¿Alguna vez te has sentido desilusionada por cómo ha resultado tu vida? ¿Te han decepcionado los miembros de tu familia? ¿Se han desmoronado tus sueños o las circunstancias no han cumplido tus expectativas?
Tal vez te parezca que todo lo que te rodea se ha venido abajo y que has sido abandonada en un montón de escombros. Todo lo que has intentado mantener unido se te ha escapado de las manos y caen de tus dedos como la arena. O quizá tu vida ha sido buena para ti, pero las frases que mencioné arriba describen la vida de tus amistades o seres queridos y piensas: «¿Dónde está Dios en sus vidas?
Sé que esto es lo que sintió mi madre en julio de 2008, después que anunciara a mis padres que iba a hacer la transición de mujer a hombre. Sus esperanzas de que yo hubiese cambiado y hubiese superado mi rebeldía se habían desvanecido. Mi madre tenía el corazón demasiado destrozado como para intentar recoger los pedazos. Inclusive, ella y mi padre no se dirigieron la palabra durante la hora que duró el viaje de regreso a casa esa noche. Estaban tan conmocionados y sumidos en un profundo dolor que las palabras les fallaban.
Cansada de intentar
Mi madre entró en su cuarto de estudio donde pasaba horas cada día estudiando su Biblia en preparación para enseñar a un grupo de mujeres cada miércoles por la mañana. Se tumbó boca abajo en el suelo y empezó a clamar al Señor: «Dios, estoy tan cansada de esforzarme tanto. ¡No puedo arreglar esto!». Suavemente, Dios imprimió sobre su corazón estas palabras: «¡Por fin, había estado esperando que lo admitieras!».
Mi madre se entregó a sí misma y a mí en las manos del Señor, y durante los siguientes meses dijo que el Señor hizo un trabajo de limpieza espiritual en su vida. Empezó a limpiar de su corazón toda la basura que había estado enterrada durante tanto tiempo. Había estado tan enfocada en arreglarme, que su propio corazón estaba lleno de pecados no confesados: amargura, desilusión, celos y muchas otras toxinas espirituales. Después de mi anuncio, empezó a subirse al torno del alfarero cada mañana, pidiendo al Señor que la moldeara a la imagen de Jesús. Finalmente, entendió que no era su trabajo hacer de ella misma, de su vida y de su familia, la imagen de Jesús; era Su trabajo hacer la obra en ella.
El fruto de la entrega
Lo que Dios quería de ella y lo que quiere de nosotras es que nos rindamos a Él con humildad y le permitamos que nos moldee y nos cambie. No podemos producir fruto espiritual tratando de imitar la fruta. La fruta de imitación puede parecer real y tener un aspecto apetitoso, pero carece de toda nutrición e inclusive podría ser perjudicial si es consumida. De la misma manera, el fruto que producimos no tiene ningún valor si es una mera imitación.
El fruto del Espíritu es producido por el Espíritu Santo dentro de nosotras cuando nos sometemos a Él por la fe, la obediencia, y al morir a nosotras mismas. Es Su fruto el que necesitamos que se produzca en nosotras, no el fruto que en nuestras fuerzas podamos producir.
«Permanezcan en Mí, y Yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en Mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer.Si alguien no permanece en Mí, es echado fuera como un sarmiento y se seca; y los recogen, los echan al fuego y se queman» (Juan 15:4-6).
Él es la vid, la fuente de vida y nutrición que necesitamos para producir frutos. Si estás tan ocupada tratando de arreglar tu vida que no estás permaneciendo en la vid, eres como el fruto que ha caído al suelo y se ha marchitado. Yo misma caigo en esta trampa cuando estoy demasiado ocupada, incluso en el ministerio. Si el ministerio, las relaciones, los trabajos o cualquier otra cosa en esta vida es más importante que el tiempo con Jesús, aquello también puede causar un marchitamiento espiritual.
El versículo anterior de ese pasaje dice que los sarmientos que producen fruto son podados para que produzcan más fruto. Esta es una de las razones por las que Dios permite pruebas y tribulaciones en nuestras vidas. Nuestra respuesta a Dios en una prueba es generalmente, «¿Por qué Dios? ¿Qué he hecho para merecer esto?».
