Había tenido una mañana particularmente difícil en casa con mis pequeños. Existían por lo menos cinco razones por las cuales el día debía ser calificado como irrecuperable, y no eran ni siquiera las 9 a.m. A esa hora, ya había detenido algunas batallas, corregido a los niños que necesitaban re-hacer sus tareas, y comenzado a alimentar al bebé cuando mi niño mayor me notificó que necesitaba un cambio de pañal. De inmediato.
Reprimí un suspiro. No estaba avanzando en mi lista de quehaceres, y los sentimientos de desánimo me amenazaban. Conforme repasaba mentalmente mis prioridades como esposa y madre, reflexioné sobre la lectura que había hecho recientemente acerca de la vida de Elizabeth Prentiss.
Un ejemplo a seguir
Hace diez años leí por primera vez acerca de Elizabeth Prentiss, luego de que Elisabeth Elliot la mencionó como una autora cuyos libros habían ejercido buena influencia en ella. No siendo alguien que toma esas recomendaciones con ligereza, me puse a trabajar recabando la obra de Elizabeth Prentiss y aprendiendo más acerca de su vida. Quedé con un sentido de asombro y admiración por su laboriosidad. Aunque toda su vida sufrió de dolores de cabeza severos e insomnio hereditario, cumplió fielmente su papel de esposa de pastor, ama de casa, madre de seis hijos, y autora. La mayoría estaría de acuerdo en que todo lo que Elizabeth logró en su vida resultaría de por sí, increíble en una persona sana, ni qué decir entonces de una mujer que lo logró a pesar de aflicciones crónicas de salud.
Por más de cien años, Dios ha usado sus talentos como autora, especialmente con su clásico Escalando hacia el Cielo (Stepping Heavenward) así como el himno “Más amor por Ti.” Como una mujer que he pasado más de la mitad de mi vida criando hijos pequeños, sus escritos sobre la maternidad han sido los que ministran más a mi corazón. Se dice que su deleite en su labor como madre era para ella más que instinto. Era una pasión que triunfó sobre dolores y cargas físicas, y sobre las responsabilidades literarias y de la vida pastoral.
Su herencia
Bienvenida en quinto lugar y como una hija muy anhelada, Elizabeth Payson Prentiss nació en la familia del señor y señora Edward Payson de Portland, Maine. El padre de Elizabeth fue un pastor congregacional con raíces profundamente puritanas. La familia se reunía tres veces al día para orar juntos. En una ocasión, su padre escribió, “¡Oh qué bendición es el abandonar mi propia voluntad!” Esta sumisión a Dios y el corazón devoto de su padre dejó su huella en Elizabeth y sus escritos.
Muchos creen que el genio de la mente de Edward Payson se pasó a su hija. Aunque él murió cuando ella solo tenía nueve años de edad, los pocos años de paternidad que él dedicó fielmente a su hija han afectado indirectamente a millones de personas.
Feminidad joven
Elizabeth hizo profesión de fe en Cristo a la edad de trece años. Como jovencita, Elizabeth ya era conocida por tener un carácter virtuoso y una devoción púbica a Cristo. Ella comenzó contribuyendo con historias y poemas a The Youth’s Companion (El Compañero de la Juventud) un periódico de Nueva Inglaterra. A la edad de veinte, abrió su propia escuela para niñas para ayudar a su madre viuda y hermanos menores con apoyo financiero.
Unos años después, esta hija de pastor también se casó con uno. Elizabeth se convirtió en la esposa de George Prentiss, y de manera incansable se dedicó a la congregación a pesar de sus implacables problemas de salud. Se ha dicho que su presencia era un rayo de sol en los cuartos de los enfermos y en la casa de luto, y “ella parecía una persona especialmente ungida por el Señor para esta discreta labor. En cierta ocasión le escribió a una amiga diciéndole que “nunca supo lo que era sentirse sana”. Con frecuencia se le encontraba entre los enfermos, en la casa del luto, entre los cansados y débiles, como si obedeciera un llamado directo de Dios.
Una autora destacada
Aunque pasaron trece años en los que su pluma no tocó el papel excepto en su correspondencia, la capacidad de Elizabeth como autora creció conforme avanzó en edad. Sus deberes como esposa y madre de seis hijos pequeños, así como sus problemas de salud crónicos, le impidieron escribir. Cuando nuevamente se dedicó a las labores literarias, tenía un pozo más profundo del cual extraer experiencias. Durante su vida, escribió docenas de poemas y libros cristianos, logró ser publicada en una época cuando la autoría de mujeres no tenía mucha voz.
