Hace unos años, trabajé con una mujer (a quien llamaré Linda), quien decía a sus compañeros de trabajo que ella era cristiana. Levantando una de sus cejas, se acercaba invadiendo tu espacio personal, mientras te hablaba en la mesa durante el almuerzo. Acostumbraba a decir: «Compartir mi fe en el trabajo no es algo que hago; sino quien soy».
Tristemente, había algo más que Linda compartía con igual celo: el chisme. Ya fueran los últimos detalles sobre la salida de algún empleado o los trágicos eventos que llevaron a un vecino a suicidarse. Linda siempre parecía saber todo acerca de todos, excepto sobre su lengua floja. Nadie en el lugar de trabajo parecía estar interesado en el tipo de fe de Linda. En lugar de convertirse en un «caso para Cristo», ella era un ejemplo de hipocresía cristiana.
Si queremos ser reflejo de Cristo en nuestro trabajo, lo primero que necesitamos considerar son nuestras palabras. «Si alguno se cree religioso, pero no refrena su lengua, sino que engaña a su propio corazón, la religión del tal es vana» (Sant. 1:26).
La Palabra está salpicada de advertencias sobre refrenar nuestro hablar. A pesar de estas, otros han proclamado la noción falsa de que un poco de chisme en el trabajo puede ser bueno.
Llámalo por su nombre
«Ha habido una tendencia a subestimar el chisme llamándolo "descuido" o "falta de credibilidad"», dijo David Sloan Wilson, un profesor de biología y antropología de la Universidad de Nueva York. «Pero el chisme parece ser una interacción muy sofisticada y multifuncional, que es importante al establecer políticas de comportamiento dentro de un grupo y definir la membresía para un grupo».
Absurdo. ¿Quién desearía estar más constreñido por el temor y el rumor que por reglas claramente comunicadas? Moralidad disfrazada creada por presiones externas de adaptarse, por multifuncional y sofisticada que sea, no puede hacer el duro y permanente trabajo de la transformación interna. Llama al chisme por lo que es, pecado.
En un blogpost, el Dr. Ray Ortlund definió lo negativo del chisme y explicó cuál era su atractivo. Él escribe: «El chisme es nuestro oscuro fervor moral deseoso de gratificación. El chisme nos hace sentir importantes y necesitados mientras expresamos nuestras críticas. Conocer informaciones internas nos hace sentir incluidos. Nos sentimos poderosos cuando rebajamos la imagen de alguien, especialmente si es alguien de quien nos sentimos celosos. Experimentamos un sentido de justicia, aun de responsabilidad al declarar culpable a alguien. El chisme puede hacernos sentir bien de diferentes maneras. Pero ese sentimiento es de la carne, no del Espíritu».
¿Cómo podemos ser sal y luz en los lugares de tinieblas en que muchas trabajamos? Leemos libros, asistimos a seminarios tratando de encontrar información al respecto. ¿No podría ser tan simple como saber cuándo quedarnos calladas? A nosotras las mujeres, que regularmente tendemos a ser más verbales, la Palabra nos hace varias advertencias específicas. Pablo advierte a las viudas jóvenes que no sean chismosas ni entrometidas (1ª Ti. 5:13) y a las ancianas y esposas de diáconos que no sean calumniadoras (1ª Ti. 3:11; Tito 2:3).
¿Cómo sabemos?
El chisme puede ser tan sutil. ¿Cuántas hemos escuchado un chisme «enmarcado» en una «petición de oración»? ¿Cómo detectar que nuestras conversaciones alrededor de la neverita de agua no se han convertido en chismes?
Mary Abbajay, presidenta de Careerstone Group, LLC, una agencia de consultoría sobre ambiente laboral, nos da algunas preguntas útiles. Ella escribe: «Considera el impacto de lo que se está diciendo. ¿Luce como una calumnia? ¿Provoca divisiones? ¿Se regocija en el mal que le ocurre a otro? ¿Tiene una carga emocional negativa? ¿Perpetúa conflictos o negatividad? ¿Es doloroso o dañino? ¿Es algo que dirías frente a esa persona?
La Palabra se hace eco de esas inquietudes:
- David dijo que un hombre íntegro «no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo» (Sal. 15:3).
- Proverbios 17:9 dice, «El que cubre una falta busca afecto, pero el que repite el asunto separa a los mejores amigos».
- Proverbios 25:9 nos advierte, «no descubras el secreto del otro».
- También, Proverbios declara, «Aun el necio, cuando calla, es tenido por sabio, cuando cierra los labios, por prudente» (17:28).
¿Qué debemos hacer?
¿Cómo respondemos a las Lindas de nuestro lugar de trabajo cuando la conversación se desvía hacia otros que están sentados en tu mesa?
1. No participes
Algunas personas no consideran que escuchar el chisme es lo mismo que hablarlo. Pero realmente es lo mismo. Piensa en esto: ¿Continuaría el chisme si nadie está interesado en él? «Por falta de leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso, se calma la contienda». (Prov. 26:20)
2. Aléjate
Recuerdo haber estado sentada a la mesa cuando Linda «vomitó» sus noticias del día. Otro colega dejó la mesa abruptamente. Linda dejó de hablar y nos dio una mirada con una sonrisa apenada. Captó el mensaje.
3. Háblalo directamente
¿Quieres parar el chisme sobre otros colegas? Piensa en estas palabras de Amy Carmichael: Habla a, no acerca de. Dile a Linda que te gustaría que la persona de quién está hablando sea parte de la conversación: «Discute tu caso con tu prójimo y no descubras el secreto de otro» (Prov. 25:9).
4. Habla claro
Sigo agradecida por una mujer que con amor me llamó aparte cuando me envolví en un chisme. A veces una palabra directa en amor es todo lo que se necesita. «Fieles son las heridas del amigo, pero engañosos los besos del enemigo» (Prov. 27:6).
4. Ora con frecuencia
David oraba, «Señor, pon guarda a mi boca; vigila la puerta de mis labios» (Sal. 141:3). Trata de incluir oraciones como esa en tus oraciones antes de tus comidas. Puede suceder que el tono de las conversaciones en la mesa sea transformado.
6. Forma un equipo.
Considera pedirle a una amiga cristiana en el trabajo que te pida cuentas de cómo vas con el chisme. «El hierro con hierro se afila, y un hombre aguza a otro» (Prov. 27:17).
Finalmente, recuerda que las Lindas del mundo están tan desesperadas por misericordia, como lo estamos nosotras. Los versículos que me mantuvieron despierta, muchas noches son los siguientes:
«Y yo os digo que de toda palabra vana que hablen los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado» (Mat. 12:36-37).
Cuando pienso en lo duras que son esas palabras, me pregunto ¿quién entonces podrá ser salvo? Estoy agradecida por las palabras sobrias de la Ley que me impulsan a correr a Cristo. Jesús murió por nuestra condición de incapacidad, y ésas son buenas noticias para quienes luchan con desesperación por controlar su lengua.
¿Cuáles son tus estrategias para domar tu lengua en tu trabajo? Comparte tus ideas en los comentarios debajo.
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