Has pasado toda tu vida escribiendo tu nombre de la manera “correcta”. Has visto, leído y utilizado tus documentos de identidad y no has detectado ningún problema. Continúas escribiéndolo de la forma habitual… y en esta época de redes sociales, lo has registrado tu usuario con tu nombre escrito “como de costumbre”.
Hasta que un día, de repente te detienes y te preguntas si se ha cometido un error en un documento oficial porque ¡han escrito tu nombre diferente! No reclamas y verificas otros documentos, y ¡oh, sorpresa!, el error no fue de quien te lo entregó. Sino que quien estaba errada eras tú, ¡toda la vida!
“Siempre” lo habías escrito así”, “era lo usual”, “normal”, “lo acostumbrado”, “nunca lo habían cuestionado”, era “aceptado por todos”, “algo con lo que habías crecido”, “habías vivido toda la vida creyendo que esa era la verdad”.
Luego del rechazo inicial piensas que no es sabio seguir negando la realidad, pero todavía algo dentro de ti se resiste. Piensas en las direcciones de correo electrónico que debes cambiar, los nombres y usuarios de redes sociales. ¿Qué pensará la gente? ¡todos creían que ése era mi nombre!
Aunque parezca insólito, es real. ¡Me ocurrió hace unos años! Poco a poco he ido aceptando que no soy Isabel sino Ysabel. Lentamente he hecho ligeras correcciones, pero sé que ya es hora de que Isabel desaparezca, dando paso a la verdadera: Ysabel.
¿No nos ocurre igual con nuestra nueva identidad en Cristo? La Palabra nos dice que “Esto significa que todo el que pertenece a Cristo se ha convertido en una persona nueva. La vida antigua ha pasado; ¡una nueva vida ha comenzado!” ~2ª Corintios 5:17 (NTV), no es algo que seremos ni que podríamos ser. ¡Ya lo somos! No debo seguir pensando, decidiendo, viviendo, como quien fui.
Pablo incluyó esa enseñanza en varias cartas a las iglesias (Ro. 6:4-8, 8:10, Ga. 2:20, 5:24, 6:15, Ef. 4:24, Col. 3:1-3) en Gálatas 2:20 nos dice de qué se trata esa “persona nueva”:
Con Cristo he sido crucificado,
y ya no soy yo el que vive,
sino que Cristo vive en mí; y
la vida que ahora vivo en la carne,
la vivo por fe en el Hijo de Dios,
el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.
¿Por qué tantas veces me cuesta vivir esa verdad? Quitar los ojos y confianza de la cruz, donde junto al Hijo de Dios que me amó y se sacrificó por mí, estoy también crucificada y así clamar:
Es que ya yo no quiero vivir
Quiero que Cristo viva a través de mí.
Que Cristo viva a través de mí
Mostrando Su luz, amor, gracia y perdón; pues,
Ya yo no quiero vivir
En tinieblas, en desamor, en mi inservible auto-justicia y en rencor.
Que Cristo viva a través de mí,
Saciando al hambriento, saciando al sediento,
Sanando al enfermo
y resucitando a los muertos que creen que están viviendo
Ya yo no quiero vivir
Demandando atención, cuidado y satisfacción
De espaldas al mundo que está perdición
Que Cristo viva a través de mí
Predicando buenas nuevas a los afligidos
Vendando a los quebrantados
Liberando a los presos y oprimidos
Deshaciendo el poder del pecado
Ya yo no quiero vivir
Cuidando mi reputación
Sin descansar en Su gracia
Ni disfrutar Su multiforme manifestación
Que Cristo viva a través de mí
Sin justificar mi pecado
Reconociendo cuando he fallado
En sumisión y rendición a la voluntad del Padre de amor
Haciéndolo todo para la gloria de Dios
Solo quiero que Cristo viva a través de mí
Como lo hizo en el apóstol Pablo
Quien así lo proclamó,
en el versículo 20 del libro de Gálatas, capítulo dos
sé muy bien que no soy Pablo
pero su Dios, ¡es mi mismo Dios!
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