Un momento crucial en mi vida cristiana ocurrió cuando comprendí mi rol como mujer dentro de la iglesia de Cristo. Había nacido de nuevo unos años antes; había entendido mi profunda pecaminosidad y mi desesperada necesidad de un Salvador. Había comprendido y aceptado con gozo el sacrificio de Cristo a mi favor y tenía un gran fervor y un gran deseo de servirle. Recuerdo que me sentía dividida en múltiples direcciones. ¿Qué hacer? ¿Por dónde comenzar a ser útil para el Reino?
Pero Dios en Su infinito amor y misericordia me fue mostrando poco a poco el profundo peso teológico implicado en el concepto de haber sido creada «mujer», así como el alto llamado y el propósito que Él tiene para nosotras en Su maravillosa historia de redención. El día que «entendí», mis ojos fueron abiertos a una visión y un llamado glorioso, a un llamado privilegiado con un impacto que trascendía mi propia vida y temporal historia.
Un diseño divino
Desde el inicio de las Escrituras observamos una relación complementaria entre el hombre y la mujer a quienes Dios creó a Su imagen. En Su gran sabiduría, Dios le otorgó a cada uno un rol en la creación: el hombre como líder-siervo y la mujer como ayuda idónea. Ambos iguales en valor, pero con distintas funciones. Aun nuestros cuerpos, ambos diferentes pero perfectamente entretejidos, apuntan a las diversas funciones que Él soberanamente nos asignaría: el hombre como cabeza (Efesios 5:22-23), líder espiritual, proveedor y protector; y la mujer como su ayuda (Génesis 2:18), nutridora, dadora de vida, trabajando de forma complementaria junto a él.
Un llamado divino
La feminidad bíblica es intrínseca a nuestro llamado como mujeres, de manera que sus manifestaciones deben ser visibles en toda nuestra manera de vivir, muy particularmente en la iglesia y en el hogar.
Como mujeres estamos llamadas a nutrir y edificar nuestros hogares con amor y sabiduría rindiendo actitudes, palabras, sueños, reconocimiento, en beneficio del testimonio de Cristo.
En la iglesia somos columnas que sirven el cuerpo y en la sociedad debemos buscar, en Su poder y por Su gracia, ser modelos vivientes del ideal divino para la mujer, viviendo de manera irreprensible y sencilla, como hijas de Dios sin tacha, en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual debemos resplandecer como luminares (Flp. 2:15) para que la Palabra de Dios no sea blasfemada o deshonrada (Tito 2:5) entre los que no conocen a Dios (Ro. 2:24), y para que Su gloria sea manifestada en la tierra.
Cuando Dios nos salva, nos coloca dentro de un cuerpo de creyentes, y como mujeres tenemos un círculo de influencia que la misma Palabra delimita para nosotras. Tito 2:3-5 especifica claramente cuál debe ser el enfoque de nuestro ministerio:
«Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta: no calumniadoras ni esclavas de mucho vino, que enseñen lo bueno, que enseñen a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a ser prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada».
La Escritura manda a las mujeres maduras a animar y equipar a las más jóvenes, enseñándoles a vivir sobriamente, a establecer las prioridades de Dios en sus vidas y aplicar la sabiduría de Dios en toda su manera de vivir y en sus relaciones. Este es el mandato que tenemos como mujeres para ser vivido en medio de la comunidad de creyentes, y a éste debemos responder con gozo, intención y premura. Debemos alentarnos unas a otras a las buenas obras, y usar nuestros dones y talentos para servir en la iglesia donde Él soberanamente nos ha colocado.
Más allá de este llamado al discipulado, las mujeres somos llamadas a servir apoyando diversas áreas de la iglesia, bajo la autoridad de los líderes y pastores, sirviendo con dignidad y fidelidad, mostrando compasión, ayudando a los necesitados, mostrando hospitalidad, y sirviendo a otros (Proverbios 31, 1 Timoteo 3, 5, Tito 2).
Un enemigo que debe ser resistido
La mujer es AYUDA por diseño, esa es su posición en la creación. Esto quiere decir que nuestra inclinación como mujeres debe ser la de afirmar el liderazgo y la iniciativa de los hombres a nuestro alrededor; no socavarlo, no manipularlo, ni tratar de usurparlo.
Satanás, sin embargo, ha engañado a la mujer haciéndole creer que este es un llamado limitante, incitándola a exigir y validar sus dones y talentos para ser afirmada, oída y reconocida. Pero esto es totalmente contrario al espíritu de Cristo y al llamado que vemos entretejido en las Escrituras para la mujer, quien debe manifestar «el adorno incorruptible de un espíritu tierno y sereno, lo cual es precioso delante de Dios» (1 Pd. 3:4).
La feminidad bíblica es un concepto hermoso. Implica una labor hermosa, honrosa y llena de propósito que no solo impacta el entorno inmediato y las familias de la iglesia, sino también a las generaciones venideras, asegurando que el legado de la fe sea transferido de una generación a otra.
Nuestro anhelo y meta debe ser el de rendirnos ante este llamado y colaborar juntas para redimir el diseño de la mujer, de manera que podamos ser testimonios vivos de lo que Dios ideó cuando nos creó. No seamos tentadas a abandonar nuestra área de influencia anhelando tener plataformas más visibles o más poder y reconocimiento.
Un propósito maravilloso: honrar Su nombre y manifestar Su gloria
Tenemos un rol que jugar en la historia de redención, sirviendo de modelo y de maestras del bien a las que vienen detrás, para apuntar a la gloria de Dios.
Cuando las mujeres se consagran, se unen y llevan a cabo sus labores particulares de acuerdo a Su diseño, en sus hogares y dentro de sus congregaciones, ellas contribuyen a la fortaleza, salinidad y la estabilidad de la iglesia y reflejan un testimonio transformador al mundo.
Es imperativo que las que hemos sido redimidas por la sangre del Cordero pongamos manos a la obra comenzando por consagrarnos a nivel personal, cuidando nuestra manera de vivir, apoyando la iglesia con nuestro servicio desinteresado, no viviendo como necias, sino como sabias, aprovechando bien el tiempo porque los días son malos (Ef. 5:16).
Estamos en una batalla, y no querrás perderte del privilegio de ser parte de esta encomienda; de unirte al ejército de Dios en tu iglesia local; de ser una sierva en la viña, y de colaborar con Su grandioso plan para la humanidad, para la gloria de Su Nombre.
¿Conoces y has abrazado el diseño de Dios para ti como mujer?
¿De qué forma estás usando tu vida y tus dones para servir en tu iglesia local en las áreas que Dios te ha llamado a servir como mujer?
¿De qué forma has sido tentada a demandar o buscar ser reconocida?
¿Qué pudieras hacer diferente?
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