En esta navidad, vacíate de ti misma

Me fascinan los bebés, pero no puedo imaginarme volver a serlo de nuevo. ¿Qué sentiría al no poder levantar mi cabeza? ¿Y al necesitar pañales y que me lleven a pasear?  ¿Ser alimentada con cucharadas de papillas de zanahorias y compotas de manzana porque no tengo dientes?

Obviamente, no es imposible que suceda mientras nos acercamos a la etapa final de nuestra vida ¿pero es algo que elegiría? ¿me ofrecería como voluntaria para volverme indefensa y débil, dependiente de alguien que limpie la saliva de mi cara?  

Me resulta asombroso que Jesús se haya ofrecido como voluntario para hacer exactamente eso. Y no lo hizo siendo hombre sino como Dios.

Él descendió

Trata de imaginarte al presidente de los Estados Unidos o el líder de China o de Rusia renunciado a su habilidad de razonar, vestirse a sí mismos o caminar independiente. Sería impensable que esos hombres tan poderosos voluntariamente se rebajen a una condición de impotencia. Y aún en los niveles de poder que tienen, estos gobernantes del mundo no tienen ni siquiera una fracción del intelecto, sabiduría, poder, riquezas o capacidad creativa que posee el Rey Jesús.

Para Jesús, no hay telescopio Hubble que revele algo que no le resulte familiar. No hay estudios de investigación que pruebe algo que Él no supiera. Nunca habrá un descubrimiento matemático, científico o psicológico que no se haya originado primero en Él.  Ningún avance resultará innovador para Jesús, porque Él lo tuvo todo en mente desde la primera vez que habló para que este universo fuera creado.

Ése es el Rey que eligió convertirse en bebé y ser llevado en el vientre de una madre adolescente. Éste es el Rey que puso a un lado su brillantez mental para aprender de su padre adoptivo, la carpintería. Éste es el Rey que metió su mano en el mismo plato que los cobradores de impuestos y pecadores.

Vaciándose a Sí mismo

Durante Su última pascua, Jesús se quitó Su humilde atuendo hecho en Nazareth para inclinarse mejor a lavar el polvo y sucio de los pies de Sus amigos (Juan 13:12). Los discípulos estaban impresionados. Y no se imaginaban lo pequeño que era ese gesto en comparación a las formas en que ya Jesús se había humillado a Sí mismo.

Jesús se quitó Sus ropas celestiales y Su corona y se vistió a Sí mismo de carne humana. Él cubrió Su grandeza de manera que pudiera mezclarse en las multitudes y comenzar conversaciones acerca de Su Padre (Hebreos 10:19-20). Él ocultó Su majestad tomando forma de siervo (Flp. 2:7).

Supongamos que hubiera sucedido lo contrario. ¿Qué hubiera ocurrido si Jesús hubiera venido—no como un bebé—sino en una nube desde el cielo? Imagínatelo descendiendo por las calles polvorientas de Galilea con Su rostro brillando como el sol y Sus ropas refulgentes como un relámpago. Figúrate los coros de ángeles anunciando Su llegada detrás de Él, cantando “¡Gloria a Dios en las alturas!”

Vino para morir

Cuando Pedro, Jacobo y Juan captaron un atisbo del Jesús transfigurado, inmediatamente lo adoraron (Mateo 17:1-3). Por eso me parece que hacer eso hubiera sido una buena manera de que Jesús hiciera Su debut en Belén. Pudo haber evitado todas las concepciones erróneas acerca que Él no era Dios.  ¡Pudo haber puesto esos escribas y fariseos en su lugar! Y finalmente, hubiera podido evitar la muerte en la cruz.

Por el contrario, Jesús se volvió un bebé precisamente para que lo pudieran colocar en una cruz.

Filipenses 2:6-8 nos dice:

… el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

Jesús se vació de Sí mismo para poder servirnos. Él se humilló a Sí mismo para poder tomar nuestro lugar en la cruz. Él murió para poder tomar nuestro castigo y limpiarnos de nuestro pecado.

