En estos días mis pensamientos han girado en torno a los colonizadores de Estados Unidos.
Tendemos a idealizar el primer día de Acción de Gracias. Nos imaginamos a aquellos colonizadores, felices sentados sobre platos de comida humeantes y cortésmente pidiéndole a sus invitados indígenas «por favor pásame las papas». Todo es tan pintoresco, pero por haber contado tantas veces la historia inflamos los aspectos agradables y tratamos por encima realidades sombrías.
La primera cena de Acción de Gracias ocurrió en 1621. Es verdad había indígenas allí. La historia nos cuenta que había 90 miembros de la tribu Wampanoag. De los 100 colonizadores que abordaron el Mayflower en busca de una nueva vida solo 53 permanecieron con vida para comer la primera cena de Acción de Gracias.
Lo cual me lleva a mi punto. (¿Pensaron que no era más que una conocedora de historia? ¿No es así?) La primera cena de acción de gracias no fue una celebración de la abundancia. Sino de la presencia de Dios en medio de una gran prueba. Los colonizadores arribaron a Nueva Inglaterra después de un viaje peligroso. Pasaron su primer invierno en el barco porque las condiciones no permitían que iniciaran la nueva vida que habían soñado. La mitad de ellos murió por exposición, malnutrición y enfermedad.
La verdadera historia no nos pinta una imagen hermosa. No tiene que ver con el retrato de Norman Rockwell y Martha Stewart de pavo sazonado y adornos de otoño. Seguramente había camaradería pero ésa no era la razón por la cual se reunieron. Sino porque decidieron ser agradecidos cuando la amargura, el descontento, la duda y la desesperación parecían las opciones más lógicas.
La Biblia llama a la acción de gracias, un sacrificio (Salmo 107:22,116:17; Jonás 2:9).
Dar gracias puede no sentirse como un sacrificio cuando el pago es gordo y las mejillas de los niños están rozagantes. Aún en medio de nuestra condición de abundancia, a muchos nos cuesta trabajo dar gracias a Dios por lo que ha hecho.
Pero cuando nuestros planes van terriblemente mal, nuestras finanzas fallan, nuestras expectativas se han frustrado, o el olor de la muerte se acerca…entonces dar gracias se convierte realmente en un sacrificio.
La verdad es: la vida puede ser realmente difícil. Pero aun así, «dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús» (1 Tes. 5:18).
¿Cómo puede suceder esto?
Disculpen por el salto en el calendario pero cuando estamos luchando con dar gracias, necesitamos recordar lo que ocurrió en la Pascua. Jesús murió en la cruz para salvar a cada uno de nosotros de nuestros pecados. Él pagó la pena que nunca podríamos pagar, liberándonos de la esclavitud del pecado y de la muerte. Esa sola verdad debe poner nuestros corazones en un estado permanente de gratitud. Tres días después de Su muerte sacrificial, Jesús se levantó de la tumba. ¡Él vive!
Aun cuando nuestras vidas sean realmente difíciles, podemos ser agradecidos por la gran esperanza que tenemos en un Dios vivo. Nada puede detenerlo. Hasta el extremo que llegó para demostrar Su amor por nosotros debería provocar que la gratitud fluya siempre de nuestros corazones.
Estoy agradecida por ese primer día de Acción de Gracias y todo el pavo que me ha facilitado. Pero este año, estoy agradecida por la lección más profunda de que cuando la vida es difícil y los días son oscuros y fríos, agradecer a Dios es la respuesta que debo elegir.
Estoy segura de que se trata de una lección que Dios necesitará recordarme el próximo año y el año después de ése. Pero Dios sigue interesado en enseñar gratitud inclusive a estudiantes que aprenden lento como yo. Estoy agradecida por eso.
A pesar de que tus circunstancias sean difíciles, ¿por cuáles cosas puedes dar gracias a Dios este año? Déjanos un comentario con tu respuesta.
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