No te irrites a causa de los malhechores; no tengas envidia de los que practican la iniquidad. Porque como la hierba pronto se secarán, y se marchitarán como la hierba verde. Confía en el Señor, y haz el bien; habita en la tierra, y cultiva la fidelidad. (Sal 37:1-3)
Vivimos en un mundo donde la injusticia parece reinar
Recientemente vi en Facebook una publicación de una amiga que aparentemente había sufrido un gran agravio. Conozco a esta persona y sé que es una mujer de Dios, piadosa y madura. Sin embargo, su sufrimiento se hacía evidente al pedir oración por el gran dolor que inundaba su corazón. Aparentemente había sido defraudada por alguien de quien esperaba bien y no mal. Se trataba de una persona muy cercana a ella. Es lamentable que, en muchas ocasiones, el enemigo que se levanta contra nosotros es alguien tan cercano como un familiar inmediato, un hermano en la fe, o un amigo de muchos años.
Yo misma he sido injusta con alguien cercano a mí a quien debí mostrar misericordia y gracia. He sido testigo de cómo podemos estar cegados por la amargura, resentimiento, o por ________ (pon tu motivación allí). De esta manera nos convertimos en el ‘enemigo’ del que hablan los Salmos de David. Más recientemente me he visto también en la posición opuesta, la de víctima, recibiendo el daño y perjuicio de familiares cercanos.
¿Cómo debemos manejarnos en situaciones como estas? ¿Cómo debemos pensar y actuar? ¿Debemos correr a defendernos? ¿Debemos tomar la justicia en nuestras manos?
Es correcto anhelar que Dios haga justicia
Cuando somos víctimas de la injusticia, debemos tener en cuenta y recordar que:
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Al esperar a que Dios haga justicia, no estás ignorando que se cometió una injusticia. Muchas veces pensamos que, si no tomamos la justicia en nuestras manos, si no nos defendemos, hemos dejado al ‘agresor’ en libertad. Nada más lejos de la verdad. Lo que hemos hecho es refugiarnos en Aquél que puede real y efectivamente defendernos, y estamos esperando que Él obre Su justicia, que es mucho mejor, más certera y justa que la nuestra.
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Debemos orar que Dios haga justicia. La piedad no implica cerrar los ojos ante la injusticia y convencernos de que nada está mal. En este mundo hay injusticias, pero Dios ha asegurado que hará justicia. Él lo ha prometido.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados. (Mt 5:6)
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Dios ve. Dios sabe. Cuando somos perjudicados o dañados por otros, queremos asegurarnos que esas personas paguen por el daño ocasionado. No queremos soltarlos a Dios porque tememos que quizás no lleguen a pagar por lo que hicieron. Sin embargo, te pregunto a ti que has sido perjudicada por el pecado de otro: ¿No te basta con saber que Dios lo ha visto, que Él fue testigo del daño? ¿No te basta con saber que Él sabe? ¿Qué Él conoce tu dolor?
Pero que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira; pues la ira del hombre no obra la justicia de Dios. (Stgo 1:19-20)
Confía en Él. Refúgiate en Él. Él actuará.
Confía callado en el Señor y espérale con paciencia; no te irrites a causa del que prospera en su camino, por el hombre que lleva a cabo sus intrigas. Deja la ira y abandona el furor; no te irrites, sólo harías lo malo. Porque los malhechores serán exterminados, más los que esperan en el Señor poseerán la tierra. Porque el Señor ama la justicia, y no abandona a sus santos; ellos son preservados para siempre… La salvación de los justos viene del Señor; Él es su fortaleza en el tiempo de la angustia… El Señor los ayuda y los libra; los libra de los impíos y los salva, porque en Él se refugian. (Sal 37:7-9, 28,39-40)
Hazlo personal:
¿Cómo impacta esta verdad tu vida y las circunstancias que estás atravesando?
¿Te estás refugiando en Dios y esperando que Él te defienda?
¿Estás orando para que Su justicia perfecta sea hecha o has tomado el asunto en tus manos?
¿Te has visto en la posición de ‘enemigo’ alguna vez? Recuerda que pudieras estar levantándote en contra del mismo Dios…
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