¿Demasiado avergonzada para pedir oración?

Fue una semana particularmente difícil para la familia Davis. Yo estaba trabajando bajo la presión de una fecha límite realmente apretada. No había espacio en mi agenda para interrupciones inesperadas. Aparentemente, la desagradable infección de estafilococo que invadía la mano de mi esposo no recibió mi memo.

El lunes recibí una llamada de mi esposo porque una herida que habíamos descartado como piquete de insecto en realidad resultó ser una infección causada por una especie derivada del estafilococo que no responde bien al  medicamento. Los doctores estaban considerando ingresarlo. Estaban casi seguros que perdería permanentemente el uso de su mano. Incluso mencionaron la probabilidad de un 10 por ciento en la tasa de mortalidad. ¡Gulp!  Quería orar, pero no lograba que las palabras pasaran del nudo en mi garganta, temía por el bienestar de mi varón, tenía que cuidar por mis dos hijos pequeños, y me sentía ansiosa respecto a mi fecha límite.

En ese momento, llamó una amiga, y yo rompí a llorar. Ella oró conmigo y me preguntó si podía reclutar a otras para orar. No quise sonar grosera, por lo que dije que estaba bien. Ella cumplió su palabra. Dentro de algunas horas un montón de gente estaba orando por nuestra familia. Llamaban y enviaban mensajes de texto animándonos con las Escrituras o simplemente diciendo un “estamos orando.”

Lo curioso es que toda esa oración no me hacía sentir mejor. Al menos no fue así al principio. La emoción que me embargaba esa tarde era vergüenza. No me gustaba que todos supieran que las cosas no marchaban perfectamente detrás de la puerta de nuestra casa. No me gustaba la sensación de no poder salir de este lío por mis propias oraciones. Principalmente, no me gustaba la dura realidad de no poder mantener las cosas “marchando sobre ruedas.”

Siendo honesta acerca de los lugares rotos

El Señor tiernamente trató con mi corazón ese día.  Me recordó que Él creó la iglesia para ser una red de apoyo, y llamó a mi resistencia a pedir oración como realmente se llama–orgullo.  

Después de darle su analgésico a mi esposo, arroparlo en cama, y sentarme a cenar lo que algunas amigas de oración fueron tan amables de pasar a dejarme, pensé en el orgullo de no compartir y dejar que las personas oraran por mí. Cuando las personas preguntan, pocas veces tengo una respuesta, o me voy por lo seguro y superficial como “mis niños tienen un resfriado”. No profundizo ni me abro respecto a las áreas de mi vida donde realmente necesito del poder de Dios para que se dé el cambio. Me estoy dando cuenta que si quiero ver el poder de la oración en mi propia vida y en la vida de otros, necesito ser transparente acerca de los lugares rotos donde necesito que Dios trabaje. Eso significa admitir que hay áreas donde soy débil y no logro salir adelante por mí misma.

Santiago 5:13-16 dice:  

 ¿Sufre alguno entre vosotros? Que haga oración. ¿Está alguno alegre? Que cante alabanzas.

¿Está alguno entre vosotros enfermo? Que llame a los ancianos de la iglesia y que ellos oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor; y la oración de fe restaurará al enfermo, y el Señor lo levantará, y si ha cometido pecados le serán perdonados. Por tanto, confesaos vuestros pecados unos a otros, y orad unos por otros para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho.

¿Por qué estos versículos nos urgen a ser auténticas respectos a nuestras luchas? Para que podamos ser sanadas.

Quítate la máscara

Estoy aprendiendo que parte de la razón por la que Dios me ha puesto en la familia de la iglesia es para que yo cuente con apoyo de oración cuando más lo necesite. Pero para que pueda funcionar de esa manera, tengo que quitarme mi máscara de perfección y decir, “Estoy batallando. Orarías por mí?” Si continúo compartiendo solamente peticiones de oración triviales, me pierdo la oportunidad de participar del verdadero poder de la oración.

Puedo dar testimonio que esa última parte de la porción de Santiago es realmente cierta. Mientras más personas oraban, más veíamos un progreso en la salud de mi esposo. Fue dado de alta de su tratamiento con su mano en óptimas condiciones. Los doctores se maravillaron del cambio que vieron en la mejoría de su salud y cómo su esperanza se mantuvo firme. Cuando las personas le preguntaban lo que había marcado la diferencia, él rápidamente señalaba todas las oraciones.

Además, en lo que solamente puede describirse como una “experiencia de los peces y los panes,” Dios multiplicó mi tiempo y energía y pude entregar a tiempo mi trabajo. Sé que de haberme negado a pedir oración a aquellos a mi alrededor, esta historia tendría un final muy diferente.   

¿Qué hay de ti? ¿Estás dispuesta a ser honesta acerca de las áreas donde necesitas que otros oren por ti? ¿O solamente te vas a mantener apegada a lo superficial? ¿Hay algún área de necesidad en tu vida que crees que no podrías compartir con nadie? Te animo a encontrar una compañera de oración, a quitarte tu máscara de perfección y pedir ayuda.

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Sobre el autor

Erin Davis

Erin Davis es una autora, bloguera y oradora a la que le encanta ver a mujeres de todas las edades correr hacia el pozo profundo de la Palabra de Dios. Es autora de muchos libros y estudios bíblicos, incluidos Beautiful … leer más …

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