Grandeza amplificada

Debido a que Jesús es tan glorioso que merece constante adoración, Su despliegue de humildad es infinitamente significativo y hermoso. Él no se hizo menos grande cuando se envolvió a Sí mismo en el vientre de María. Por el contrario, humillarse haciéndose un siervo amplificaba Su grandeza aún más.

Esto es verdad para nosotras también. Cuando ponemos nuestros egos y privilegios aparte y elegimos servir en lugar de ser servidas, nos hacemos más honorables, no menos.

Secuestrando la navidad

Qué contradictorio resulta entonces que yo convierta el nacimiento de Jesús en una celebración para inflar mi ego. Qué inapropiado resulta cuando yo de manera arrogante olvido al Rey que vino a convertirse en un bebé y que use Su nacimiento para servirme a mí misma.

Aunque no me proponga intencionalmente secuestrar la Navidad, en algún punto del caos de las compras, de envolver regalos y hornear, mis motivos pueden desviarse sutilmente. Lo que comenzó como un deseo de servir, compartir y dar se mancha con un deseo de servirme a mí misma, recibir y obtener. Como podría ser…

  • Cuando anhelo e internamente demando cumplidos y gratitud de las personas a quienes me esfuerzo tanto en servir.  
  • Cuando me pongo furiosa porque mis sacrificios o esfuerzos son menospreciados o ignorados.
  • Cuando rígidamente insisto en mantener ciertas tradiciones que son difíciles de mantener.
  • Cuando me siento muy molesta porque alguien usa su propia receta o no se ofrece para ayudar a limpiar.
  • Cuando me irrito debido a que algunos miembros de la familia no vienen, o no se quedan por mucho tiempo o … no se marchan.

De todas estas formas, estoy tratando de llenarme a mí misma con estatus, en lugar de vaciarme del mismo.

Una navidad humilde

¿Cómo luciría celebrar apropiadamente el día que el Rey de reyes se humilló a Sí mismo y se hizo un bebé? ¿Cómo sería la Navidad si nosotras -como mujeres- tomáramos forma de siervas, de la manera que Jesús lo hizo? ¿Cómo influiría una mentalidad humilde, que es nuestra en Cristo Jesús (Filipenses 2:5), en la forma cómo me manejo durante el mes de diciembre este año?

Quizás, con un espíritu calmado colgaríamos los adornos, glasearíamos galletas y limpiaríamos los pisos sin quejarnos de cuán ocupadas estamos. Tal vez estaríamos menos obsesionadas en encontrar los regalos perfectos que hagan gritar de alegría a quienes los reciben sino más contentas en invertir tiempo en las personas que amamos. Quizás entraríamos a cada actividad y reunión, diciendo “¿Cómo puedo servir a alguien aquí?” “¿Cómo puedo poner a un lado mi propio estatus y levantar el ánimo a algunos?” Puede ser que, en lugar de insistir en mis propios planes y tradiciones, nos preocupemos más en honrar los deseos de otros.

Ahora, celebrar las Navidades de manera humilde no significa que no gastaremos dinero, ni tampoco que no decoraremos ni planificaremos una celebración hermosa. “Vaciarnos de nosotras mismas” no implica que dejemos de hacer aquellas cosas que hacemos bien ni negar que tenemos dones y recursos. Cuando Jesús se vació de Sí mismo y se hizo siervo, nunca negó que era el Hijo de Dios y que tenía autoridad y poder. Él no negó Su grandeza; sino que la usó para levantar a otros.

En estas navidades, ¿Cómo vas a tomar forma de sierva con todo lo que eres y todo lo que tienes? ¿Cómo vas a celebrar el nacimiento del bebé-Rey que anima a otros?

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Sobre el autor

Shannon Popkin

Shannon Popkin es una conferencista y escritora de Grand Rapids, Michigan, quien disfruta combiner su amor por el humor y el contar historias con la pasión por la Palabra de Dios.

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