Como el ciervo brama por las corrientes de las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentare delante de Dios?
Salmos 42: 1-2
¿Alguna vez has derramado tu alma en oración pidiendo a Dios alivio? ¿Recuerdas cuando en tu soledad tu única salida fue clamar al Señor y Dios de tu vida?
Hace unas semanas fui sorprendida con la visita de una persona que vive en los Estados Unidos, ella le contaba a mi madre cómo en varias ocasiones fui de ayuda, en sus momentos de desesperación, nunca olvidaré un día que tocó a mi oficina diciéndome que se suicidaría.
Esa tarde oramos al Señor juntas, clamándole por ayuda, por su pronto auxilio en la situación que ella presentaba, después vimos la mano de Dios obrando en su vida, y hoy definitivamente es una mujer diferente.
¡Me alegra saber cómo Dios puede usarnos para Su gloria! Pero también me recuerda las veces que yo he sido esa mujer, que ha tenido que venir a su Dios a clamar en medio de las circunstancias de su vida, en medio del dolor por una situación o por las consecuencias de mis decisiones, o de mis desobediencias.
Al clamar a nuestro Dios sucede que:
---Cuando clamamos a Dios reconocemos que confiamos y reconocemos que solamente Él puede ayudarnos.
---Reconocemos nuestra incapacidad para ayudarnos en las situaciones.
---Confesamos nuestro pecado y necesidad de perdón
---Hacemos de la oración nuestro primordial recurso acompañado de la Palabra de Dios.
---Nos unimos en oración por otros que están en igual situación.
Glorificamos al Señor al reconocer nuestra debilidad y Su poder.
Cualquiera que sea la causa de nuestro clamar, en Dios nuestro Señor ¡tenemos consuelo, tenemos alivio, tenemos esperanza!
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De día mandará el Señor su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo;
elevaré una oración al Dios de mi vida. Salmos 42:8
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