Dolorosa bendición

«Y Él me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». -2 Corintios 12:9

Dolor, una palabra que nadie quiere. Según C.S. Lewis: «Dios susurra y habla a la conciencia a través del placer, pero le grita mediante el dolor; este es el megáfono para despertar a un mundo adormecido».

Conozco el dolor desde hace muchos años cuando fui diagnosticada con fibromialgia, la que se complicó debido a una menopausia precoz y problemas con la tiroides. ¡Vaya mezcla! El dolor ha sido mi compañero los últimos 15 años junto con el insomnio (que me condujo a períodos de depresión), la fatiga, el desánimo y el desaliento.

La fibromialgia es una condición real, todo el cuerpo duele, pero debido a que no tiene signos de deterioro visibles, es muy incomprendida, agregándosele el dolor emocional. Muchos creen que solo se quiere llamar la atención, que se exagera el dolor o que simplemente la persona es muy débil. Esto conduce a quien la padece a retraerse y aislarse para evitar añadir más dolor.

Confío que aquellas que padecen algún tipo de dolor encuentren consuelo y sepan que no están solas al compartirles mi experiencia. Formamos parte del gran ejército de creyentes que conocen los dolores físicos y del alma que llegaron para quedarse y ser compañeras en nuestra peregrinación. Jonás, Job, Elías, la mujer con flujo de sangre y muchos otros personajes bíblicos tuvieron la misma suerte. Pero, nuestro glorioso Rey y Señor Jesucristo, el Siervo Sufriente, al tomar forma de hombre se identificó con tu dolor y con el mío. A muchas se nos ha concedido este aguijón para identificarnos con nuestro Señor y Salvador. 

El dolor puede hacer que el alma languidezca, el corazón se apoque, el ánimo decaiga, la mente se embote, que lo pequeño lo veamos como una montaña, que la luz se oculte, que creamos que estamos en callejones sin salida, que la esperanza parezca inalcanzable, y lo peor de todo, hace que creamos que Dios nos ha olvidado. Se nos va el vigor, sentimos apatía, tristeza; tenemos los sentidos embotados. A veces también nos lleva a la autocompasión, a no querer orar, a no ir a la iglesia, a no escuchar consejos y a creer que nadie tiene problemas mayores. Y es precisamente ahí cuando debemos estar en guardia y recordar que hay un «enemigo» que tomará ventaja de nuestra debilidad, y procurará añadir otros elementos a nuestra situación. Buscará que nos sintamos un fracaso porque no damos la talla, nos llevará a compararnos con las sanas y vigorosas, o vivir amargadas y protestando por la porción que nos ha tocado.

Tristemente debo reconocer que he caído en esa trampa, pero mi buen Dios y Padre no me deja ahí. Su gracia me enseña cada vez más a depender de Él y de Su poder. A continuación les comparto algunas reflexiones que han sido de bendición para mi vida, orando que sean para la suya también:

1. No hay dolor tan grande que Su gracia no nos capacite para sobrellevar. Por Su divino poder se nos ha dado todo para la vida y la piedad. (2 Pedro 1:3).
2. Él sí nos entiende. No solo es nuestro Creador, sino que se vistió de carne e hizo al dolor parte de Sí. Isaías 53 ha traído consuelo a mi alma.
3. El dolor no será para siempre. ¡Vendrán mejores días! Así Él lo ha prometido (Ap. 21:4).
4. Nos hace acudir a Él. Todo lo que nos lleva a Su trono es bueno. Allí vemos nuestra fragilidad y eso nos humilla. También nos hace llenar de Su Palabra (Sal. 119:71).
5. Nos llena de empatía con quienes sufren para consolar a otros como hemos sido consoladas (2 Cor.1:4).
6. Nos hace sabias, recordándonos que de este lado del cielo todo es pasajero (Sal. 90).
7. Nos lleva a gozarnos y ser agradecidas en nuestros días menos dolorosos (Ecl. 3).
8. Nos hace gemir por Su regreso en gloria. «Por tanto, Yo vengo pronto, y Mi recompensa está conmigo para recompensar a cada uno según sea su obra» (Apoc.22:12).