Todas nosotras alguna vez hemos tenido que enfrentar tareas difíciles. Ya sean labores asignadas o autoimpuestas, hay faenas que no queremos hacer porque conlleva mucho trabajo; sin embargo, hay que hacerlas. Por ejemplo, cuando me convertí en madre, todo me parecía como escalar el Monte Everest. Cada cosa parecía ser imposible de conquistar: asearme, darle de comer a un bebé, bañar a un bebé, dormir a un bebé, lavar ropa, cocinar, atender a mi esposo, y por supuesto, ¡dormir! Pero ninguna de estas cosas era opcional. Completarlas era de vital importancia.
Amar no es opcional
Dios te amó aun sin tú ser una receptora digna, y ahora Él te llama a reflejar ese regalo inmerecido mediante acciones de amor al prójimo.
Este es el tipo de cosa que parece sencilla hasta que te toca amar a una persona que, según tu percepción, no se lo merece. Y Jesús sabía que nuestra tendencia es amar solamente a una clase de persona más que a otra. Por eso, Él aclaró en Lucas 6:33: «Si hacen bien a los que les hacen bien, ¿qué mérito tienen? Porque también los pecadores hacen lo mismo».
Jesús sabía que te sería más fácil amar a los que te caen bien.
Para la mujer creyente, no es opcional el amor al prójimo difícil de amar, porque el llamado supremo de Cristo nos exige: «Y así como quieran que los hombres les hagan a ustedes, hagan con ellos de la misma manera» (Lc. 6:31). Porque el Señor no quiere que actúes como si no lo conocieras; proponte en el corazón permanecer en la carrera en la que el Señor con Su sangrete matriculó (Heb. 12:1). Te guste correr o no, si eres cristiana, tienes un número de corredor asignado por Dios para que reflejes el evangelio. Es imprescindible que ames al que «no se lo merece». Ora, bendice, haz el bien y da de lo tuyo generosamente sin esperar devolución (Lc. 6:27-36).
Amar es difícil
¿Te has dado cuenta lo difícil que es amar a quien crees que no se lo merece? Mientras más lo piensas, más notas lo imposible de esta tarea. Y es que el Señor así lo diseñó. En ti no tienes lo que se necesita para cumplir el mandato de amar al prójimo. La fuerza que necesitas para permanecer amando a otros proviene de Dios y no de tu esfuerzo.
Reconocer que necesitas a Dios para hacer bien al que te defraudó es un acto de humildad que trae gloria a Dios. Tu ego disminuye cuando reconoces que eres débil. Sin embargo, tu vida florece cuando encuentras fuerzas divinas para ir a saludar con amor a la persona que no habla bien de ti con otros.
El autor de Hebreos conocía acerca del cansancio del cristiano, incluso la fatiga que se siente amando al prójimo. Por eso él les exhortó a permanecer en el amor fraternal (13:1) e insistió en recordar hacer el bien y ayudar al prójimo (13:16).
Ríndete. No hay duda de que careces de las fuerzas necesarias para obedecer el llamado a amar a alguien difícil, por lo tanto, considera a Cristo para que no te canses ni se desanime tu corazón.
En Cristo tienes todo lo que necesitas para amar
Si el resplandor del evangelio de Cristo te ha salvado, tu dificultad para amar a otros es la razón para continuar en la carrera cristiana y no el motivo para desfallecer (2 Cor. 4:1, 3).
Considera el evangelio. No hubo nada merecedor en ti que te hiciera alguien digna del amor del Creador de todas las cosas (1 Cor. 1:26-28). En otras palabras, porque Dios es santo y tú no, tú eras una persona no solo difícil, sino imposible de amar. Sin embargo, Dios demuestra su amor por ti en que siendo esas tus circunstancias, Cristo derramó Su sangre en tu lugar. Cristo murió para que tú tuvieras vida. Fuiste reconciliada con el Dios Santo cuando primero fuiste Su enemiga. (Rom. 5:8-11). ¡La misericordia de Dios ha sido tan grande! El que es justo en todos Sus juicios, no te ha tratado como mereces (Sal. 103:10). De eso se trata el llamado divino de amar al prójimo «difícil». Tienes que renovar tu mente con las verdades de cómo Dios te ha amado a ti, lo paciente que Él ha sido, y lo inmerecida que eres.
Resiste al diablo y a todas sus mentiras. (Ef. 4:27, 6:10)
Quítate todo lo que te impida amar. Despójate de la amargura, enojo, ira, gritos, insultos y malicia (Ef. 4:31). Busca la paz con esa persona compleja (Heb. 12:14). Mientras ofreces sacrificios de alabanza al Dios de tu salvación, hazle el bien a esa persona: sonríele, saludala, pregúntale como está, ora y da gracias por ella.
Fija tus ojos en el premio, Cristo no se quedó en la tumba. Él venció la muerte y ahora vive y reina. El que ahora tiene ojos como de fuego, un día tuvo que poner sus ojos de dolor en el gozo puesto delante de Él para poder soportar la cruz y la vergüenza. Mientras amas al que no sientes amar, pon tus ojos en la belleza del premio, en Jesús, el autor y consumador de tu fe, para que puedas correr con paciencia, compartir en los sufrimientos de Cristo y cobrar fuerzas (Heb. 12:2-3).
¡Obtendrás la recompensa porque Dios es fiel!
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