“De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo”. Jn 16:20-22
Quiero compartir con ustedes lo agradecida que estoy por las bondades del Señor en mi vida; puedo mirar años atrás y ver cómo mi Padre amado me ha dado más de lo que merezco, ha hecho en mi vida como dice Su Palabra “mucho más abundantemente de lo que he pedido o entiendo” ¡Sea la Gloria a Él!.
Me llamó:
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De las tinieblas a la luz.
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De un evangelio desviado a la sana doctrina.
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De mi idea de “mujer cristiana” a Su idea, plasmada en las Escrituras.
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De ser una mujer confundida en cuanto a sus roles a ser una Mujer Verdadera en construcción.
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De ser una mujer soltera egoísta a ser una mujer soltera que sirve a otros.
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De ser una soltera que por Su gracia rindió sus sentimientos a Su voluntad, a ser una mujer casada con un pastor.
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Y al muy poco tiempo de estar allí (casada), me ha llamado a ser una madre en proceso.
Al contar tantas bondades y tener el maravilloso privilegio de que un bebé se esté formando en mi vientre, quiero testificar de que estoy tan agradecida al punto de que la queja no llega a mi corazón cuando experimento los síntomas propios del embarazo. Pero, aunque mis síntomas no han sido tan terribles, me he quejado en mi corazón y con mi boca al no poder ser tan activa como antes, al no disfrutar los alimentos y, peor aún, me he quejado inmediatamente después que oro al Señor dando gracias por los alimentos. ¡Que ilógico es nuestro corazón!
Gracias al Señor que, para momentos como esos Él nos ha provisto a las mujeres casadas de una herramienta, los esposos, que nos recuerdan que no hay dolor sin propósito y nos guían a poner los ojos de nuevo en el Autor y Consumador de nuestra fe. Recuerdo recibir una exhortación de mi esposo en medio de mi queja luego de dar gracias a Dios por los alimentos, donde me decía: “Aprende a experimentar la vida cristiana en el embarazo, este no es el dolor más grande que vas a sentir en la vida. Recuerda que en nuestra vida como cristianos vamos a sufrir, sentiremos dolor, pero la recompensa (la venida de Jesucristo) será mucho mejor”. Quedé sin palabras y comencé a pedirle a Dios que me ayudara a dar gracias en medio de cualquier síntoma.
Pero, ustedes dirán ¿Qué tiene que ver esto con la tristeza y el dolor que experimentaban los discípulos en el capítulo 16 del Evangelio de Juan que citaste al inicio?
Pues bien, he aprendido que en TODO lo que Dios permite en nuestras vidas, Él desea llevar nuestra mirada a una historia real mucho más grande y maravillosa que la nuestra, a un final que nuestra mente finita no se alcanza a imaginar. Y al escuchar el sermón de mi pastor favorito (mi esposo) hace unos domingos, mi corazón pudo entender lo que Dios desea enseñarnos a través de los síntomas que pudiéramos sentir en un embarazo, incluso cuando llegue la hora de dar a luz, o cuando estemos pasando por cualquier momento de dolor en nuestras vidas.
Jesús está ilustrando la tristeza de Sus discípulos, con un ejemplo conocido para nosotros, pero que quizás una madre pueda explicar mejor. El dolor del parto es una de las experiencias más desagradables para las mujeres, porque no solo es doloroso cuando el bebé está saliendo del vientre, sino que las contracciones van aumentando en todo el trabajo de parto, hasta que llega a un clímax de dolor insoportable. ¿Habrá un dolor natural y físico más terrible? Pero, ¿Habrá uno que deje tal satisfacción, que inmediatamente la criatura empieza a llorar, el corazón de la mujer se desconecta de su vientre y se enfoca con todo su ser en aquella criaturita que salió de sí? No lo creo.
El gozo del cristiano es así. No anula el dolor, enfoca el corazón en algo más sublime que el dolor, en Jesús.
Sea el dolor del pecado, o de una enfermedad, sea el dolor de una pérdida, o de una derrota o fracaso, cuando vemos a Jesús, el dolor no se anula, sino que el corazón se enfoca en Él, en Su gloria, en Su amor por nosotros.
Si el objeto de la felicidad de una persona es el Eterno Dios, entonces esa felicidad no es efímera, sino eterna, aun cuando haya dolor en nuestras vidas, porque en la cruz Él llevó todo nuestro dolor, vergüenza y pecado, pues por Sus llagas fuimos sanados. Y no solo eso, sino que también se levantó de la muerte y nos dio esperanza de vida junto a Él para siempre. Él es nuestra felicidad.
Es por eso que debemos ser agradecidas, ya que ninguna tristeza en este mundo será comparable a la alegría que tenemos ya en Jesús nuestro Señor.
¡La verdadera felicidad no está en la ausencia del dolor, sino en que lo tengamos a Él en medio del dolor!
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