En una etapa de mi vida, mi relación con la comida estaba estrechamente ligada a mi relación con el espejo. Como adolescente solía encerrarme en el baño y pararme sobre la tapa del inodoro para lograr tener una vista de todo mi cuerpo en el espejo. En nuestra casa había otros espejos de cuerpo entero, pero yo quería hacer el escrutinio de mí misma en privado. Como podrás imaginar, este ejercicio no me ayudaba a cultivar un profundo sentido de gozo y contentamiento.
Mi reacción a la presión de ser más delgada, fue tratar de pasar el día sin comer. Cuando eso no funcionó, experimenté con tratar de huir de las consecuencias de comer en exceso, purgándome (una palabra mejor para vomitando).
Obviamente yo no era la excepción. Los desórdenes alimenticios son algo común en Estados Unidos, padecido por uno o dos de cada cien estudiantes. Recuerdo que, de hecho, cuando era adolescente, sentía celos de algunas mujeres misioneras que aparecían en fotos cubiertas por metros de tela, vadeando el arroyo. ¡Para mí eso parecía tan liberador! Estoy segura que no les parece igual a esas mujeres que deben usar esas vestimentas que cubren todo el cuerpo, bajo el calor del verano. Pero resulta interesante que una chica con la libertad de ponerse un traje de baño para ir a la playa, si eso era lo que deseaba, encontrara atractivo usar una bata larga en el verano.
Fui adolescente durante la década de los 80’s cuando solamente teníamos una televisión en el sótano. Y si yo sentía cierta presión de parecerme a la mayoría, no puedo imaginarme la presión que experimenta una adolescente en la actualidad, dado el número de pantallas con las que se encuentra a diario. Las pantallas están por todos lados, alcanzándonos desde cualquier dirección. Y pareciera que cada pantalla estuviera exhibiendo el mismo tipo de imagen: una mujer muy hermosa, delgadísima. Del tipo que se supone que todas queremos ser.
Un problema nuevo
Han pasado años desde la última vez que me subí a la tapa del inodoro. Pero ahora tengo un problema nuevo. En lugar de dejar que los espejos me dominen, ¡ahora quiero evitarlos! Tengo un espejo de cuerpo completo en mi recámara, pero me acerco a él con el mayor cuidado. Conozco justo el ángulo para pararme frente a él de manera que me devuelva una vista halagadora. Una mirada, es todo lo que necesito, y me marcho…a la cocina, generalmente.
En cierta manera, como adolescente, me dejaba controlar por el espejo, el peso y las opiniones de otros. Ahora tengo un profundo deseo de que nada me controle. Quiero evitar el espejo y comer todo lo que quiera. Aunque ése pareciera ser el camino a la libertad, por supuesto, no lo es.
Quisiera poder decirte que Dios me ha liberado a una vida de balance absoluto, pero no –soy una obra en proceso. Apenas hace poco, me comí una bolsa de frituras mientras veía la televisión, antes de irme a la cama. A la mañana siguiente, pensé ¿Por qué caramba hice eso? ¡comer comida chatarra sin control antes de dormir no ayuda en nada!
Tanto el dejarme controlar por lo que otros piensan como no tener control ni freno, son dos tipos de la misma cosa: cautividad. Es cautiverio estar esclavizada al espejo. Y es cautiverio vivir sin límites. Ambos tipos de cautiverio requieren de la poderosa mano de Dios, si se ha de lograr llegar a la libertad.
¡Dios quiere que todas Sus hijas vivan en libertad! Pero ésta solamente viene a través de entregarle el control a Él, en lugar de tratar de tomar el asunto en nuestras propias manos. Permítanme sugerirles dos respuestas, relacionadas con estos dos tipos de esclavitud.
