Como cristiana, una de las grandes ventajas de envejecer, de ir avanzando en años (sí, hay ventajas) es poder comprobar, una y otra vez, la maravillosa, absoluta y misericordiosa fidelidad de Dios. Los años de inicio en la fe quizá estuvieron envueltos de incertidumbres, de dudas, porque —al menos en mi caso— no había conocimiento real de Dios. No había intimidad con Él, y, por tanto, de oídas le había oído, como tantos más. Pero conforme Su Espíritu, fue despertando el mío, mis incrédulos ojos se fueron abriendo a la dulce y asombrosa verdad de la fidelidad de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
Por eso, a unos años de distancia de que el Señor tocó mi alma y cambió mi vida, me conmueve lo que dice el profeta:
«Las misericordias del Señor recordaré, las alabanzas del Señor, conforme a todo lo que nos ha otorgado el Señor, por Su gran bondad hacia la casa de Israel, que le ha otorgado conforme a Su compasión y conforme a la multitud de Sus misericordias». -Isaías 63:7
¿Qué tanto recuerdo las bondades diarias de mi Rey? ¿Mi corazón se humilla ante Su incomprensible amor? ¿Mi alma es dócil a Su voz? ¿O acaso mi corazón vaga por los rumbos del orgullo, de la autosatisfacción?
La ingratitud surge de la desmemoria. Y en la desmemoria, en el olvidar los hechos prodigiosos de Dios en mi vida, la fe se debilita y el orgullo crece. Y le sucede a la raza humana entera, como nos recuerda el Antiguo Testamento.
«Olvidaron Sus obras y los milagros que les había mostrado». -Salmo 78:11
Más Dios exhibe Su paciencia una y otra vez, porque a pesar de que seguimos pecando contra Él, rebelándonos en nuestros desiertos contra el Altísimo (Sal. 78:17), nos deshacemos en queja , pero Él permanece sin cambio. Nosotras vamos acumulando ingratitud y dejando crecer raíces de amargura. Ese es el territorio fértil del pecado, un sitio de tierra dura donde las ternuras de Dios rebotan a causa de la ingratitud; un territorio difícil para habitar por siempre, más aún cuando delante de nosotros, el Señor extiende Su mano de gracia y nos anima a caminar de regreso a Él, con Él, para Él. Y dice:
«Yo, Yo soy el que borro tus transgresiones por amor a Mí mismo, y no recordaré tus pecados». -Isaías 43:25
¿Cuál es mi respuesta a esta gracia? ¿Cuál será mi respuesta al Pastor que viene por Su oveja descarriada y la lleva con ternura en Sus hombros?
Son muchas las veces en las que mi corazón, ayudado por el Espíritu, recuerda la dulce compasión de Cristo conmigo; son muchas las lágrimas de asombro que me brotan cuando leo en Su palabra que lo que Él dice es cierto, es real. Que más de una vez he podido sentir, sobre mí, Su compasiva mano que, con bondad y paciencia, me calma, porque me llama por nombre: «hija».
No hay mejor identidad, no hay mayor regalo que estar en Cristo, no hay mayor certeza para el gozo, que la verdad que habita Su palabra, apunta a la compasión de Cristo que me dice: «Ni yo te condeno; vete y no peques más» (Jn. 8:11).
«Pues tú, Señor, eres bueno y perdonador, abundante en misericordia para con todos los que te invocan». -Salmo 86:5
¿Qué puede hacer mi corazón deudor ante tal cascada de amor y gracia?
Es muy sencillo ver la necesidad de Cristo que hay alrededor nuestro, es muy doloroso ver la ceguera espiritual con la que el diablo mantiene velado el entendimiento espiritual de quien no cree, pero es necesario hablar: «anunciar por la mañana tu bondad, y tu fidelidad por las noches» (Sal. 92:2).
Contemos a otras lo que ha pasado en nuestra vida, hablemos en todo tiempo de la esperanza que hay en nosotras, de mañana y de tarde. No podemos callar, porque Cristo nos ha rescatado de las tinieblas, a Su luz admirable.
Y más importante aún: vivamos lo que decimos, vivamos lo que creemos, vivamos confiadas en que, a pesar de nuestras fallas, mi Dios completará Su propósito en mí. Él está comprometido conmigo, por amor de Su Nombre. Pero, ¿estoy comprometida verdaderamente con mi Señor?
«Los hombres hablarán del poder de Tus hechos portentosos, y yo contaré Tu grandeza. Ellos proclamarán con entusiasmo la memoria de Tu mucha bondad, y cantarán con gozo de Tu justicia». -Salmo 145:6-7
Mencionamos que la ingratitud, es desmemoria, pero también es contagiosa. Cuidemos de no infectar a nadie con nuestro pecado, porque mi corazón, al igual que el tuyo, tiende a caminar en arenas movedizas y extender sus brazos buscando el socorro en cosas o en personas, en lugar de clamar por el brazo fuerte de Jehová, y anclar mi quebranto, mi necesidad, en los hechos gloriosos de Dios. Desde ahí, cultivamos la gratitud y alabanza a Cristo; no como un método de «protección» ante la providencia de Dios, sino como resultado de un corazón que en intimidad conoce a Su dueño, y con reverencia le honra y alaba.
«El Señor es bueno para con todos, y su compasión, sobre todas Sus obras. Señor, Tus obras todas te darán gracias, y Tus santos te bendecirán». -Salmo 145:9-10
Somos obra Suya, hechura Suya, y el Espíritu nos ayuda a anclarnos en Cristo, en Su gozo, el propósito de darle gracias continuamente, y bendecir Su gloriosa compasión.
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