Por pura gracia soy esposa de pastor y madre de dos bellos hijos: Samuel de casi tres años y Abbie de tres meses. Renuncié a mi empleo para quedarme en casa criando a mis hijos, porque entendimos de parte de Dios que debíamos dar ese paso. Durante el embarazo de Samuel leí dos excelentes libros de Tedd Tripp (nombres al final) donde se aborda la importancia de llegar al corazón de nuestros hijos y, el año pasado, leí No me hagas contar hasta tres de Ginger Hubbard, que enseña a aplicar las Escrituras a la hora de instruir a nuestros hijos.
¿Qué podría ir mal?, ¿cierto?
Quisiera poder contarles que todo ha sido genial y que siempre me he sentido animada y esperanzada, tanto como cuando recorría cada página de esos libros en donde me recordaban lo que Dios dice acerca de la crianza; pero la realidad es otra.
A principio del año pasado, cuando Sammy cumplió dos años, su desobediencia se hizo más evidente. Y confiando en lo que Dios dice en su Palabra (Ef. 6:4) comenzamos a ser más intencionales a la hora de instruir y aplicar disciplina.
Sin embargo, sucedió que en medio de mi posparto llegó el desánimo. Me sentía frustrada, casi rendida. Entendía de antemano que la salvación es del Señor, pero no comprendía cómo un niño que sabe que desobedecer es pecado (Col. 3:20), que sabe de memoria que debe escuchar la instrucción de su padre y no despreciar la enseñanza de su madre (Pr.1:8), y que entiende que para lidiar con su necedad (desobediencia) sus padres por mandato de Dios usan la vara, seguía desobedeciendo tanto y casi siempre en las mismas cosas.
Es posible que algunas de ustedes se identifiquen conmigo o quizá, ¿seré la única a la que le ha pasado esto? ¡No lo creo!
Es así como llegan los momentos de incredulidad y pensamos: ¿Será que la vara no funciona, como lo aseguran algunos? ¿Por qué no veo resultados en mi hijo? ¿Por qué todo está peor? ¿Valdrá la pena seguir disciplinando? ¿Lo estamos haciendo bien?
Mi Buen Padre que conoce lo más profundo de mi corazón y cada una de mis inquietudes, trajo a mi mente un versículo poderoso usado por el pastor Sugel Michelén en una predicación para animar a madres como yo: «Disciplina a tu hijo mientras hay esperanza» (Pr. 19:18a).
A lo mejor pienses, ¿qué tiene de especial esta porción de la Palabra? Pues te recomiendo, hermana, que lo leas varias veces, que medites en él y que lo memorices.
Al oír el mensaje contundente del pastor, me sentí como Simón Pedro en Lucas 5:4-5, cuando Jesús le dijo que echara las redes nuevamente en las aguas, pero él ya lo había intentado toda la noche sin obtener ningún resultado.
El pastor Sugel enseñó que criar a nuestros hijos en la disciplina y amonestación del Señor no es una opción, no es una sugerencia, es una obligación. Y que este mandato esperanzador de Dios es una motivación para que los padres nos dediquemos a moldear el carácter de nuestros hijos y a no darnos por vencidos, porque hay esperanza. Dios lo dice: ¡hay esperanza!
Luego de esto, cobré ánimo y respondí como Simón Pedro en Lucas 5:5b, pero porque tú lo pides, no me daré por vencida. Solo porque cuento con tu ayuda y promesa, no me daré por vencida. ¡Hay esperanza!
Mi mensaje para ti hoy es:
- Si no estás criando a tus hijos como Dios manda en su Palabra, ¡hay esperanza! Empieza hoy. Busca en la Biblia el consejo y lee libros de siervos fieles a las Escrituras que aborden este tema.
- Si no estás administrando la corrección como Dios manda (como algunas veces me pasa a mí), ¡hay esperanza! Pide sabiduría a Dios, Él ha prometido darla en abundancia al que se la pida.
- Si estás siguiendo el método de Dios, pero no vez resultados, ¡hay esperanza! Sigue confiando en el consejo de Dios. Ginger Hubbard dice: «Podemos desanimarnos por momentos y pensar que es inútil, pero nuestra responsabilidad es confiar en Dios, hacer lo que Él nos ordena y dejarle los resultados a Él».
¡Nada es imposible para Dios!
¿Me volveré a desanimar? Es probable, pero cuando las circunstancias nos hagan pensar que la disciplina bíblica no vale la pena, recordemos Proverbios 19:18 a. ¡Hay esperanza!
Y no nos cansemos de hacer lo que está en nuestras manos: esparcir la semilla (la Palabra de Dios) en sus corazones y dejar en las manos de Dios lo que Él solo puede hacer, salvar. Confiemos en que Dios puede transformar el duro terreno del corazón de nuestros hijos, y hacer que su Palabra eche raíces profundas que den frutos de vida eterna.
Oración:
Dios danos sabiduría, gracia, paciencia y fe para llevar a cabo esta misión tan importante a la que nos has llamado: Criar hijos que den gloria a tu nombre.
Libros recomendados:
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