Cuando se trata de temas discutidos en la iglesia y letras cantadas en la adoración, el perdón en Cristo encabeza las listas, y por una buena razón. El perdón en el mensaje del evangelio es una buena noticia que nos dejará boquiabiertas, y no deberíamos ser capaces de creer que tenemos suficiente de ello. Sin embargo, ¿será posible que hayamos sesgado el énfasis de esta gloriosa verdad?
Muchos de los libros cristianos más vendidos y canciones de éxito en la radio cambian el enfoque del Perdonador al perdonado, haciéndonos sentir como si estuviéramos recibiendo un cálido abrazo cuando consideramos el perdón de Dios. Si esta es nuestra respuesta, me pregunto si le hemos dado la vuelta al objetivo principal del perdón. El perdón no se trata de mí; se trata de un Dios justo que abrió un camino para que los pecadores depravados permanecieran en Su presencia sin comprometer Su santidad.
El perdón debe llevarnos a temer al Señor.
«Pero en Ti hay perdón, para que seas temido». -Salmo 130:4
Todo comienza con la santidad
Uno de los atributos fundamentales de Dios (quizás el atributo fundamental de Dios) es Su santidad. No podemos temer a Dios si no entendemos esta faceta tan importante de Su carácter. Quizás la razón más básica por la que el temor del Señor se ha atrofiado en muchas iglesias hoy en día es porque subestimamos la santidad de Dios. Por supuesto, como ocurre con la mayoría de los atributos de Dios, nunca podremos sondear las profundidades de todo lo que significa la santidad de Dios (y ciertamente no lo haremos en un artículo corto como este); sin embargo, tomar el más pequeño de los sorbos de este océano divino, como estamos a punto de hacer, puede ayudarnos a realinear nuestro enfoque cuando reflexionamos sobre el perdón en el mensaje del evangelio.
Santidad significa literalmente «apartado», una definición que, en el caso de Dios, tiene dos puntas: Él es separado de Su creación y Él es separado en Su pureza moral. El primero de ellos es más difícil de entender.
Todo lo que existe en el cielo, en la tierra, debajo de la tierra y en el cosmos, cae en una de las dos únicas categorías: creado o Creador. Obviamente, uno de esos grupos es mucho más pequeño que el otro. Dios y solo Dios es no creado. Él no es Su creación; Él es el Creador. No solo está muy por encima de la humanidad; Él está completamente separado de ella. Isaías describe Su trono como «alto y sublime» (Isa. 6:1), una imagen de la trascendencia del Santo sobre todo lo creado. Las palabras no pueden describirlo adecuadamente. Ninguna imaginación humana podría concebirlo. Solo Él pudo concebirnos. Esta primera punta de santidad debería hacer que nuestras mandíbulas caigan de asombro y nuestras rodillas choquen de terror. Pero no podemos detener nuestra discusión sobre la santidad allí.
La segunda punta de Su santidad significa que Dios está apartado en pureza moral. Quizás hayas conocido a alguien con una alergia severa al cacahuate o alguna otra sustancia que lo enviara a un shock anafiláctico si le permite la entrada a su cuerpo. Mi antiguo pastor solía decir que Dios es «alérgico» al pecado. No puede estar cerca de él.
Por supuesto, esta analogía solamente puede llevarnos hasta cierto punto: Dios no dejará de respirar si está en presencia de un pecador (Dios no respira; Él es espíritu). En realidad, las consecuencias son mucho más espantosas. Si Dios permitiera que Su presencia fuera manchada por el pecado, dejaría de ser Dios. Él está eternamente apartado de todo mal. Él nunca ha actuado de otra manera que no sea la rectitud pura y sin adulterar. La prístina pureza moral de Dios debería hacernos clamar con Isaías: «¡Ay de mí! Porque perdido estoy» (6:5).
Isaías se dio cuenta del problema de la humanidad. El salmista lo expresa de esta manera: «Señor, si Tú tuvieras en cuenta las iniquidades, ¿Quién, oh Señor, podría permanecer?" (Salmo 130:3). Pablo lo pone aún más simple: “No hay justo, ni aun uno” (Rom. 3:10). Esto nos lleva a una cuestión de eterna consecuencia:
¿Cómo es posible que Dios perdone mi pecado y me permita entrar en Su presencia sin comprometer Su santidad?
La respuesta: Unión con Cristo
Quizás la verdad del evangelio más importante es también una de las más incomprendidas y olvidadas. Sin embargo, una vez que tus ojos están abiertos a su belleza, nunca querrás apartarte de ella. Me refiero a la unión con Cristo.
Dado que el concepto de unión con Cristo puede ser un poco complicado de precisar, aquí hay una explicación útil de un buen libro sobre el tema:
Cuando estamos en Cristo, cada parte de la vida de Cristo, no solo Su muerte, tiene un significado para nosotros. Compartimos Su vida y obediencia, Su muerte y Su resurrección, ¡incluso Su ascensión! Participamos en la victoria de otro. Todo lo que es Suyo se convierte en nuestro. 1
Encontramos este concepto en todo el Nuevo Testamento: De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas. (2 Corintios 5:17, énfasis agregado)
«Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gálatas 2:20, énfasis agregado)
Estoy segura de que a estas alturas ya te has dado cuenta de cómo nuestra unión con Cristo se conecta con nuestro problema de santidad. Debido a que estamos unidas a Cristo, Su santidad se ha convertido en nuestra, mientras que nuestra maldad se convirtió en Suya durante tres horas un viernes por la tarde mientras Él colgaba de la cruz. El término teológico elegante para esto es imputación. Probablemente no necesites recordar esa palabra (aunque ¿por qué no intentarlo?). Sin embargo, querrás aferrarte a la hermosa verdad que enseña, que se encuentra claramente en 2 Corintios 5:21: «Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él».
¿Notaste el cambio? Se hizo pecado para que en Él (la abreviatura de Pablo para la unión con Cristo), fuéramos justos.
Poniendo todo junto
Entonces, ¿cómo puede Dios permanecer santo y aún perdonar nuestros pecados y permitirnos entrar en Su presencia? La respuesta es simple, pero bellamente misteriosa: cuando voy al Padre en busca de perdón, Él ve la justicia de Su Hijo que ha sido transferida (¡imputada!) a mí. Él me mira no solo como si nunca hubiera pecado, sino como si hubiera guardado todos los preceptos de la ley a la perfección, tanto por dentro como por fuera. No es que Dios se engañe y piense que su Hijo está pidiendo perdón. Pero cuando me mira, aunque soy un pecador desesperado, ve el manto de la justicia de Su Hijo cubriendo mi depravación y, fiel y justamente y sin comprometer Su santidad de ninguna manera, me concede el perdón.
El perdón lleva al temor
Reflexionar sobre el perdón y alejarme sintiéndome bien conmigo misma es perder el blanco por completo. Incluso ser movido simplemente a la gratitud es quedarse corto en la diana. El perdón debe llevarme a reverenciar al Señor, a clamar con los serafines: «¡Santo, santo, santo es el SEÑOR Dios Todopoderoso!» Y lamentar mi pecado con Isaías. Finalmente, el perdón debe dar como resultado adoración a Dios el Padre:
«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo...En Él tenemos ...perdón» -Ef. 1:3, 7.
La próxima vez que escuches o cantes sobre el perdón, no pienses en ti misma. Maravíllate con tu unión con Cristo y adora con temor a un Dios santo.
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1 Wilbourne, Rankin. Union with Christ [Unión con Cristo]. (David C. Cook: Colorado Springs, 2016), 45.
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