¡Cuanto amo tu ley! - Salmos 119:17-24

Favorece a Tu siervo,

Para que viva y guarde Tu palabra.

Abre mis ojos, para que vea

Las maravillas de Tu ley.

Peregrino soy en la tierra,

No escondas de mí Tus mandamientos.

Quebrantada está mi alma anhelando

Tus ordenanzas en todo tiempo.

Tú reprendes a los soberbios, los malditos,

Que se desvían de Tus mandamientos.

Quita de mí el oprobio y el desprecio,

Porque yo guardo Tus testimonios.

Aunque los príncipes se sienten y hablen contra mí,

Tu siervo medita en Tus estatutos.

También Tus testimonios son mi deleite;

Ellos son mis consejeros.

¡Hay tanto que desempacar en estos versos! Es importante que notemos que el salmista está haciendo una oración; sus palabras están siendo dirigidas a Dios. Es hermoso ver cuán enfocado en Dios él estaba, al punto de que le pide ser favorecido con el propósito de vivir y guardar Su Palabra. 

Esto me hace pensar en cómo son mis oraciones... ¿por qué busco el favor de Dios? ¿Alrededor de qué o quién giran mis peticiones? ¿Veo el favor de Dios en términos materiales o en la gracia que Dios me da para agradarle?

Él continúa su oración diciendo «abre mis ojos», y esta es una petición por algo totalmente sobrenatural, algo que él no puede hacer por sí mismo. Con sus ojos naturales él nunca podrá contemplar las maravillas de Su ley; él está consciente de que solo Dios puede revelar la belleza de Su Palabra.

Esto es coherente con Efesios 4:18: «Ellos tienen entenebrecido su entendimiento, están excluidos de la vida de Dios por causa de la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su corazón».

Esta es la condición del hombre, Sus mandamientos están escondidos del hombre natural, no pueden ser vistos.

Por esta razón es que necesitamos un Salvador, no hay nada en nosotras que anhele a Dios o a Su Palabra; tenemos el entendimiento endurecido.

¡Necesitamos desesperadamente clamar a Dios para que abra nuestros ojos y podamos verle!

En el versículo 20, el rey David llega al punto del quebranto por su gran anhelo por la ley de Dios. ¿Es esa tu actitud ante Dios? 

Finalmente, en los últimos versos, el salmista se enfrenta a los soberbios, los que lo maldicen y hablan en contra de él; aquí podemos encontrar la clave cuando somos injuriadas. Mientras todo esto pasaba, él meditaba en la Palabra de Dios; ella era su consejera y su deleite. 

No recuerdo la última vez en la que en una situación similar actuara de la misma manera, lejos de eso, cuando soy injuriada lo que quiero es defenderme y no tengo quietud. 

Dios nos dé ese corazón, que aún en medio de la crítica podamos refugiarnos en Su Verdad.

¡Abre mis ojos, Dios! ¡Yo quiero verte!




 

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Sobre el autor

Betsy Gómez

Betsy Gómez tiene una gran pasión por inspirar a otras mujeres a atesorar a Cristo en lo ordinario de la vida. Nació en la República Dominicana, y ahora vive en Irving, Texas, donde su esposo, Moisés, sirve como pastor hispano … leer más …


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