¿Has anhelado tener absoluta fe en Dios? ¿Un corazón totalmente rendido a Él, dispuesto a obedecer lo que Él pida –aunque no conozcas el resultado?
Este tipo de fe no nos llega de repente. Nace de una vida entregada consistente y fielmente a la voluntad de Cristo. Esa es la fe que Elisabeth Elliot hermosamente ejemplificó en sus ochenta y ocho años en esta tierra.
Recientemente he estado reflexionando con muchas preguntas que me han surgido del estudio de la vida de esta mujer extraordinaria. ¿Estaría yo dispuesta a enviar a mi esposo a una selva remota, sabiendo que es muy probable que no regrese vivo? ¿En verdad creo que él, y nuestros hijos, no son míos, sino que pertenecen a mi Padre celestial?
¿Tendría la fe suficiente para ir a la mismísima gente que mató con lanzas a mi esposo, para cultivar una vida de comunidad con ellos?
No había tenido el tiempo de profundizar en su historia sino hasta recientemente. ¡Oh, cuánto desearía haber conocido antes a esta heroica mujer de Dios!, quien escribió: “Ahora tengo un deseo: vivir una vida de total abandono en el Señor, poniendo toda mi energía y fuerzas en ello.”
Lo que dio forma a su fe
Elisabeth nació en Bruselas, Bélgica, donde sus padres, Philip y Katherine Howard eran misioneros. Su familia se mudó de regreso a los Estados Unidos cuando ella era una bebé, y se establecieron en Germantown, Pennsylvania, cerca de Filadelfia. Elisabeth, conocida cariñosamente como “Betty” entre su familia y amigos, creció en un hogar piadoso que le brindó seguridad. Con el tiempo, creció en su corazón, la semilla de dedicarse al trabajo misionero.
Después de la preparatoria, Elisabeth asistió a la Universidad de Wheaton y decidió estudiar griego clásico para cumplir su deseo de traducir en el campo misionero. Continuó en el Instituto Bíblico Prairie en Alberta, Canadá completando ahí estudios de postgrado.
Ahí conoció a una mujer piadosa llamada Katherine Cunningham que se convirtió en una de las mentoras espirituales más importantes en su vida. Elisabeth escribió “Muchas fueron las tardes en que la señora Cunningham me servía té mientras yo derramaba mi alma ante ella. El mensaje era ella misma.”
Una historia de amor y espera en Dios
En sus escritos, da la impresión de que Elisabeth no tenía un particular interés por el sexo opuesto. Por eso, las atenciones dispensadas por el atractivo, atlético, extrovertido Jim Elliot, amigo de su hermano, la tomaron por sorpresa. No tardaron mucho en darse cuenta de la atracción que sentían el uno por el otro; pero Jim creía firmemente que Dios lo llamaba a una vida como soltero en el campo misionero.
Así comenzaron varios años de espera para descifrar la dirección de Dios para su relación. Durante este tiempo, se dedicaron por separado a las misiones. Ambos jóvenes deseaban estar seguros que su matrimonio no los alejaría de su devoción individual a Dios ni de Su Voluntad.
En su libro Pasión y Pureza, Elisabeth escribió:
Sé que esperar en Dios requiere la voluntad para soportar la incertidumbre, llevar en el interior una pregunta sin respuesta, trayendo el corazón ante Dios cuando ese pensamiento invade nuestra mente. Es fácil convencerse a una misma sobre una decisión que no es duradera, a veces eso resulta más fácil que esperar pacientemente.
Mientras Elisabeth se dedicaba a las misiones como mujer soltera, ella y Jim mantenían la comunicación por correo. En 1953 tuvieron la seguridad de que Dios los llamaba a las misiones como pareja de esposos y se comprometieron. Se casaron, más adelante, en ese mismo año, en Quito, Ecuador, donde trabajaban entre los Indios Quechuas. El 27 de febrero de 1955, nació su hija Valerie.
El llamado de Dios al ministerio
En enero de 1956, Jim y otros cuatro hombres partieron en una misión temeraria para alcanzar con el Evangelio a la remota tribu Auca. Los cinco jóvenes fueron asesinados brutalmente por los hombres auca. Lo que ocurrió luego, no es ampliamente conocido.
