Estaba ansiosa por casarme con mi esposo. La mayor parte de nuestra relación había sido de larga distancia, y yo quería estar con él todo el tiempo. Pero después de la boda, tenía que mudarme de Orlando a Filadelfia. Dejé mi familia, amigos, una iglesia que amaba y la vida estable que había llevado por espacio de catorce años.
Aunque estaba feliz con mi esposo, al mismo tiempo me sentía muy infeliz con mi nueva vida, lloraba mucho. Lloré cuando la vida de la ciudad y las luchas del matrimonio se hicieron abrumadoras. Lloré pensando en el baile de hija y padre en mi boda y porque había dejado a aquellos que eran mis más cercanos. Lloré porque no tenía amigos excepto a mi esposo; ya que nunca había experimentado tener pocos amigos en Florida.
En Filadelfia me convertí en una persona diferente. Siempre fui muy extrovertida y de repente me volví más reservada y quieta alrededor de los amigos de mi esposo y sus relacionados. En ese momento, no me detuve a procesar todo y a aceptar que había algo que no estaba bien en mí. No fue sino hasta cinco años después de mi matrimonio que pude mirar atrás y ver lo que había ocurrido. Y entonces me di cuenta de que fue una muerte y una resurrección.
El lugar del duelo
La Palabra es clara al decirnos que el duelo precede a la danza (Salmo 30:11) y que el llanto puede durar toda la noche pero que a la mañana llega la alegría (Sal. 30:5). A través de las Escrituras vemos este patrón: la muerte precede a la resurrección.
Aunque la muerte es parte de la maldición (y por eso nos hace sentir mal) en una forma parecería irónica, Dios la usa como el camino a la vida. Ahora la muerte espiritual a nosotras mismas es el único camino hacia Él; y la muerte física es el único camino al paraíso. Durante mi transición, estuve tratando de ignorar mi duelo debido a la muerte que estos cambios producían. Ni siquiera admitía ni veía de qué se trataba.
Lo que necesitaba hacer era procesarlo, aceptar el dolor y abrazar la muerte que el cambio traía consigo. Pero como la mayoría de las personas, estuve tratando de saltarme esa etapa y llegar directo a la etapa del baile pues quería el gozo sin tratar con la tristeza. Quería los beneficios de la resurrección, como la paz, sin atravesar la muerte espiritual para llegar allí.
La muerte debe preceder a la resurrección
El teólogo Carl Trueman tiene una teoría para explicar esta tendencia que adopté (y que muchas de nosotras también adoptamos): «Gran parte de la vida» dice Truman «puede explicarse como un intento de negar o escapar de la muerte». Debido a nuestra negación de la muerte y al escapismo, tratamos de evitar todas las pequeñas y grandes muertes diarias para lograr los beneficios de la resurrección en nuestras propias fuerzas. Tomamos atajos baratos y huecos que nos conducen a un sentido falso de resurrección.
Nos aferramos a nuestros propios diseños de resurrección envolviéndonos en compras, alcohol, drogas, sexo, pornografía, redes sociales, romances y mucho más.
Estamos obsesionadas con la resurrección, pero evitamos la muerte a toda costa. Sin embargo, la verdadera resurrección es precedida por la muerte. No es de extrañar entonces que nuestra búsqueda resulte fugaz y nos deje insatisfechas. Se convierte en un círculo vicioso a menos que lo llevemos a la cruz de Cristo (Luc. 9:23) y nos crucifiquemos a nosotras mimas con Él (Gál. 2:20).
Tratamos de escapar de la muerte, pero Dios la ha diseñado como el camino que conduce a la vida; es un patrón que Él ha entretejido en toda la creación. En parábolas de la cruz, Lilias Trotter dice:
«Al llegar al punto de la desesperación con nosotras mismas, de sentirnos atrapadas esperando el final, es cuando la gloria y la belleza de la vía de escape que Dios provee, brilla sobre nosotras y nos sometemos a Él en medio de todo».
Trotter se refiere también a la cruz como «la hora del triunfo de la muerte… el punto donde la puerta de Dios se abre; y a esa puerta venimos una y otra vez».
La Palabra es clara enseñándonos que debemos morir y ser sepultadas con Cristo para que entonces podamos ser resucitadas:
«¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Por tanto, hemos sido sepultados con Él por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida (Rom. 6:3-4).
Debemos aceptar las pequeñas y grandes muertes de la vida diaria y vivir nuestro duelo, de manera que podamos caminar en la novedad de vida que Cristo tiene para nosotras por medio de Su propia muerte y resurrección.
Rindiéndote a Dios al vivir tu duelo
Mirando atrás, puedo ver que cuando me casé y me mudé de Orlando, estaba atravesando un duelo por una muerte en ese momento, pero no lo sabía. La muerte de la vieja yo, de mi anterior identidad y de mi antiguo estilo de vida. Experimentaba los dolores de parto que me llevaban a un cambio de identidad. Estaba siendo resucitada como una persona diferente en un lugar diferente.
Todo cambio es una forma de muerte, y en ese momento, todo en mi vida estaba siendo drásticamente cambiado. No sentía que fuera normal, pero lo era, y no solo eso, sino que también era bueno y necesario para mí que viviera mi duelo por ese cambio. Debí haber tomado tiempo para procesar lo que estaba pasando, pero no lo hice, porque mis sentimientos de infelicidad como recién casada parecían ser incorrectos y fuera de lugar.
Pero ahora conozco que esas emociones que vinieron junto con los cambios no eran otra cosa que la hermosa vía de escape provista por Dios para mi crecimiento espiritual y madurez. Debía someterme a Dios al vivir mi duelo y tristeza de manera que pudiera escapar a través del camino abierto por Dios hacia la vida.
¿De qué manera podrías estar evitando la muerte en tu vida en este momento? ¿De qué manera Dios te está llamando a someterte a Él para que puedas experimentar la vida resucitada en tu corazón?
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