El ancla de mi alma

¿Cuántas veces las circunstancias a tu alrededor te han dejado perpleja, confundida, enojada? Ya sea una noticia terrible como una enfermedad o una tragedia, contratiempos inesperados o una relación dolorosa. Innumerables sucesos pueden llenarnos de ansiedad o de frustración en este mundo caído.

En esos momentos, resulta difícil ordenar nuestros pensamientos y encontrar sentido a lo que nos rodea. Pero sí lo hay y podemos encontrarlo. Nuestra alma no ha sido dejada a la deriva en el mar tempestuoso de esta vida. Cuando sintamos que el suelo cede bajo nuestros pies, vayamos al ancla segura que el Señor nos dejó en Su Palabra y recordemos verdades específicas que Él nos dijo, las cuales son ciertas en todas las situaciones.

He aquí algunas:

  • Dios es bueno y me ama.

Sin importar lo dolorosas o confusas que se vean las circunstancias, Dios es bueno. Es uno de Sus atributos, forma parte de Su naturaleza. Cuando queramos señalar una situación y cuestionar la bondad de Dios, recordemos:

«Y todos los israelitas… se postraron rostro en tierra sobre el pavimento y adoraron y alabaron al Señor, diciendo: “Ciertamente Él es bueno; ciertamente su misericordia es para siempre”» (2 Crónicas 7:3).

«Jesús le respondió: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo uno, Dios» (Lucas 18:19).

«Entonces, ¿qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas?» (Romanos 8:31-32).

Si eres hija de Dios, a través de la fe en Jesucristo, la más grande muestra del amor del Señor se encuentra en la cruz. Sigamos el consejo de Jerry Bridges: «En cualquier momento en que seamos tentados a dudar del amor de Dios por nosotros, debemos regresar a la Cruz».

  • Dios usa todo lo que me sucede para mi bien, para transformarme a la imagen de Su Hijo.

Dios no está tramando cómo dañar nuestras almas; Él orquesta todo para transformarlas y hacerlas como Cristo. «Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos» (Ro. 8:29). Él nos eligió para que «llegaran a ser como Su Hijo» (NTV). Y como dice John Piper, esta es una cadena que no se puede romper: el propósito para el cual Dios nos llamó es para «tener un pueblo que sea moral y espiritualmente como Jesús, y que lo exalte a Él como supremo». Todo lo que el Señor trae a nuestras vidas se dirige hacia ese propósito, que es nuestro bien supremo. Tanto cuando miramos hacia atrás en el camino de la vida como cuando miramos hacia delante, esta es la interpretación correcta: «Todas las sendas del Señor son misericordia y verdad para aquellos que guardan su pacto y sus testimonios» (Salmos 25:10).

  • Él es soberano.

Nosotras no somos Dios. Son Sus planes los que son buenos, agradables y perfectos, no los nuestros. Él es soberano, es decir, es quien «ejerce o posee la autoridad suprema e independiente». Ese Dios que es bueno, que me ama y que está formando a Cristo en mí es quien controla y dispone de todo lo que sucede, desde lo inmenso hasta lo aparentemente insignificante. Él es la causa detrás de todo y aunque más de una vez quisiéramos tener el timón de nuestras vidas, debemos respirar aliviadas de que no sea así. En lugar de patalear en frustración, alabemos a nuestro soberano Padre diciendo: «Tuya es, oh Señor, la grandeza y el poder y la gloria y la victoria y la majestad, en verdad, todo lo que hay en los cielos y en la tierra; tuyo es el dominio, oh Señor, y tú te exaltas como soberano sobre todo» (1 Crónicas 29:11). Él es el Señor, Yahweh, y no hay otro (Isaías 45:6-7).

  • Dios desea que yo le pida y que derrame mi corazón delante de Él.

Ese Dios soberano es también un Dios cercano. Él nos conoce, sabe todo lo que hay en nosotras y comprende desde lejos nuestros pensamientos (Salmos 139:2). Podemos acercarnos a Él, debemos acercarnos a Él porque estar cerca del Señor es nuestro bien (Salmos 73:28) y Él no se cansa de nosotras.

Así que volvamos una y otra vez a Su trono, pues por Cristo es un trono de gracia. Él mismo nos invita a acercarnos:

«Clama a mí, y yo te responderé y te revelaré cosas grandes e inaccesibles, que tú no conoces» (Jeremías 33:3).

«Sus ojos están sobre sus hijos y sus oídos atentos a nuestro clamor» (Salmos 34:15). Él nos escucha.

La verdad que Dios nos revela en Su Palabra es la única ancla segura para nuestra alma ante cualquier tormenta que la azote. Cuando nuestro pecado y el enemigo nos susurren que Dios no es bueno, que no nos ama, que podemos y debemos controlar nuestras vidas, que ya no debemos orar más, vayamos a la verdad de las Escrituras. Dejemos que ella nos hable y que ajuste nuestra visión. Hagamos de ella nuestro deleite y nuestra consejera (Salmos 119:24).

¡Cuán firme cimiento se ha dado a la fe,

de Dios en Su eterna Palabra de amor!

¿Qué más Él pudiera en Su Libro añadir

si todo a sus hijos lo ha dicho el Señor?

Referencias:

Bridges, Jerry. Trusting God. Colorado Springs, CO: NavPress, 1988.

Piper, John. Gracia Venidera . Miami: Editorial Vida, 2006. 136-37.

Soberano. Diccionario de la Lengua Española. 2014.

Selección de Himnos de John Rippon. “Cuán firme cimiento”. Traducción: Vicente Mendoza. 1787. 

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Sobre el autor

Massiel Zapata

Massiel conoció al Señor a los dieciocho años y al presente trabaja en educación cristiana como profesora de lengua española, lo cual considera como un privilegio y una enorme bendición. También sirve en el Ministerio de Jóvenes Adultos de su … leer más …


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