Hace algunas semanas, algo se me reventó –y no fue nada bueno. Después de nueve años de complejas e intensas emociones apilándose en nuestro hogar debido a los problemas neurológicos de nuestro hijo, por alguna razón este momento en particular pareció sacar todo a la superficie, revelando mis lágrimas, dolor, enojo, odio por el daño ocasionado y temor por mis propias emociones inestables.
Es imposible explicar todo lo que me llevó hasta ese punto. Esta es simplemente una de las cruces que me ha tocado llevar; solo Cristo, y nadie más puede entender por completo su peso.
Al orar al respecto y considerar lo que sucedió, me he dado cuenta que una de las emociones menos esperadas que surgió con más fuerza en mí, fue el dolor y el horror de descubrir la realidad de mi corazón pecaminoso en maneras a las que, en cierto modo, había estado ciega, o las que justifico con facilidad. Dios permitió que la presión de mis circunstancias aumentara hasta su punto más álgido y se abriera paso a través de mi determinación humana, de mis capacidades para salir adelante y de mi tendencia natural a usar mi dolor como una excusa para mis reacciones.
La verdad es que resulta muy incómodo y hasta aterrador tener que enfrentar la realidad de nuestros pensamientos, acciones y reacciones pecaminosas cuando son expuestos por las pruebas. Las circunstancias menos pesadas pueden llevarnos a creer la sutil mentira de que a pesar de reconocer nuestra necesidad de un Salvador, no creemos que lo necesitamos tanto como otros.
Para ser honesta, el engaño se había entretejido entre las áreas escondidas de mi corazón. Sin embargo, esta etapa de intenso sufrimiento cada vez más había provocado que dentro de mí resonaran las palabras de Pablo en 1ª Timoteo 1:15-16:
“Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero. Sin embargo, por esto hallé misericordia, para que en mí, como el primero, Jesucristo demostrara toda su paciencia como un ejemplo para los que habrían de creer en El para vida eterna.”
Aunque para algunos esto pueda sonar como si me diera por vencida y estuviera siendo “muy dura conmigo misma,” la realidad es que ahora soy más libre de recibir la gracia, misericordia y perdón de Cristo porque veo más claramente cuán desesperadamente lo necesito. Cuando tenemos una imagen más real de lo corruptas y pecadoras que somos hasta la médula –sin ninguna percepción falsa de nuestra propia bondad humana- podemos entender y apreciar más profundamente el increíble regalo de Cristo, de Su sangre derramada en la cruz.
Lo que el sufrimiento reveló
A continuación, cinco maneras cómo la presión del sufrimiento ha revelado quién soy separada de Cristo y lo que he ganado en Él.
1. La presión del sufrimiento ha revelado orgullo: la convicción sutil de que creo que merezco lo mejor de la vida –incluyendo comodidad, salud, éxito y expectativas satisfechas.
Y sin embargo, Cristo sacrificó Su comodidad, salud, reputación terrenal y su vida para que tú y yo pudiéramos tener mucho más que estos deseos temporales –una identidad segura en Él, perdón, un carácter que lo refleje a Él cada vez más, un propósito para cada momento de nuestra vida, y laa promesa de una eternidad con Él.
Al darnos cuenta cuán poco merecemos, vemos más claramente cuánto hemos ganado en Cristo. De hecho, las mismas pruebas que me han llevado a cuestionar la bondad de Dios, han sido la mismísima herramienta que Él ha usado para mostrarme cuán bueno es Él.
2. La presión del sufrimiento ha revelado lo egoísta, condicional y temporal que es mi amor.
Y, sin embargo, voluntaria y deliberadamente Cristo abrazó un sufrimiento horrendo para ofrecer el sacrificio definitivo –Su mismísima vida- aunque nosotros Le rechazamos y Le odiamos.
Conforme el enojo, la auto-protección y autocompasión aumentan en mi interior hacia los demás, recuerdo cómo la respuesta de Cristo fue opuesta a la mía cuando fue golpeado, burlado y rechazado justo por las personas por quienes Él estaba entregando Su vida. Amigas, nuestro tanque de amor siempre quedará seco cuando hagamos una revisión y balance de quienes nos rodean. No es sino hasta que accedemos a la inagotable fuente del amor de Cristo que podemos extendernos hacia los demás, dando de nosotras mismas y sacrificándonos por otros con un amor incondicional, centrado en Cristo.
3. La presión del sufrimiento ha revelado lo desagradable de mi corazón cuando no tengo consuelo, confianza y control.
Sin embargo, Cristo conocía el verdadero estado de mi corazón –egoísta, orgulloso, enojón, impaciente y rebelde –aún antes de que mi vida comenzara, y aun así decidió amarme, morir por mí, perdonarme y ofrecerme una vida nueva en Él, pagando Él mismo, el precio.
En ocasiones, Dios permite circunstancias incómodas (o absolutamente devastadoras) con el fin de exponer el verdadero estado de nuestro corazón y magnificar Su santidad. Mientras no estemos dispuestas a enfrentar la realidad de nuestro pecado, nunca entenderemos por completo la libertad y tesoros que se nos han dado en la cruz.
4. La presión del sufrimiento ha revelado cuánto deseo ser mi propio dios.
Y sin embargo, Cristo ha permitido que mi sufrimiento me libere de esta esclavitud y me enseñe a confiar en Él, apoyarme en Él y a encontrar descanso en Él como el Único y Verdadero Dios que está en control y hace que todo obre para Sus propósitos buenos y amorosos para mi vida.
Tratar de tener el control de nuestra vida es agotador y con el tiempo nos desgastaremos y estallaremos. En la gracia de Dios, Él a veces permite circunstancias que nos arrancan nuestra habilidad de tener cualquier indicio de control para liberarnos del ciclo vicioso de apoyarnos en nosotras mismas, y enseñarnos a descansar en Sus propósitos y promesas fieles.
5. La presión del sufrimiento ha revelado cuán lejos estoy de ser la hija santificada y pura que Dios desea que sea.
Y, sin embargo, Cristo vino a la tierra a vivir una vida perfecta para mí. Él murió en mi lugar para que Su perfección y santidad cubrieran mis pecados e intentos de una moralidad que se glorifica a sí misma. Y ahora Él está fielmente cambiando mi pecaminoso corazón para reflejar la santidad del Suyo. Como dijo el salmista, en Salmo 37:6 “hará resplandecer tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía.”
Aunque de momento no lo veamos, así como es difícil ver la luz del sol saliente debido a que es gradual. Sin embargo, para el verdadero creyente, cuando miremos atrás, veremos cómo la luz y el carácter de Cristo ha ido creciendo dentro de nosotras.
Si te has sentido desanimada por tu pecado, anímate y sé consolada por el hecho de que ves tu pecado y lo lamentas, porque significa que el Espíritu está trabajando en ti. Él será fiel a Su promesa de completar Su justicia en ti.
Fija tus ojos en la cruz
Siempre pensé que el dolor arruinaría mi vida, y me robaría el gozo y la felicidad. En realidad, el sufrimiento ha quitado la ilusión de la felicidad, exponiendo el vacío y quebrantamiento de mi alma separada de Cristo y gradualmente ha abierto mis ojos al tesoro, gozo y esperanza de ser perdonada, amada y restaurada por la sangre de Jesús.
Cristo sufrió para que podamos conocerlo. Si hoy te encuentras sufriendo, permite que eso te dirija a conocer a tu Salvador más profundamente que nunca antes. Para aquellas que estamos en Cristo podemos confiar que, así como Su sufrimiento tuvo un propósito glorioso y santo, de igual manera sucede con el nuestro.
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