En medio de la prueba, elige el gozo

Cuando los días pesados llegan, esos tiempos de prueba y exigencia donde la salud, la economía, el trabajo y la familia son malos, es una gran tentación entregarme a la queja. Estoy lista para contar y enumerar todas y cada una de las circunstancias por las cuales pienso que Dios fija «demasiado» sus ojos en mí. 

¿Alguna vez lo has pensado? ¿Alguna vez lo has dicho? ¡Cómo quisiéramos que la mano de Dios, cinceladora y perfecta en Su voluntad pasara al siguiente prójimo con tal de yo dejar de sufrir! Porque las pruebas nos parecen necesarias cuando se trata de vidas ajenas y hablamos del propósito de Dios de conformar a Sus hijos, para ser cada vez más como nuestro amado Jesús. Pero no en nosotras. 

«Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas; todas Tus ondas y Tus olas han pasado sobre mí». -Salmo 42:7

Más de una de nosotras hemos sentido eso cuando las pruebas nos ahogan, lo que experimentamos es el rigor de un Dios santo trabajando en nosotras para hacernos como Él: santas.

Pero no queremos, y esa resistencia nos entristece, desespera y amarga. Intentamos justificar nuestra condición acusando a Dios y respondiendo como Noemí, la suegra de Rut: «No me llamen Noemí (Placentera), llámenme, Mara (Amarga), porque el trato del Todopoderoso (Shaddai) me ha llenado de amargura» (Rut 1:20, significados añadidos).

Jireh quiere decir: Dios proveerá. Él da. Él llena y otorga muchas buenas dádivas y dones perfectos, como nos dice Santiago 1:17. Pero de Su mano no proviene la amargura. Porque Él da lo que Él es. 

Y ciertamente no es un Dios amargo, sino el Dios de dulce misericordia y compasión que desea llevarnos más hacia Él, aun por rutas difíciles. El camino es complicado, y hay valles de sombra y de muerte. Pero como la meta es Cristo, vale la pena cada prueba del sendero.

«¡Pero considera la alegría de aquellos a quienes Dios corrige! Cuando peques, no menosprecies la disciplina del Todopoderoso. Pues, aunque Él hiere, también venda las heridas; Él golpea, pero Sus manos también sanan». -Job 5:17-18, NTV

Si te fijas en estos versos, lo que en dolor consideramos una calamidad, en realidad es el amor de Cristo en acción. Dios Padre no es un acosador de seres humanos listo para aplastarlos a la primera falla. Sino es el Dios que, en la misericordia de Su carácter, muestra Su paciencia para seguir Su obra en nuestras tercas vidas. 

Sé que tú, como yo, en lo más agudo de muchos dolores, hemos sentido la presencia poderosa y magnífica del Dios de toda consolación iluminando con la luz del evangelio las oscuridades de nuestro corazón enojado, asustado, amargado y rebelde.

Y de ese consuelo nos habla Pablo, experto en pruebas.

«Toda la alabanza sea para Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Dios es nuestro Padre misericordioso y la fuente de todo consuelo. Él nos consuela en todas nuestras dificultades para que nosotros podamos consolar a otros. Cuando otros pasen por dificultades, podremos ofrecerles el mismo consuelo que Dios nos ha dado a nosotros». -2 Corintios 1:3-4, NTV

La fuente de consuelo inagotable es Cristo. Él experimentó todo dolor y quebranto, para identificarse con nuestros padecimientos, y derramar compasión, fuerza y ánimo, en los tiempos donde la soledad y tristeza pueden ahogar. 

«Porque Él no ha despreciado ni aborrecido la aflicción del angustiado, ni le ha escondido su rostro; sino que cuando clamó al SEÑOR, lo escuchó». -Salmo 22:24

Hermana, ¿será que en vez de clamar al Dios que todo oye y ve, nada más vamos rumiando nuestra orgullosa amargura? ¿Será que mi fe, duda? ¿Temo no ser oída por Él porque dudo de Su bondad? ¿Estoy dispuesta a abandonar mis deseos, por hacer Su voluntad y morir a mí? 

Dios no pide que nos guste la prueba, pero sí que elijamos vivir esos tiempos con gozo en el Espíritu Santo que nos da ese deseo y nos muestra que nuestro Salvador no es un Dios errático ni malvado, sino que desea que nuestros pasos se hundan en Sus huellas. Que mi egoísmo y orgullo desaparezcan en el mar de Su profunda bondad, y que cada ansiedad que me persigue, sea rendida y entregada a Su buena y santa voluntad. 

Él no solo me ve, sino que Su amor me persigue, alcanza, sacia y purifica. Bendita Su mano en mi vida. 

«Pero yo, oh Señor, en Ti confío; digo: «Tú eres mi Dios». En Tu mano están mis años; líbrame de la mano de mis enemigos, y de los que me persiguen. Haz resplandecer Tu rostro sobre Tu siervo; sálvame en Tu misericordia». -Salmo 31:14-16

Y Su misericordia, triunfa. 

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Sobre el autor

Claudia Sosa

Claudia Sosa es mexicana, de la ciudad de Mérida, para ser más especifica. Nacida de nuevo, por gracia de Dios, en Enero de 2009. Casada con Rubén, su novio de toda la vida, desde hace casi 28 años. ¡Matrimonio rescatado … leer más …


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