Estaba tan cansada y me sentía como si tuviera pies de concreto. En lo primero que pensaba cuando me despertaba por la mañana era en cuándo tomaría una siesta. Mi almohada me llamaba por mi nombre todo el día. Mi esposo y mis hijos me molestaban. A veces quería gritarles. Y en ocasiones lo hacía. Al momento siguiente, estaba llorando. Y deseaba pepinillos. Y el jugo de los pepinillos. Me lo tomaba directamente del frasco.
Sí, estaba embarazada. Eso significa que me encontraba en una de las montañas rusas más salvajes en la que una mujer puede montarse. Lloraba mucho, me sentía más agitada de lo usual. Tenía cero motivación para hacer cualquier cosa que no fuera dormir. Y sentía que me había inscrito en unas “clases” que ya había tomado en dos ocasiones anteriores. El plan de las lecciones era enfocarse en el dominio propio en medio de los cambios de humor, malestares matutinos y deseos de alimentos raros. Sentía que el Señor trataba de enseñarme que el dominio propio es un regalo que Él quería darme y que en ese momento, más que nunca, debía hacer el duro trabajo de mantener mi carne controlada.
Este versículo es una confirmación:
“Como ciudad invadida y sin murallas es el hombre que no domina su espíritu.” (Pr. 25:28)
Traducción: Cuando pierdo el dominio propio soy vulnerable a atacar.
Y luego tenemos esta dura verdad:
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.” (Ga. 5:22-24)
Como habrás notado, no hay ninguna excepción para mujeres embarazadas, madres cansadas, o madres de niños de dos años. No hay excepciones para las hormonas, para el estrés, ni para las noctámbulas. Dios requiere que ejercitemos el dominio propio y promete proveérnoslo cuando nos haga falta.
Esto significa que “comer por dos” no es una excusa para desayunar con un helado con derretido de chocolate. Además, significa que estar cansada no me libera de mi responsabilidad de atender a mis otros hijos ni me permite ser grosera o exigente con mi esposo. Significa que no puedo dejar que mis hormonas me gobiernen. Y además, que no puedo hacerlo por mí misma, Dios me ayuda. Después de todo, Él creó las hormonas. Él las puede gobernar.
Puede que no estés embarazada, pero estoy segura que existen circunstancias en tu vida que te hacen sentir justificada a perder el control. Como “el conejo diciéndole al burro ‘orejón’ ”, déjame recordarte que perder el dominio propio te hace vulnerable y abierta a los ataques del enemigo. En contraste, ejercitar el dominio propio – ya sea en tu temperamento, tus deseos, tu carne- es evidencia de que Dios está trabajando en tu vida.
¿Hay áreas en tu vida donde estás perdiendo el dominio propio? ¿Me acompañarías a “levantar nuestras murallas” y a pedirle a Dios que te dé dominio propio en esas áreas donde estás más débil?
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