Cuando el espejo es nuestro amo
A la mujer que es acosada por el espejo y se siente condenada por los ideales irreales que se exhiben en las pantallas, Dios le dice, “¿Por qué no te apartas del espejo y dejas que Yo determine tu estima y valía?” ¡Qué alivio! ¿verdad? Sin embargo, es más difícil de lo que parece, especialmente si te has convencido a ti misma de que tomar el control (comer menos, quemar más calorías, conducirte tú misma, etc.) es la manera de lidiar con ese espejo que nos gobierna. Y es aún más difícil elegir escuchar la voz de Dios en lugar de la voz del espejo, cuando realmente te sientes cómoda con lo que ves en el espejo.
“¡Tengo todo bajo control!” dices, mientras echas una mirada a tu reflejo. “¿Lo tienes?” pregunta Dios.
Los espejos son críticos ásperos. No dan tregua. No hay esperanza. Solo más y más tareas. Los espejos te dicen que confíes en ti misma. ¡Pero Dios quiere que confíes en Él! Él dice que Su poder se perfecciona, no en tu propio perfeccionismo, sino en tu debilidad y dependencia de Él (2ª Co. 11:9)
Dios te ama. Él te hizo. ¡Él sacrificó a Su Hijo para poder tenerte! Quiere ser Quien te aquiete con Su amor (Sof. 3:17), Quien dé estabilidad a tu corazón con la seguridad que un espejo jamás podrá darte. Pero tú eres quien decide si esto hará una diferencia en tu vida. ¿Dejarás que Dios sea Dios? ¿Buscarás tu estima en Sus ojos, o en lo que se refleje en la pared del cuarto de baño?
Gobernada por las estanterías de comida chatarra
A la mujer que es acosada por las estanterías de comida chatarra o por las galletas en la alacena, Dios le dice, “Ven, déjame tener el control. Vive en Mi poder. Encuentra la libertad dentro de los límites.” Pero lo diré de nuevo, esto no es fácil cuando te has ido acostumbrando a ceder a tus antojos, y gobernarte a ti misma se ha hecho un hábito, en lugar de dejar a Dios hacerlo.
“No estoy segura de poder…” dices, mientras miras los estantes en la alacena. “Tú no puedes,” dice Dios, “¡Pero Yo sí!”
Dios está de pie tocando a la puerta de tu cocina. Quiere que lo invites a pasar –a colaborar en tus compras, en las opciones del menú, en la selección de tus bocadillos. Quiere ayudarte con una vida balanceada, con tus hábitos de ejercicio físico y de descanso. Si Jesús está en ti, entonces tienes todo el poder que necesitas para encontrar descanso viviendo dentro de los límites que Dios ha entretejido en tu vida diaria.
Dios te ama. Él te hizo. ¡Sacrificó a Su Hijo para tenerte! Quiere ser Aquel que afirma tu corazón con un consuelo que los cafés italianos nunca proveen. Quiere aquietarte con Su amor y no con una bolsa de Cheetos. Pero tú eres quien decide si esto va a marcar una diferencia para ti. ¿Dejarás que Dios sea tu Dios? ¿Te rendirás a Él, o continuarás cediendo a tus antojos?
Dulce rendición
Querida amiga, hemos comprobado que no podemos manejarnos a nosotras mismas por nuestra propia cuenta, ¿verdad? O nos volvemos obsesivas y perfeccionistas, o excesivas y fuera de control. ¡Aun así Dios quiere que seamos libres! Para algunas de nosotras, la rendición a Dios involucrará dejar el ejercicio y las dietas excesivas; para otras, significará añadir el balance correcto de estas cosas. De cualquier manera, la libertad en el espejo se encuentra cuando entregamos a Dios –no a nosotras mismas- el control.
¿Te sientes condenada por el espejo o por el peso? ¿De qué manera puedes mostrar a Dios que le estás permitiendo que Él –no el espejo, ni otras personas- determine tu valor?
¿Vives sin restricciones? ¿Tienes la costumbre de ceder a tus antojos? ¿Cuál es ese límite que Dios ha entretejido en tu vida diaria que vas a abrazar hoy?
De ambas maneras, encontrarás libertad al rendirte –no a otras personas ni a ti misma- sino solo a Dios.
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