En 1869, se publicó su libro Escalando hacia el Cielo, un recuento ficticio de su vida. Una de las porciones de este libro más citadas revela sus puntos de vista sobre la maternidad y su perspectiva eterna de criar a la siguiente generación:
Ella dice que ahora tendré una boca más qué alimentar y dos pies más qué calzar, más noches sin dormir, días más ocupados y menos tiempo de esparcimiento, de visitas, de lectura, música o dibujo.
¡Bueno! Esa es, seguramente, solo una parte de la historia, pero yo prefiero ver el otro lado. Aquí hay una boca dulce y fragante para besar; aquí están dos pies más que siguen el ritmo de la música con sus pasitos por el cunero. Aquí está un alma qué entrenar para Dios; y vale la pena cuidar a cualquier costo el cuerpo donde mora, ya que es morada de un huésped digna de un rey.
Quizá me reúna menos con mis amigas, pero he ganado una amistad más preciada que todas ellas, a quien, mientras ministro en el nombre de Cristo, hago un sacrificio voluntario del poco tiempo que mis otros amados me han dejado para mi recreación. ¡Sí, mi precioso bebé, eres bienvenido al corazón de tu madre, bienvenido a su tiempo, sus fuerzas, su salud, sus cuidados más tiernos, sus oraciones de toda la vida! ¡Oh soy verdaderamente rica, cuán maravillosamente bendecida!
Elizabeth lo dice muy hermosamente. Criar hijos implica mucho trabajo. Sin embargo, solo dos cosas son eternas: la Palabra de Dios y las almas que Él crea. ¡Oh, que Dios diera a las madres una perspectiva fresca de los deberes ordinarios que consumen nuestro tiempo y nos concediera una visión renovada del glorioso llamado de la maternidad, como el que tenía Elizabeth Prentiss! Ella sabía que nutrir el cuerpo físico era el hogar del alma, y que valía la pena amar el alma del niño, enfocar nuestra atención y gratitud en Dios por esta tarea terrenal que llegará hasta la eternidad.
Ojalá podamos acoger completamente a los niños como lo hizo Elizabeth Prentiss, y estemos dispuestas a sacrificarnos gozosamente por el tiempo y esfuerzos que requieren.
El profundo compromiso de Elizabeth hacia la familia es claramente evidente en todos sus escritos. El Héroe de la tía Jane (Aunt Jane’s Hero) une la ficción cristiana con un manual de matrimonio para parejas jóvenes. El Hogar en Greylock (The Home at Greylock) ayuda a familias jóvenes que están buscando criar hijos con sabiduría y principios bíblicos. Como novelista su objetivo era “contar a la generación venidera las alabanzas del SEÑOR, su poder y las maravillas que hizo.” (Sal. 78:4).
La escuela del sufrimiento
Junto con sus problemas de salud continuos, el sufrimiento y la muerte de dos de sus hijos ocurrida en un corto período de pocos meses, dejó su huella en ella.
No hay desierto tan sombrío que Su amor no pueda iluminar, ni desolación tan inhóspita que él no pueda endulzar. Sé lo que estoy diciendo. No es delirio. Creo en que la felicidad más pura y suprema es conocida solo por aquéllos que han experimentado a Cristo en los cuartos de enfermos, en la pobreza, en la estresante ansiedad y suspenso, en medio de las dificultades y ante la tumba abierta.
Avanzando hacia el Cielo
Elizabeth Prentiss murió a la edad de sesenta años, soltando la carga de su fragilidad humana. Su deseo de amar a Cristo más y estar completamente sujeta a Su voluntad, aún en el ámbito de la maternidad, fue un tema frecuente en sus diarios y escritos publicados. ¿Y no es el cumplimiento del mandamiento más grande que Dios nos ha dado? Amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas, debiera ser nuestra búsqueda de por vida. Elizabeth Prentiss hizo eso fielmente, a pesar de sus muchas pruebas.
Amar más a Cristo, es la necesidad más profunda, el clamor constante de mi alma. Afuera en el bosque y en mi cama y conduciendo el auto, cuando estoy feliz y ocupada, y cuando estoy triste y ociosa, ¡el susurro continúa por más amor, más amor, más amor! –Elizabeth Prentiss
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