Dios no esconde el abuso

«Entonces Tamar se puso ceniza sobre la cabeza, rasgó el vestido de manga largaque llevaba puesto, y se fue gritando con las manos sobre la cabeza». -2 Samuel 13:19

Y así está el mundo hoy, con muchas «Tamar» que siguen gritando, maltratadas por la violencia de un sexo violento y forzado; por la agresión que no se busca ni pretende; por la fiereza del desprecio después del uso y abuso del cuerpo femenino; por la continua negación de justicia a la que son sometidas en el abuso sexual. 

Y no, no soy feminista. Menos feminazi. Pero en este capítulo escuché y leí mucho sobre el deplorable actuar de David como padre, de Absalón como justiciero fallido y cómplice de violencia, y de Amnón como el perpetrador de la violación, dominado por sus impulsos de heredero consentido. Por eso amo y amo la Palabra de Dios, la Biblia, porque no oculta ni niega la maldad que hay en el mundo, a raíz de la caída. 

Escuché y leí mucho sobre la falla de un padre para poner en orden a sus hijos a pesar de ser llamado un hombre conforme al corazón de Dios, de la venganza creciente de Absalón y del asesinato de su medio hermano.

Pero de Tamar muy poco, o casi nada. La Biblia no la vuelve a mencionar. Y es como si el asunto estuviera incompleto. Lo último que leemos, es tan desgarrador como temible: se fue llorando con las manos en la cabeza. Y pensé en las niñas, en las jóvenes y en todas las mujeres que están como ella. La maldad que aparece en cada historia de crueldad que no deja de calentar el ánimo y entristecer la mirada.

«¿Hasta cuándo, oh, SEÑOR? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro?» (Sal. 13:1).

¿Qué hay con estas historias? ¿Qué explicación nos da la Biblia a ti y a mí, mujeres cristianas viviendo en tiempos feministas? ¿Qué podemos decir, desde la fe, a estas chicas, a sus madres, esposos, hijos y familia?

Debemos recordar siempre que Dios no nos promete una vida sin sufrimientos, y lamentablemente las injusticias son parte de ese sufrimiento. Vivir para la gloria de Dios es mandato para todos los creyentes y cumplimos ese propósito no callando ni escondiendo como si nada pasara. La Palabra de Dios no esconde estas historias. Pero no podemos responder al pecado con más ofensas a Dios.

Sin embargo, para mí y para muchas personas, la respuesta es Cristo. El Hijo de Dios, Dios mismo, Él que ama las mujeres y las considera no sólo creación Suya, sino que las llama a identidad, libertad, santidad, consuelo y aliento en Cristo Jesús, porque Él es varón experimentado en quebrantos, y Él, vivió y sufrió la mayor injusticia del mundo.

Jesús es Dios. Y Él dio dignidad, gracia, salvación y consuelo a toda mujer con la que interactuó. Léelo en los evangelios. Él nunca nos ignora. 

«Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación» (Mt 5:4).

Jesús nos ama. Y uno de sus nombres como Dios es Consolador. El Espíritu me recuerda que en el mundo hay pecado, por lo tanto, también hay cosas horribles, llenas de maldad y donde parece que Dios olvida actuar. Pero el Ayudador también me dice que medite en Su palabra, que persevere en la fe y que, con los ojos en Jesús, mire más allá de este mundo y de las muchas «Tamar» que siguen llorando hoy:

«De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; ahora han sido hechas nuevas» (2 Co. 5:17).

Dios rescata, restaura y defiende a Su pueblo. Él lava a cada una de Sus hijas con Su sangre, perdón y liberación, quita las vestiduras de víctima, y les pone ropa limpia y blanquísima, de certeza y fe en Su justicia. Cristo transforma nuestra identidad: de víctimas a vencedoras; somos más que vencedoras por medio de aquel que nos llamó. Él sana toda herida; por sus llagas somos sanadas.

Creer en Dios no es una debilidad, ni muestra de fragilidad o de una inteligencia limitada, sino que la fe en la Roca firme en días de dolor, muerte y violencia, sostiene mi alma y las de todos los quebrantados y adoloridos.

¿Qué hacemos mientras Cristo regresa, ya no como Cordero, sino como León a defender a Su pueblo?

  •  Hablar de Su obra. Hay que decir que hay esperanza y vida nueva en Él. No importa quién haya sido, cómo y dónde me lastimaron, o el daño que me causaron. «Y todos los días, en el templo y de casa en casa, no cesaban de enseñar y proclamar el evangelio de Jesús como el Cristo» (Hch. 5:42).
  • No ser cómplice de violencia. No podemos pasar por alto el pecado que prospera en la oscuridad. Dios ha provisto medios de gracia para nuestra protección. Hay autoridades civiles que deben intervenir. «…pues es ministro de Dios, un vengador que castiga al que practica lo malo» (Ro. 13:4b) «Examinen qué es lo que agrada al Señor, y no participen en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien, desenmascárenlas» (Efe 5:10-11) Si Dios no esconde el abuso, nosotras tampoco debemos hacerlo.
  • Acompañar. Estar con la que sufre, ser aliento y testimonio. «En todo tiempo ama el amigo, y el hermano nace para tiempo de angustia» (Prov. 17:17). Ama con gracia y verdad, no le des la espalda a quienes están sufriendo.
  • Orar sin cesar al Dios de misericordia por víctimas y victimarios. El Señor es quien da el pago de todo. «Pero Yo les digo: amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen» (Mt. 5:44).

Nadie sabe el porqué de las tragedias. Imposible. Pero Dios, en toda Su Palabra, me recuerda que Él es Fiel, que Su mano no se acorta nunca y que Sus misericordias son nuevas y abundantes cada mañana.

«Y el Dios de la esperanza los llene de todo gozo y paz en el creer, para que abunden en esperanza por el poder del Espíritu Santo» (Ro. 15:13).

Recursos recomendados:

Blog: «La batalla fue ganada por Cristo».

Serie: «El feminismo y su impacto en la iglesia, con Sugel Michelén».

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Sobre el autor

Claudia Sosa

Claudia Sosa es mexicana, de la ciudad de Mérida, para ser más especifica. Nacida de nuevo, por gracia de Dios, en Enero de 2009. Casada con Rubén, su novio de toda la vida, desde hace casi 28 años. ¡Matrimonio rescatado … leer más …


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