El poder de la oración de una madre

Por: Julie Armstrong

Personas de todas partes del mundo han sido impactadas por el profundo y conmovedor himno “Sublime Gracia” escrito por John Newton.  Fue de gran aliento leer sobre su vida y el poder de la oración de una madre, en el libro The One Year Book of Christian History.

Su madre murió cuando él apenas tenía seis años, y no alcanzó a educarlo o ver el fruto de sus oraciones sobre la vida de John. Pero su regalo de despedida fue la oración, pronunciada antes de morir, pidiendo que John se convirtiera en un ministro.

Espiral descendente

Los siguientes treinta y tres años, parecerían como si esa oración no hubiese sido más que un ruego patético que se burlaba de su fe y confianza en Dios. John siguió a su padre haciéndose al mar y finalmente comenzó a trabajar comerciando con esclavos.  Su corazón era frío y duro y llevaba una vida profana. Él parecía ir en espiral cuesta abajo, fuera de control, hasta que, como el hijo pródigo, se vio desprovisto y con hambre. Se convirtió en el sirviente de un comerciante de esclavos que abusaba de él brutalmente. John terminaría como esclavo de la amante negra de este hombre, en una de las islas bananeras de la costa de la Sierra Leone. Finalmente escapó y fue rescatado por un capitán de mar que había conocido a su padre. John volvió al comercio de esclavos.

La noche del 20 de marzo de 1748, cuando su barco estaba en el mar, cayó una terrible tormenta –como si Dios estuviera soplando Su ira por Su boca- que continuó hasta el día siguiente.  Newton fue llamado al timón, donde tuvo tiempo de reflexionar.  Se dio cuenta de la maldad de sus pecados y sintió que eran demasiados y muy grandes como para ser perdonados.

Su diario registra la liberación de la tormenta, así como de una espiritual. El 21 de marzo de 1748, Dios salvó a John Newton. Él escribiría lo siguiente:

Este es un día que llevo muy guardado en mi memoria, y nunca he permitido que pase inadvertido desde 1748. En ese día el SEÑOR envió Su ayuda desde lo alto y me rescató de profundas aguas.

Transcurrieron otros dieciséis años antes que la oración final de la madre de Newton fuese contestada. En 1764, a la edad de treinta y nueve, John comenzó una vida nueva como ministro de la Iglesia de Inglaterra. La respuesta tomó treinta y tres años, pero claramente fue Dios quien así lo había puesto en el corazón de su madre y la había llevado a orar por aquello que no era otra cosa que Sus propósitos para su hijo.

Cuando Dios no se apresura

No sabemos esperar y muchas de nosotras luchamos contra la impaciencia frente a los tiempos de Dios. ¿Te ha dado Dios una carga por un hijo o hija, un nieto, un esposo, un hermano o hermana, o una amiga? ¿Luce ahora más imposible de lo que parecía cuando comenzaste a orar? Si la madre de John Newton hubiera vivido esos treinta y tres años, me pregunto si ella habría perdido toda esperanza de que su obstinado hijo se convertiría a Cristo, e incluso se volvería ministro. ¡Tantos años seguramente habrían probado su fe!

Me pregunto si tengo la fe para orar por treinta y tres, o cuarenta y nueve años sin rendirme. Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Con frecuencia, Él pone una oración en nuestro corazón, y comenzamos a orar con gran esperanza y expectación. Luego, pareciera que las cosas se ponen peor, y los años pasan sin evidencia alguna de que nuestras oraciones han sido escuchadas.

Sin embargo, esa oración es como una semilla, escondida en una tierra fértil y abundante, creciendo silenciosa e inadvertidamente. Dios la cuidará, y podemos tener la certeza de que, si Él nos llamó a plantar esa semilla, aunque tenga que regarla con nuestras lágrimas y fertilizarla con el sudor de nuestra lucha, su raíz se afianzará y crecerá y ¡llevará fruto en esta tierra!

Es por esa razón que hoy me siento alentada a unirme a tantas mujeres a través de los siglos que han orado y esperado a que un ser amado sea rescatado de las profundas aguas de su pecado y librado como lo fue John Newton.

Gálatas 6:9: Y no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos.

Salmo 126:5: Los que siembran con lágrimas, segarán con gritos de júbilo

Puede ser que cosechemos en esta tierra, o que sea en el cielo, pero segaremos la cosecha por la cual Él nos ha llamado a orar.

No te rindas

Esto me alienta (y espero que a ti también) a sacar de mi caja de oraciones mental, aquellas oraciones desgastadas y viejas, algunas de hace veinte años, otras de treinta e incluso de casi cuarenta años. Le confieso a mi Padre que me he sentido agotada. A veces ha sido demasiado doloroso seguir orando, o demasiado difícil seguir creyendo. Las oraciones parecen burlarse de mi celo y la fe más sincera con la que un día comencé a orar.

Perdóname, Señor. Mi fe es pequeña.  Hoy vuelvo a sacar de mi caja de oración, estas oraciones y las pongo delante de Tu trono de gracia.  Están raídas y deshilachadas, se han empapado en mis lágrimas de todos estos años. Pero son preciosas.  Son parte de mí, un pedazo de la historia que Tú estás desarrollando en mi vida.  Conforme les quito el polvo y amorosamente las extiendo delante de Ti, te agradezco por cada una de ellas.

Pienso en que cada una de ustedes, probablemente tiene algunas oraciones desgastadas… o algún día las tendrán.  Uno mi oración a la tuya sabiendo que Aquél que nos llamó a orar es fiel.

La madre de Newton oró porque su hijo se convirtiera en ministro. Pero, ¿se habrá podido imaginar la influencia y el impacto que su hijo llegaría a tener sobre la vida de muchos, como resultado de la respuesta de Dios?

Ayúdanos a llegar a otras

Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Mujer Verdadera?

Donar $3

Sobre el autor

No Photo Avaible for Escritora Invitada

Escritora Invitada

En Aviva Nuestros Corazones contamos con algunos invitados especiales para compartir sobre temas de la vida cristiana y lo que Dios está haciendo en sus vidas.

Únete a la conversación