De niña aprendí sobre uno de los ingredientes esenciales a la hora de cultivar una relación con Dios al percatarme de que mi padre empezaba cada día con una práctica que él llamaba «devocional».
Mi padre era un hombre de negocios con muchas demandas sobre su tiempo; también era muy activo en el ministerio y no tenía tiempo para desperdiciar frívolamente. Sin embargo, de alguna manera, en medio de un hogar extremadamente activo y en medio de las incesantes demandas diarias relativas a viajes y reuniones, había una constante en su vida: él nunca empezaba las actividades del día sin haber pasado una hora o más a solas con el Señor, en Su Palabra y de rodillas en oración.
No recuerdo haber estado junto a él durante esos momentos (aunque frecuentemente lo veía leyendo su Biblia), pero todos sabíamos que este tiempo era más importante para él que cualquier otra de las actividades del día.
Cuando era un nuevo creyente, alrededor de sus 25 años, alguien retó a mi padre a que empezara ofreciéndole la primera parte de cada día al Señor, leyendo Su Palabra y orando. Desde ese mismo día, hasta el día en que se fue al cielo 28 años después, él nunca faltó a esta práctica devocional.
Nada era más importante para él que cultivar su relación con el Señor, y él creía firmemente que nada era más esencial a la hora de mantener esa comunión que el tiempo a solas con el Señor cada día, en Su Palabra y en oración.
La devoción diaria no era algo que mis padres forzaban sobre nosotros, pero la influencia del ejemplo de mi papá y su labor en esa área fue profunda. Aunque él ya ha estado con el Señor desde 1979, la imagen de mi padre de rodillas delante del Señor está indeleblemente grabada en mi mente y mi corazón.
Estoy consciente de que mucha gente siente que no puede encontrar el momento para tener un tiempo devocional con el Señor, pero sí tenemos tiempo para las redes sociales, para ver televisión, para ir al cine y para socializar con nuestros amigos. Si estamos demasiado ocupadas para disponernos a conocer al Dios del universo que nos creó, que nos redimió y de cuya propiedad somos, eso quiere decir que algo tenemos que dejar de lado.
En cada etapa de la vida, sin importar cuán joven o anciana seas, siempre habrá algo que querrá conspirar contra tu vida devocional diaria. Yo misma batallo con esto cada día.
Me siento en la silla en la que cada día paso tiempo con Dios y de repente me encuentro pensando en cincuenta cosas que tengo por hacer. ¡De repente me entra una necesidad increíble de limpiar mi casa! Son absurdas las cosas que pasan por mi mente. Estoy convencida de que el enemigo sabe que, si puede distraerme y desviarme en ese momento, él echará a perder todo mi día.
A través de los años he hablado de este tema de la vida devocional cientos de veces. En cada caso, un 80 % a 95 % de las personas en la audiencia (incluyendo los líderes cristianos, los maestros bíblicos, esposas de pastores, etc.) han reconocido que ellos mismos no tienen una vida de devoción consistente. ¿Y tú?
No es tarde para empezar. Comienza hoy mismo. Comienza mañana por la mañana. Pon tu alarma un poco más temprano. Pídele al Señor que te despierte cuando Él entienda que sea la hora de encontrarte con Él, pero determina en tu propio corazón que empezarás a organizar tu vida alrededor de la prioridad de leer la Palabra de Dios. Determina que tu meta número uno será conocer a Dios, buscarlo a Él, cultivar una relación con Él y crecer espiritualmente. Estoy convencida de que no podemos ser las mujeres que Él nos creó para que fuéramos apartadas de un alimento diario y consistente de la Palabra de Dios en nuestra vida.
Quizás ya hayas desarrollado este hábito de tener tiempo con Dios, quizás lo tuviste en el pasado o quizás todo esto sea nuevo para ti. Independientemente de dónde te encuentres en este tema, te quiero desafiar con un simple reto de 30 días: ¿Harías la resolución de pasar tiempo a solas con el Señor cada día por los próximos 30 días, dedicada a la Palabra y a la oración?
Posdata: Si tomas el reto y te pierdes de un día, ¡no te des por vencida! Empieza de nuevo al día siguiente. Quizás encuentres que debes librar una batalla para lograrlo, a mí también me sucede, ¡pero te puedo asegurar que esta es una batalla que vale la pena pelear!
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