¡Escucha los ecos de la promesa! I

Lectura bíblica: Salmos 2

Todas hemos estado en una situación similar. Llegas al café y volteas a todos lados esperando ver algún rostro familiar; no hay nadie. Eliges una mesa y te sientas a esperar. Los minutos pasan. Tu mirada va del reloj a la puerta, una y otra vez. Revisas los mensajes para asegurarte de que no te confundiste. Pero es la hora acordada… de hecho, son 30 minutos después de la hora acordada. ¿Sigues esperando o mejor te rindes y te vas?

Este sentimiento de frustración es probablemente sólo una fracción de lo que el pueblo de Israel sentía mientras esperaba el cumplimiento de las promesas del Señor. Desde el Edén, Dios había prometido la victoria sobre el enemigo. La simiente de la mujer aplastaría a la serpiente para siempre. Pero, ¿cuándo? No lo sabían. Tampoco tenían idea de cómo se iba a dar. Solo les restaba confiar y esperar.

A diferencia de nuestras amigas, quienes pueden llegar tarde o faltar a sus promesas, Dios es perfectamente fiel. Mientras que en nuestras relaciones humanas siempre tenemos la incertidumbre de si alguien cumplirá o no, podemos estar seguras de que Dios siempre cumple en el tiempo preciso. Esa era la esperanza de Israel, y sigue siendo nuestra esperanza hoy.

Pero, en nuestra fragilidad humana, somos muy propensas a olvidar. Necesitamos recordar día a día quién es Dios, lo que Él ha hecho, y lo que Él ha dicho que hará. Necesitamos oír ecos de Su promesa.

Entre los salmos están tejidos pequeños vistazos que nos recuerdan la promesa que Dios le hizo a su pueblo: la promesa de salvación eterna. En algunos se habla claramente de un Rey sublime y victorioso (Sal. 110:1), mientras que en otros las referencias se nos escapan hasta que las vemos después de la cruz (Sal. 22:16-18).

En el Salmo 2 podemos ver desplegada la soberanía de Dios sobre los hombres y su destino eterno. Abre tu Biblia y lee el pasaje hasta que estés familiarizada con su contenido.

«¿Por qué se sublevan las naciones, y los pueblos traman cosas vanas? Se levantan los reyes de la tierra, y los gobernantes traman unidos contra el Señor y contra su Ungido, diciendo: ¡Rompamos sus cadenas y echemos de nosotros sus cuerdas!» (Sal. 2:1-3)

¿Qué es lo que todos los hombres (naciones, pueblos, reyes, gobernantes) desean? La Escritura nos enseña que no hay ninguna persona que desee lo bueno; nadie que busque a Dios (Romanos 3:10-12). Eso nos incluye a nosotras. Todas deseamos ser dueñas de nuestra propia vida, negando así a Dios como nuestro Hacedor, a quien le debemos honor y obediencia.

¿Cómo son las tramas de los pueblos, según el salmista? Él dice que los pueblos traman cosas vanas. Todos nuestros intentos por ser «libres del yugo» y encontrar la felicidad y plenitud fuera de Dios, serán infructuosos. No hay manera de que podamos escapar del poder de Dios, porque Él es soberano sobre todo el universo. Seguimos leyendo:

«El que se sienta como Rey en los cielos se ríe, el Señor se burla de ellos. Luego les hablará en su ira, y en su furor los aterrará, diciendo: Pero yo mismo he consagrado a mi Rey sobre Sion, mi santo monte. Ciertamente anunciaré el decreto del Señor que me dijo: Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré las naciones como herencia tuya, y como posesión tuya los confines de la tierra. Tú los quebrantarás con vara de hierro; los desmenuzarás como vaso de alfarero» (Sal. 2:4-9).

¿Cuál es la reacción de Dios ante los afanes del hombre por rebelarse? ¡El pasaje dice que se ríe! No hay absolutamente nada ni nadie que pueda detener los planes del Señor. Él es infinitamente más grande de lo que podemos concebir en nuestras mentes. A pesar de toda rebelión humana y espiritual, Dios ha establecido un Rey poderoso que gobernará las naciones. ¡Nadie podrá contra Él!

«Ahora pues, oh reyes, mostrad discernimiento; recibid amonestación, oh jueces de la tierra. Adorad al Señor con reverencia, y alegraos con temblor. Honrad al Hijo para que no se enoje y perezcáis en el camino, pues puede inflamarse de repente su ira. ¡Cuán bienaventurados son todos los que en Él se refugian!» (Sal. 2:10-12).

¿Cuál es la advertencia del salmista para los poderosos de la tierra? ¡Arriesgan la ira santa de Dios si no se postran ante Él!

El salmo concluye con una declaración de esperanza y gozo. A pesar de que cada una de nosotras fue como esos rebeldes que deseaban apartarse de Dios para vivir para sí mismos, Dios estableció un plan para librarnos de nuestra ceguera y de las consecuencias de nuestra maldad. El Rey poderoso, quien regresará para restaurar y gobernar toda la tierra, vino primero como un siervo humilde. Vivió perfectamente, murió en nuestro lugar, y resucitó victoriosamente para que nosotras pudiéramos ser las dichosas que buscan refugio en Él.

Reflexiona

  • ¿Cómo podemos ver el evangelio de Cristo expuesto en el Salmo 2?
  • ¿Cómo has visto las realidades de rebeldía y el señorío de Dios en tu propia vida? Cómo mujer, ¿te rebelas en contra del diseño de Dios para tu vida? ¿Luchas con la rebeldía contra tus padres, esposo, o autoridades?
  • ¿Qué esperanza trae el evangelio de Jesús, la realidad de que Dios se encarnó y caminó entre nosotras, a las verdades que se exponen en el Salmo 2?

Ora

  • Confiesa tu rebeldía al Padre, pidiéndole perdón por pensar que tu libertad se encuentre fuera de Él. Solo de Él fluye todo gozo y toda plenitud verdadera.
  • Agradécele a Dios por establecer un Rey humilde y fuerte, porque tú jamás hubieras podido ser libre de tu ceguera y tu maldad por ti misma.
  • Pídele al Señor que te guíe a buscar siempre en Él tu refugio, y no pensar que tu seguridad está en tus esfuerzos, sino en el Rey que murió por ti y gobierna sobre toda la tierra.

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Sobre el autor

Ana Ávila

Ana Ávila es editora en Coalición por el Evangelio, Química Bióloga Clínica, y parte de Iglesia Reforma. Vive en Guatemala junto con su esposo Uriel.


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