¿Has tenido un hijo? ¿Notaste como algunas cosas cambiaron? Lo que antes era firme, puede que ahora esté más flojo; para algunas, hay marcas que siempre les recordarán los nueves meses que llevaron una vida en su vientre. Y sin importarme lo que cualquiera pueda decir, tus caderas nunca serán iguales de nuevo.
Y aunque no hayas tenido un hijo, no tendrás que vivir muchos años para ser bombardeada por lo que el mundo cree es el cuerpo ideal. Existen hasta sitios en internet que te ayudan a conseguir la forma de cuerpo ideal. Te dan las medidas de lo que se considera un rostro hermoso. Y entonces, surgen nuestros propios deseos pecaminosos por tener esas medidas mundanas irreales. Si no las alcanzamos, sentimos que no damos la talla. Y esto nos hace llenarnos de temor y así luchamos por alcanzar esos estándares de belleza.
He estado ahí
Les cuento que lo he visto y he experimentado mucho de todo eso también. Por espacio de 8 años, fui parte del mundo de la industria de gimnasios. Cada mes de enero, los gimnasios se llenan de miembros y nuevos participantes en las clases grupales de ejercicios (donde me hubieras encontrado impartiendo clases). He visto los adictos a la imagen corporal, los que tienen desórdenes alimenticios y a los que se pesan constantemente. Yo he sido una. Tuve épocas cuando si no estaba en el gimnasio me sentía descontenta y temerosa de que mi ropa no me sirviera. Cuando era más joven tuve desórdenes alimenticios, aunque nunca me dieron ese diagnóstico, vivía extremadamente preocupada con lo que entraba por mi boca. Los aparatos para pesarme eran mis enemigos en mis tiempos en la universidad.
Y ahora como madre de dos hijos y una autora que pasa más tiempo sentada escribiendo de lo que lo había hecho en toda mi vida, he experimentado serios cambios en mi cuerpo. Mis temores han ido desde no parecer atractiva a mi esposo hasta no poder usar más mi ropa. También, he sentido temor de no volver a recuperar mi peso anterior. He tenido que luchar contra el temor de no llenar los estándares del mundo respecto a mi imagen corporal, o los estándares que yo misma me he impuesto.
Viendo el ejercicio a través de los ojos de Dios
¿No es cierto que a menudo las cosas buenas se tornan malas debido a nuestros corazones pecaminosos? En otras palabras, el ejercicio y el deseo de estar saludable y ser buenas mayordomas del cuerpo que Dios nos dio no es malo. Pero cuando estos deseos se convierten en ídolos y empezamos a medir nuestro valor en base a ellos, entonces se vuelven algo malo. Cuidar de nuestros cuerpos puede ser una manera de honrar a Dios. Él nos creó para que no abusemos del cuerpo, sino que lo usemos para Su gloria y Sus propósitos. Y aunque la piedad tiene un valor superior, sabemos que el entrenamiento físico tiene algún valor para el Señor. Pablo nos ayuda a ver esta dicotomía cuando escribe, “porque el ejercicio físico aprovecha poco, pero la piedad es provechosa para todo, pues tiene promesa para la vida presente y también para la futura”.- 1ª Ti. 4:8
Por tanto, podemos asumir que está bien que persigamos el ejercicio como la meta para alcanzar una vida saludable y, más importante, una vida piadosa. El ejercicio nos fortalece para el servicio, puede restaurar y rejuvenecer. Pero el hecho de que sea necesario hacer ejercicios es otro recordatorio de que vivimos en un mundo caído con cuerpos caídos.
Nuestros cuerpos se marchitan y se cansan. Intentamos cada medicamento experimental y varias formas de ejercicios para prolongar y prevenir lo inevitable. El botox y la cirugía plástica y toda una vida de maratones no pueden impedir nuestro destino inevitable. Como Adán en la Biblia, somos polvo y al polvo regresaremos (Gn. 3:19). Ninguna cantidad de ejercicio puede detenerlo.
Las Buenas Nuevas
Y mientras no hay nada en esta tierra que podamos desear por toda la eternidad, en Su bondad, Él no nos deja solas en nuestra desintegración. Sabemos que, en Su tiempo, Él hará nuevas todas las cosas, y que lo que estuvo infectado de enfermedad y dolor se levantará en gloria con Cristo. Pablo conecta la caída y nuestra resurrección para nuestra enseñanza, cuando dice "Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo en su venida”. – 1ª Co. 15:22-23
Y si esas no fueran noticias lo suficientemente buenas, Pablo nos recuerda que no solo estaremos con Cristo, sino que seremos como Él: "Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria, por el ejercicio del poder que tiene aún para sujetar todas las cosas a sí mismo”. – Filipenses 3:20-21
¡Sí! Dios lo hará nuevo. Él transformará nuestros cuerpos, los mismos que estamos halando, dejando sufrir hambre y golpeando, para hacerlos lucir bellos. Sí, Él hará nuestros cuerpos hermosos, puros y gloriosos cuando regrese. Nuestros cuerpos no morirán jamás. Y más importante aún, no tendremos pecado.
Nuestros cuerpos caídos e imperfectos son otra oportunidad para que miremos a Cristo. Por Su gracia, podemos quitar los ojos de nosotras mismas, y fijarlos en Jesús. Nuestros cuerpos han sido hechos para adorarle y si el Señor nos permite vivir lo suficiente, tendremos cuerpos que no podrán hacer otra cosa más que eso precisamente.
Cada molestia, cada dolor y cada músculo flojo que antes era firme, no es más que otro recordatorio de que tenemos un Salvador que es perfecto en belleza y que regresará a buscarnos, y devolvernos al estado que teníamos antes de la caída, y elevarnos a una condición más gloriosa de lo que jamás podríamos imaginar.
Adaptado de Fear and Faith: Finding the Peace Your Heart Craves.
Ayúdanos a llegar a otras
Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Mujer Verdadera?
Donar $3
Únete a la conversación