Romanos 5:1-5 nos da a entender el propósito de Dios para nosotras en nuestro sufrimiento:
«Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza. Y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado».
En otras versiones, la palabra «aflicciones» se traduce como sufrimientos, pruebas o tribulaciones. Las cosas que sufrimos en esta vida, las pruebas que enfrentamos, las dificultades que soportamos que aparentan insoportables, las circunstancias que parecen tan injustas, el dolor del corazón que es demasiado para soportar, todas estas cosas son para producir resistencia en nosotras para que así tengamos la fuerza para soportar hasta el final y seamos conformadas en el carácter y en la imagen de Jesús.
Refinadas por el fuego
Al igual que los metales preciosos como la plata y el oro se prueban en el fuego, se funden, se purifican y se reforman, así Dios nos purifica y elimina la escoria de nuestras vidas a través de las pruebas de fuego. Si enfocamos nuestros corazones en esta vida y sus placeres, en el estatus y los planes, nos encontraremos con la miseria y la desilusión. En cambio, si permanecemos firmes y centradas en el reino eterno en el cual debemos vivir, veremos nuestras pruebas como una bendición por el carácter y la resistencia que producirá en nosotras.
«Tengan por sumo gozo, hermanos míos, cuando se hallen en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de su fe produce paciencia, y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que sean perfectos y completos, sin que nada les falte» (Stg.1:2-4).
¿Lo consideras un gozo cuando eres probada? No hay condenación si has respondido de esta manera. El Señor no busca un rendimiento perfecto. La santificación es un proceso de crecimiento. Él sabe que fallaremos, pero quiere mostrarnos dónde nos quedamos cortas para que le pidamos que arregle esas áreas rotas. Las pruebas exponen nuestras debilidades e impurezas, no para mostrarnos cómo fallamos, sino para mostrarnos dónde necesitamos trabajar todavía. Muchas veces sigo respondiendo mal, pero Jesús me está enseñando a mantener una perspectiva eterna. Así que, ahora cuando llegan las pruebas, me acuerdo más rápidamente de su propósito.
El Reino inquebrantable
[Dios] ha prometido, diciendo: «Aún una vez más, Yo haré temblar no solo la tierra, sino también el cielo». Y esta expresión: “aún una vez más”, indica la remoción de las cosas movibles, como las cosas creadas, a fin de que permanezcan las cosas que son inconmovibles. Por lo cual, puesto que recibimos un reino que es inconmovible, demostremos gratitud, mediante la cual ofrezcamos a Dios un servicio aceptable con temor y reverencia, porque nuestro Dios es “fuego consumidor”». (Heb. 12:26-29, énfasis añadido)
A veces Dios sacude todo en nuestro mundo para recordarnos que todo lo que tenemos es Él y que estamos viviendo para un Reino eterno, inamovible, que nunca pasará. Cualquier cosa en tu vida que se haya derrumbado, agradece a Dios que no importa lo que te falle en esta vida, no importa lo que el hombre te haga, todo será hecho nuevo en Su reino. Todos los males se corregirán, todas las injusticias se harán justas, todas las mentiras serán expuestas, todos los que cometieron maldades serán castigados, todos los que sufrieron serán consolados y los fieles serán recompensados.
Sabemos que «el Cielo gobierna» y que Dios tiene el completo y soberano control, pero ¿el cielo te gobierna a ti? ¿Tu ciudadanía está en el cielo o en esta tierra? ¿Es tu lealtad primero a Cristo o a tus relaciones terrenales? Aunque debemos amar a aquellos que están en nuestras vidas aquí en esta tierra, debemos primero amar a Cristo por encima de todo. Amar a otros más que a Cristo a menudo nos llevará a comprometernos, pero si estamos tan comprometidos a Cristo que lo elegimos por encima de todo, las cosas que soportamos aquí vendrán a ser, como describió Pablo, aflicciones ligeras y momentáneas.
«Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día. Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las cosas que no se ven son eternas» (2 Co. 4:16-18).
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