nuestros hermanos y hermanas. Pero finalmente, nos encontraremos sedientas y hambrientas. Eso no sucede si vamos a la Fuente: ¡nuestro Dios, por medio de su propia Palabra! "Porque sacia al alma menesterosa, Y llena de bien al alma hambrienta." (Sal. 107: 9).
Pido a Dios que lo que lean en este espacio les provea un aperitivo saludable, inspirado en la Palabra. Que sea la dulce crema batida encima de tu pastel o el café humeante y cremoso que te ayude a pasar la tarde.
Pero, sobre todo, yo oro que todas vengamos a este sitio ya satisfechas, incluso “repletas” de una buena comida de la Palabra de Dios que da vida y aliento.
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