Elisabeth se mantuvo firme. El llamado de Dios a Sudamérica era tanto para su esposo como para ella, de manera que continuó su trabajo con los quechuas. Con el tiempo conoció a dos mujeres aucas. A través de ellas, Elisabeth, Valerie -de dos años- y Rachel Saint (hermana de uno de los misioneros martirizado) tuvieron acceso a la tribu que había asesinado a su esposo. Percibiéndolo como la voluntad de Dios, Elisabeth y Valerie vivieron entre ellos durante dos años. En ese tiempo muchos fueron llevados a Cristo –el resultado que ella y Jim tanto habían deseado.
Finalmente, Elisabeth regresó a los Estados Unidos y se estableció en New Hampshire. Ahí se convirtió en una de las autoras de más ventas, basándose mayormente en sus experiencias en Ecuador. También dio clases en la Universidad Gordon Conwell.
Se casó con un profesor de Gordon-Conwell llamado Addison H. Leitch quien murió de cáncer en 1973. Elisabeth quedó viuda nuevamente. Cuatro años después, conoció al capellán de un hospital, llamado Lars Gren, con quien se casó y vivió por el resto de su vida.
En 1988, Elisabeth comenzó su propio programa de radio llamado Entrada al Gozo. Comenzaba cada uno de sus programas con estas palabras como muestra de su gran confianza en Dios: “Eres amada con un amor eterno, eso es lo que dice la Biblia, y debajo están los brazos eternos.”
Después de trece años, Elisabeth se retiró de Entrada al Gozo y le pasó el bastón a un nuevo programa llamado Aviva Nuestros Corazones. Inspirados por Elisabeth, mujeres y hombres fieles se unieron buscando ministrar a mujeres, como ella lo había hecho –para recordarles el gozo, propósito, contentamiento y plenitud que ellas pueden tener en Cristo, sin importar sus circunstancias. En un tributo a Elisabeth, Nancy DeMoss Wolgemuth escribió:
Mi ministerio y mi propia vida se sostienen en los hombros de esta extraordinaria mujer de Dios. No conozco ningún otro autor de nuestros días que haya tenido mayor influencia en mi andar con el Señor.
Fiel hasta el final
La última década de su vida, Elisabeth sufrió demencia y de nuevo, esta mujer que había vivido una vida de rendición audaz a la voluntad de Dios, se entregó a sí misma a Su Plan.
En una entrevista con Elisabeth y Lars, él se refirió a su demencia diciendo, “ella aceptó esas cosas [sabiendo] que no eran una sorpresa para Dios. Era algo que hubiera preferido no experimentar, pero lo recibió.” En una entrevista que duró dos horas, justamente ésas fueron las palabras de Lars que provocaron la única respuesta que dio Elisabeth, un “Sí” vehemente mostrando que estaba de acuerdo.
Elisabeth partió a casa para estar con su amado Salvador, el 15 de junio del2015. Aunque la comunidad cristiana lamenta la pérdida de una santa fiel, el mensaje de su vida ha dejado una huella indeleble.
Reflexionar sobre la vida de Elisabeth, me hace recordar que tengo una vida segura. Una vida predecible. No tengo que preocuparme mucho si mi esposo va a regresar a casa en la noche. No es muy probable que sea asesinado en nuestro vecindario suburbano. No es muy probable que mis hijos crezcan sin un padre. Tengo todo lo que necesito y más. Sin embargo, cuando leo acerca de Elisabeth Elliot, considero los tesoros que me estoy perdiendo. Tesoros celestiales recogidos en el horno del sufrimiento y de la pérdida. Tesoros que ni la polilla ni el óxido podrán destruir.
Como esposa, madre e hija del Rey, quiero modelar la fidelidad de esta mujer quien no abandonó la tarea que Dios le dio a ella y a su esposo, aun cuando la tuvo que completar sola.
El trabajo que se me ha asignado para llevar a cabo es un regalo. Por lo tanto, es un privilegio. Por ende, es una ofrenda que puedo hacerle a Dios. En consecuencia, debe hacerse con gozo, si es hecho para Él. Aquí, y en ningún otro lado, he de aprender el camino de Dios. En este trabajo, y no en otro, Dios lo que ve es la fidelidad.
Que pueda yo ver las responsabilidades de mi vida exactamente de esta manera –como un regalo y un privilegio que he de llevar a cabo fielmente. Que pueda imitar a diario a esta mujer piadosa.
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