Nada facilita más el trabajo del jurado que el testimonio de un testigo ocular que corrobore las pruebas circunstanciales. La inmensa mayoría de las veces, un testigo presencial hará que el jurado se incline por su punto de vista. Sin embargo, aunque muchos testimonios oculares identifican correctamente al culpable, otras veces el «testigo estrella» resulta estar equivocado.
La memoria humana, aunque es absolutamente sorprendente, no es tan fiable como nos gustaría pensar. Todas hemos tenido la experiencia de creer que recordamos algo con mucha claridad, para luego descubrir que nuestra memoria era inexacta. Lo mismo ocurre a veces con los testigos presenciales. Resulta que el culpable no tenía bigote o no conducía una camioneta blanca. O sucede que el abrigo del culpable era en realidad rojo en lugar de negro. Por desgracia, muchas personas inocentes han sido encarceladas injustamente por culpa de un testigo bien intencionado, pero equivocado.
Los humanos somos falibles, pero la Escritura nos habla del Testigo fiel y verdadero.
En el capítulo inicial del Libro de Apocalipsis, Juan se refirió a Jesucristo como el Testigo Fiel:
«Y de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos liberta de nuestros pecados con Su sangre» (Apocalipsis 1:5, énfasis añadido).
Este título fue reiterado en la carta de Cristo a la iglesia de Laodicea:
«Escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: “El Amén, el Testigo fiel y verdadero, el Principio de la creación de Dios, dice esto”» (Ap. 3:14, énfasis añadido).
Este nombre de Cristo le recuerda a la Iglesia que su Señor la ve y dará testimonio de lo que ve.
Hagamos un viaje relámpago a través de las siete cartas de Apocalipsis 2 y 3. Ellas te mostrarán tanto el consuelo como la convicción que puede darte el conocer a Cristo como el Testigo Fiel.
Él ve tu falta de amor
Comenzamos en Éfeso con una iglesia que tenía mucho a su favor. Cristo elogió a los efesios por todas sus grandes obras: su trabajo y resistencia y su negativa a soportar la falsa enseñanza (Apocalipsis 2:2). A los ojos de la ciudad y de cualquiera que entrara en las puertas de su iglesia, eso sería suficiente. Esta iglesia hizo todo bien. Todo al pie de la letra.
Pero eso no es todo. También vio que habían perdido su amor. Para decirlo con las palabras de Pablo, se habían convertido en un «metal que resuena» o en un «címbalo que retiñe» (1 Cor. 13:1).
El Testigo Fiel y Verdadero también da testimonio de nuestro desamor.
Él ve al siervo cristiano cumpliendo con las funciones del ministerio.
Él ve las sonrisas falsas y las conversaciones superficiales durante el tiempo de comunión.
Él ve el sermón que es doctrinalmente sólido, pero que carece del corazón amoroso de un pastor.
Él ve las sillas llenas de gente que asiste a la iglesia por obligación.
Él ve los cantos que se entonan con un corazón desafinado.
Él ve la discusión insignificante en las redes sociales sobre minucias teológicas.
Lo ve. Él da testimonio. Y te llama a recordar.
Recuerda el evangelio. Recuerda el amor con el que has sido amada. Y arrepiéntete (Ap. 2:5).
Él ve tus concesiones
Las iglesias tanto de Pérgamo como de Tiatira pensaban que se mantenían unidas. No habían negado el nombre de Cristo. De hecho, en Tiatira, su servicio era cada vez mejor. Ambas iglesias mostraban perseverancia y agallas espirituales. Pero Cristo, el Testigo fiel y verdadero, vio más.
Él vio su concesión, ya que ambas iglesias habían permitido que los falsos maestros se infiltraran en sus filas. Tiatira en mayor medida, sin embargo Pérgamo estaba bien encaminada.
La concesión siempre comienza con algo pequeño. Por supuesto que lo hace. Satanás no es tonto. Él sabe que no puede pedir una milla de golpe, así que toma una pulgada a la vez. El Testigo fiel ve cada pulgada rendida. Ninguna concesión, ya sea filosófica, moral, teológica o física, escapa a su atención.
Él ve cada video reproducido de un maestro carismático y popular, pero no bíblico.
Él ve cada página de una novela apasionante, que cruza la línea de límite.
Él ve los pocos minutos extra que se extienden en cada comida y pausa para el café.
Él ve las interacciones coquetas en el trabajo.
Él ve la página web con fotos tentadoras.
Él ve y testifica.
Su mensaje para el transigente: arrepiéntete mientras estés a tiempo.
Él ve tu autosuficiencia
La iglesia de Laodicea era tristemente célebre por su «tibieza», un término que a menudo se utilizaba para expresar que los creyentes de allí eran tibios en su pasión por Dios. No se oponían a Él, pero tampoco ardían por Él. Mientras que ese mensaje se predicaba bien (y era quizás una mejor imagen de la iglesia en Éfeso), el problema en Laodicea era en realidad mucho peor. Ellos eran autosuficientes.
«Porque dices: “Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad. No sabes que eres un miserable y digno de lástima, y pobre, ciego y desnudo”» (Ap. 3:17).
Pensaban que estaban bien como estaban. Pero Jesús no quiso dejarlos ahí:
«Te aconsejo que de Mí compres oro refinado por fuego para que te hagas rico, y vestiduras blancas para que te vistas y no se manifieste la vergüenza de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos y que puedas ver» (Ap. 3:18).
Él también ve nuestra autosuficiencia.
Él ve nuestros esfuerzos por hacernos santas fuera del poder del Espíritu Santo.
Él ve nuestro esfuerzo por mantener todas las pelotas en el aire con nuestra propia energía.
Él ve cuando descuidamos la oración porque pensamos que tenemos demasiado que hacer.
Él ve, y da testimonio. Y debido a Su amor, Él disciplina:
«Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Sé, pues, celoso y arrepiéntete» (Ap. 3:19).
¡No te desanimes! El Testigo fiel no ve sólo las faltas ocultas. También ve las gracias ocultas.
Él ve tu sufrimiento
Una carta entera fue dedicada a una iglesia que sufría. Cristo no dijo nada sobre los creyentes de Esmirna, excepto que estaban sufriendo y que iban a sufrir más. Entonces, ¿por qué Juan gastó papel y tinta para enviar esta carta? Entre otras razones, quizás el Pastor quería hacer saber a sus queridos corderos que los veía. Que no los había olvidado.
Al igual que los creyentes de Esmirna, quizás te sientas definido por el sufrimiento en esta época de la vida. Todo en tu esfera parece orbitar alrededor de tu valle de desesperación, y aún así te sientes dejado atrás, descuidado y olvidado por Dios. Anímate, amiga mía. El Testigo fiel te ve, y te ofrece esperanza.
Su mensaje a esta iglesia y al santo que sufre es sencillo: «Sé fiel hasta la muerte, y Yo te daré la corona de la vida» (Ap. 2:10). O, si se me permite parafrasear, Él dice: «Resiste, querida. Sé fiel porque te espera la eternidad, cuando te corone personalmente con la vida eterna, la gloria eterna, la alegría eterna».
Sé fiel, y recuerda: Él ve y da testimonio.
Él ve tu fidelidad oculta
Cristo tuvo algunas palabras duras para las diversas iglesias a las que se dirigió. Amenazó con expulsar a la iglesia de Éfeso con traer una espada (2:5), hacer la guerra contra la iglesia de Pérgamo (2:16), arrojar a los transigentes de Tiatira a una gran aflicción (2:22), y vomitar de su boca a los tibios y autosuficientes de Laodicea (3:16). Sin embargo, en medio de esas ominosas advertencias, Cristo no pasó por alto a aquellos en las iglesias que permanecieron fieles a Él.
A los fieles de Tiatira les dijo que no les imponía ninguna carga (2:24).
A los justos de Sardis les prometió ropas blancas (3:4).
Y a todos los vencedores, todos los creyentes genuinos en Cristo, les prometió regalos inimaginables, como comer del árbol de la vida (2:7), protección contra la segunda muerte (y la eterna) (2:11), autoridad sobre las naciones (2:26) y un lugar con Cristo mismo en Su trono (3:21).
Puede que tú o yo tengamos, en algún momento, quince minutos de fama. Pero la mayor parte de nuestra vida la pasaremos en un relativo anonimato haciendo un trabajo mundano y repetitivo.
Nuestros ministerios no serán llamativos, nuestra hospitalidad no será extravagante, y nuestra obediencia no será nada sobresaliente. Por la gracia de Dios, aunque tropecemos a menudo, nos levantaremos y seguiremos en la dirección correcta. Y la mayor parte del tiempo sentiremos que nadie ve y a nadie le importa.
Pero el Testigo fiel y verdadero lo ve todo. Su testimonio ante el Padre será elogiar esos simples actos de obediencia y fe. Cuando entremos en Su gloria, nos vestirá de blanco y nos dará la bienvenida a Su presencia con un sencillo testimonio:
«Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor» (Mt. 25:23).
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